Leonardo DiCaprio en 'Una batalla tras otra' Warner Bros
La última locura genial de Paul Thomas Anderson
Con 140 millones de dólares de presupuesto, la película está inspirada en los movimientos radicales que florecieron en los años 60
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No es habitual ver a Paul Thomas Anderson desmelenado. El Paul Thomas Anderson de la deprimente Pozos de ambición el de la contemplativa, El hilo invisible o el de la paranoica Magnolia. Por eso, Una batalla tras otra, de entrada, nos resulta tan desconcertante, tan refrescante, más bien, en la línea de Boogie nights, la carta de presentación con que el director se propuso hacer un cine que jamás pasaría inadvertido.
Con 140 millones de dólares de presupuesto, la película que nos ocupa es una adaptación, actualizada, libre y desquiciada de la novela Vineland de Thomas Pynchon inspirada en los movimientos radicales que florecieron en los años 60.
En Una batalla tras otra, un hombre de mediana edad que fue un envalentonado revolucionario y que ahora malvive entre drogas y paranoias, se reencuentra con su pasado cuando un antiguo enemigo reaparece para desestabilizar su raquítica existencia. A partir de ese momento, nuestro héroe —por supuesto antiheroico, patético, excesivo y magnífico Leonardo DiCaprio—, irá sorteando una situación tras otra para tratar de salir airoso de ese pasado que le persigue y ese presente que debe abrazar.
Y en ese ir y venir enloquecido, pareciera que haya una pesimista reflexión sobre el sentido de la vida, porque nuestro personaje va dando bandazos de un lugar a otro tratando de encontrarse, con lo que el filme bien podría haberse llamado 'El viaje a ninguna parte'.
Lo primero que hay que destacar de cada película de Paul Thomas Anderson, desde las más sesudas a las más estrafalarias, es que pocos directores contemporáneos saben manejar la cámara con mayor elegancia que él.
Las películas de PTA son hermosas, estéticamente poderosas y plásticamente sublimes. A partir de ahí, cuando el sentido último del cine se ve satisfecho en sus filmes, todo lo demás es casi accesorio. Nos daría igual la historia viendo un envoltorio tan excelso. Y, sin embargo, las tripas de cada una de sus películas son apasionantes y apasionadas, nunca planas ni convencionales. Y Una batalla tras otra, desde todo su exceso, lo es, en su fondo y en su forma. Por eso es una joya.
Todo brilla en el filme, todo está en su justo tono y medida, empezando por un Leonardo DiCaprio en absoluto estado de gracia que, una vez más, se atreve con un papel desmedido y siguiendo por Sean Penn y Benicio del Toro, otros dos actores excesivos que hagan lo que hagan lo convierten en oro.
La película cuenta con complejidad estructural que se ve acompañada de un sentido de la estética fulgurante y desinhibido, donde el montaje vuelve a ser un ejemplo casi académico de lo que debería ser el ritmo y que, como todas las películas del director, tiene algo agrio, algo oscuro, casi obsceno, que nos trastoca e inquieta por igual.
Es innegable que Una batalla tras otra no es una película para todos los públicos —ninguna de PTA lo es—, pero no es menos cierto que es una película redonda, impecable, de esas que aparecen cada muchos años para recordarnos que el cine a veces, solo algunas veces, es lo que debería ser: un arte transgresor.