Las crisis climática aprieta. Muchas ciudades lucen la boina de la contaminación. El cemento devora todas esas plazas donde antes reinaba el verde. Hace falta un cambio de paradigma, una sacudida del sistema. O, por lo menos, mientras llega, alguna solución rompedora que ayude a purificar el aire. Esto es justo lo que pensó la empresa Bromalgae en los coletazos del confinamiento sanitario. Y se puso manos a la obra. El resultado, explicado en su día por este diario, es un árbol artificial que reduce tantos gases de efecto invernadero “como entre cuarenta y cincuenta de los terrestres”. Y ahora traspasa fronteras.
El proyecto empezó a tomar forma a mediados de 2020, con un equipo especializado en bioprocesos, biotecnología e ingeniería. Bromalgae es una compañía tecnológica asentada en Bilbao que diseña y desarrolla soluciones químicas y biológicas de alta precisión para combatir los gases contaminantes provocados por la industria. Ahora bien, la preocupación que suscitó el Covid por los espacios libres de virus fue lo que le animó a “adaptar esa tecnología a los espacios urbanos”. En 2021 ya estaba armado el invento. En 2022 comenzaron las pruebas en interiores. En junio de 2023 se instalaba el primer piloto en Barakaldo. Desde hace un mes, hay otro en Baiona (Francia).
GarbiAir
Los árboles de Bromalgae, bautizados como GarbiAir, no dan sombra. Tampoco lucen corteza o follaje. Pero rinden con una eficacia nunca vista en la Naturaleza. La estructura es de acero. Su funcionamiento se basa en un proceso de fotosíntesis realizado por microalgas dentro de un fotobiorreactor. El aire entra en el sistema mediante un soplante que lo mete a presión. Una vez dentro, las microalgas capturan el dióxido de carbono y los gases nocivos del mejunje atmosférico convirtiéndolos en oxígeno. Además, hay instalado un sistema LED para que, sea de noche o el día pinte nublado, a estas diminutas trabajadoras nunca les falte luz.
Las microalgas se van alimentando del buffet de CO2 y creciendo, del tal forma que para el día 20 ya se han hecho viejas. En ese momento, “se saca el 30% del cultivo y se añade medio de cultivo nuevo (nutrientes y agua), y así las microalgas rejuvenecen”. A todo esto, unos cuantos sensores trabajan a jornada completa para monitorear el rendimiento del árbol y la calidad del aire, “y recabar los datos de la manera más objetiva posible”.
Suena complicado, pero la gente de Bromalgae niega la mayor. “Al final, el proceso es muy sencillo. Todo el equipo funciona gracias a la gran capacidad de captura de CO2 que tienen las microalgas frente a otros vegetales terrestres. La clave se encuentra en el proceso de la fotosíntesis y la fijación del CO2. Solo hay que fijarse en la Naturaleza e intentar potenciarla”. Ese es el punto fuerte de los árboles artificiales made in Euskadi, aunque si algo tiene claro la empresa bilbaina es que “nuestros árboles no son ni serán nunca un sustitutivo de los árboles terrestres”.
A fin de cuentas, los pinos, las hayas, los castaños y toda suerte de especies herbóreas dan cobijo a personas y animales, proporcionan humedad, evitan las temperaturas extremas y aplacan las heladas. Eso no lo puede hacer GarbiAir. Lo que sí consigue es purificar el aire a lo grande. El modelo de Barakaldo y Baiona, con su cono de 0,3 metros cúbicos, elimina hasta 2,7 toneladas de C02 al año, más o menos lo que haría medio centenar de árboles juntos. Además, “esta tecnología no solo captura los gases contaminantes, sino que oxigena los espacios de alrededor, pues en la fotosíntesis se libera oxígeno a la atmósfera”.
La eficiencia del sistema
Por eso, Bromalgae está convencida de que su GarbiAir ha llegado para quedarse. “Son formas nuevas de incluir “mobiliario o equipos” sostenibles en las ciudades, además de proporcionar un ambiente más saludable”, defiende. Obviamente, todavía hay núcleos urbanos que resisten al tsunami del cemento y tienen en los árboles naturales su aliado estrella para espantar los malos humos, pero allí donde no se puede plantar ni renaturalizar espacios o existe una afluencia endiablada de tráfico “se puede comprobar verdaderamente la eficiencia del sistema”.
Desde la instalación en Barakaldo y su salida al mercado, los bilbaínos han recibido ofertas de diferentes puntos del territorio nacional. Incluso algunas propuestas desde Europa. Y eso que “es un equipo que requiere una maduración de compra superior a la media, pues se necesitan permisos y elegir el punto ideal para su colocación”. Este escollo no les ha desalentado, porque los apoyos siguen llegando. En el caso de Baiona, el aparato ha sido fruto de una colaboración entre el Gobierno Vasco, SPRI y la Communauté de l’aglomeration Pays Basque. “Además, hemos firmado un acuerdo con un Centro de Estudios Superiores donde trabajan con microalgas para que un estudiante francés realice el mantenimiento durante los primeros meses. ¡Está siendo una experiencia súper enriquecedora!”, aseguran.
Mientras tanto, continúan trabajando en mejoras sobre el modelo actual. Dos son los focos abiertos: el diseño exterior y la eficiencia energética. “Nuestro ideal sería que fuese autónomo y se nutriese con energías limpias al cien por cien. No es una tarea fácil, con lo que nos está llevando un tiempo su desarrollo. Aun así, lo que es el sistema eléctrico y el fotobiorreactor con las microalgas, pensamos que de momento será mejor no tocarlo”. Los creadores de GarbiAir hablan con convicción gracias a todas las pistas que el prototipo de Barakaldo les ha ido regalando.
Aquel primer árbol está funcionando, desde su instalación, como un laboratorio a escala real. “Y no ha dejado de sorprendernos. Por ejemplo, pensábamos que la temperatura iba a ser un factor crítico en el crecimiento de las microalgas y, aunque sigue condicionándolo, hemos visto que aguantan más de 40 grados y por debajo de los seis”, aplauden. Por eso, la prioridad actual de los vascos es consolidarse en el mercado local y seguir innovando para mejorar la eficiencia y el impacto ambiental de su invento: una herramienta aliada, jamás un reemplazo, de la vegetación terrestre en la lucha titánica contra la contaminación atmosférica y la emergencia ecológica.