'Karmele', una triste oportunidad desaprovechada

Los dramas guerracivilistas se han convertido en un género en sí mismo. Un género que, con el paso de los años, ha ido gozando de una salud cuestionable por mostrar, casi siempre, una realidad sesgada o incompleta. Bien hecho o mal hecho, con mejores o peores intenciones, con más o menos presupuesto y unos u otros actores, el cine guerracivilista español o te encanta o lo desprecias.

Y algo parecido pasará con Karmele. La cinta escrita y dirigida por Asier Altuna, basada en la novela de Kirmen Uribe, cuenta la historia de una joven enfermera vasca refugiada en Francia durante la Guerra Civil Española que se enamora de un trompetista con el que acaba emigrando a Venezuela al tiempo que sueña con volver a su tierra.

La película tiene una carga política evidente, interesante por momentos y repetitiva, por otros, que, sin embargo, pasa a un segundo plano ante el componente personal de la historia, pues Karmele y Txomin verán cómo la situación política y social de Europa, España, Euskadi y Venezuela acaba afectándoles enormemente.

Bien realizada y con unas interpretaciones solventes por parte de Jone Lasipur y Eneko Sagordoy, lo más interesante del filme, o lo que está mejor rodado, cuanto menos, son las escenas musicales en que vemos a la joven formando parte de un coro de música popular vasca que viaja por varias localidades francesas y que por momentos recuerda a lo mejor de Saura a quien, seguramente, Altuna homenajea.

Precisamente en esas escenas, donde se ve la verdadera fascinación del director y guionista por la tierra vasca y sus costumbres, por la vida sencilla de estas personas a las que la guerra trastoca su vida y su futuro. De hecho, a partir de que la película deja el regodeo del realizador en esas canciones y bailes, la historia decae en su interés y se convierte en una oportunidad perdida, pues no termina de indagar en el drama político, ni el personal, ni el bélico, ni en el familiar. Se queda a medio gas en casi todo.

Con todo y con eso, Karmele es una película bien realizada, bien narrada, bien interpretada, pero profundamente desesperanzada, que deja triste y compungido ante el drama personal por el que pasan sus protagonistas sin cargar nunca la mano en lo terrible de unos años grises y oscuros para el mundo entero.

Es quizá esa desesperanza lo que dejará al espectador más atribulado, lo que, en el fondo, gusta menos de una película que podría haber dejado una mínima puerta abierta a la esperanza y al futuro.

Salas de cine en las que se estrena