El mercado laboral vasco ha anotado otro récord en junio. Ya por encima del millón de afiliados a la Seguridad Social, las cifras dicen que las empresas contratan a buen ritmo aunque no todos los sectores caminan al mismo ritmo. Y la evolución del empleo en el tejido cooperativo está muy condicionado por un puñado de actores principales entre los que sobresale Eroski, inmerso aun en los compases finales de un proceso de adelgazamiento que impide alegrías a nivel de gasto.
Los números de Konfekoop, la asociación que engloba a la amplia mayoría de compañías de carácter cooperativo, apuntan a un tímido descenso del número de trabajadores el año pasado que se suma al ya producido el ejercicio anterior. Fieles a su carácter anticíclico (por su filosofía este modelo es un valor seguro en tiempos de crisis) las cooperativas vascas crecieron con fuerza a nivel de plantilla en 2020, en plena pandemia, con 2.500 empleos más, para rozar ese techo de 60.000 de trabajadores.
Pero en los últimos dos ejercicios se producen retrocesos, que la propia Konfekoop explica en los importantes esfuerzos realizados por algunas empresas en el peor momento del covid, para dejar el número total de personas que, socias o asalariadas, dependen de cooperativas en cerca de 56.800. En realidad se trata de oscilaciones normales que no varían en gran medida la aportación de este perfil de empresa a la economía y al mercado laboral de Euskadi, que tradicionalmente ha rondado el 6%.
Pero sí es significativo que el cooperativismo queda fuera de la buena dinámica general del empleo en este último periodo, sobre todo a partir del fin de las restricciones sanitarias para contener el virus. Solo el año pasado, mientras Konfekoop daba cuenta de un tímido descenso de 400 trabajadores, la Seguridad Social anotaba en Euskadi más de 14.000 nuevos afiliados. En 2021 la ocupación subió incluso con más fuerza por el efecto rebote postpandemia.
Eroski, a dieta
Ese carácter anticíclico es, como contrapartida, la clave que explica que ahora que la economía camina a buen paso las cooperativas no estén avanzando al mismo ritmo. Cada una mantiene su propia hoja de ruta, en ocasiones condicionada por los esfuerzos del pasado para evitar sacrificios en momentos difíciles que ahora que soplan vientos de cola toca compensar.
Eroski, el gran referente vasco de la distribución y uno de los puntales de la Corporación Mondragón, se ha movido en los últimos años con su propia agenda más allá de coyunturas puntuales. Es conocido que el grupo con sede en Elorrio acusó excesos sobre todo a raíz de la compra de Caprabo y acumula más de una década a dieta para ir adelgazando la deuda. Una batalla que la cooperativa que dirige Rosa Carabel está cerca de completar con éxito y que, si los acreedores dan el visto bueno, permitirá pronto encarar un nuevo ciclo con menos apreturas.
Pero de momento los números de Eroski apuntan a un descenso en el volumen de plantilla en los últimos años lógico si se tienen en cuenta las sucesivas podas que se ha autoimpuesto el grupo, la última la venta de su negocio de viajes. Según la última memoria del ejercicio 2022 y a pesar de que el número de trabajadores que son también socios ha aumentado, Eroski cuenta con 27.300 empleados, unos mil menos que a cierre de 2021 y 2.500 menos que en 2020 (la cifra al final del año de la pandemia era de 29.800).
Si bien la plantilla se encuentra repartida por varias comunidades autónomas, la tendencia a la baja de uno de los estandartes del movimiento cooperativo es un lastre para el empleo de este modelo empresarial en su conjunto. Otras referencias de perfil industrial como Fagor, Irizar, Danobat, Orkli o las propias Orona y Ulma, que recientemente abandonaban el grupo Mondragón, vienen anotando muy buenos resultados pero su tamaño, pese a ser considerable, está lejos del que maneja el gigante de Elorrio. Laboral Kutxa, la pata financiera de este ecosistema, cuenta con algo más de 2.000 socios trabajadores.