Montada en el bus urbano hay diferentes opciones de distraerse en el trayecto. Observar por la ventana, mirar el móvil, escuchar música o recaer en conversaciones de los pasajeros que desencadenen el inicio de esta reflexión. Pido perdón de antemano por la indiscreción cometida al arrimar oreja a conversación ajena, pero fue tan sugerente la pregunta que no lo pude evitar. Decía, ¿no te parece que ahora hay mas gente que piensa que la tierra es plana que antes? Me hizo sonreír, pero a la vez preguntármelo y me sorprendí respondiéndome que eso también me lo parecía a mí. El nivel de terraplanistas del siglo XXI podría ser superior a la del siglo pasado y que probablemente uno de los motivos lo tuviera delante de mí, en mi mano. El móvil por el que accedo al mundo y a las redes sociales, a la sociedad del conocimiento global en tiempo real o ¿quizá no?

De nada parece servir la labor periodística a pie de trinchera cuya conclusión ha sido con un inequívoco hilo conductor sobre la matanza, los datos, los hechos y las fechas

Por este mismo acceso, junto a los medios de información mainstream vemos y seguimos la invasión de Rusia en Ucrania. Dudo que nadie haya podido escapar al horror de las imágenes que de allí nos llegan, ni de los intentos desesperados de los periodistas por rebatir a través de las redes sociales la autoría a quienes cuestionaban la masacre contra la población civil de Bucha, al norte de Kiev, por las tropas rusas. Es descorazonador, pero sobre todo dudo de que sea útil y que haya alguien interesado en escuchar de primera mano a los relatores de quien sobre el terreno maneja datos y testimonios para poder contrastarlos con sus ideas preestablecidas y que vomitan en el ágora digital. Cientos de cuerpos maniatados, cadáveres a la puerta de sus casas tras la retirada del ejército ruso han resultado ser caldo de cultivo para teorías de la conspiración o la contrapropaganda. De nada parece servir, a una importante parte de la población, la labor periodística a pie de trinchera para recoger, documentar y preguntar a los supervivientes por lo ocurrido y cuya conclusión ha sido con un inequívoco hilo conductor sobre la matanza, los datos, los hechos y las fechas. Un grito de dolor lanzado al mundo para ser escuchado y que no caiga en el olvido. Al igual que ocurrió con el bombardeo de Gernika, citado por el presidente Zelenski durante su intervención en el Congreso de los Diputados, donde el mundo supo de lo ocurrido gracias al periodista de guerra George Steer.

Pero algo ha cambiado de entonces ahora. Se habla de sobreinformación, a cualquier hora, en cualquier lugar. Lo que antes solo era un teléfono ahora nos satura con información para decidir con urgencia sobre lo que está pasando. ¿Nos lo creemos? ¿desconfiamos? o ¿lo negamos?

El periodismo fact checking vive uno de sus momento álgidos, pero la verificación de las informaciones, en el maremagnum de inputs informativos constantes, tampoco resulta suficiente

Parece difícil entender por qué en las democracias occidentales sin las orejeras de los regímenes autoritarios sea la duda y la sospecha constante la que transite por el sentido opuesto a los datos. Tampoco parece funcionar el contraste fehaciente. El periodismo fact checking vive uno de sus momento álgidos, pero la verificación de las informaciones, en el maremagnum de inputs informativos constantes, tampoco resulta suficiente.

Ni así, las hordas de negacionistas consiguen racionalizar lo que sienten o alterar su convencimiento porque se alinea mejor con un aprendizaje previo. Lo experimentamos, diría que incluso nos sorprendió, con unas dimensiones hasta entonces desconocidas, en el momento de la pandemia. Las vacunas, el origen del virus, la mascarilla, las medidas de confinamiento, las restricciones... fueron y siguen siendo motivo de descrédito de una parte que, aunque no mayoritaria, lo suficientemente ruidosa y organizada, primero en mundo digital y después en las calles.

Los hechos son únicos aunque la interpretación arroje diferentes conclusiones

Desgraciadamente las fake news no son adivinanzas que el espectador pueda jugar a detectar con las herramientas racionales del contraste y las fuentes de acreditada garantía para acceder a una información veraz. El auténtico logro de las fake news es conseguir contaminarlo todo de tal manera que no se distinga la verdad, de la mentira para que triunfe el descrédito. Todo es cuestionable, todo es posible hasta el punto de dudar de lo que vemos y tocamos.

No nos rindamos, la verdad existe porque los hechos son únicos aunque la interpretación arroje diferentes conclusiones. Una sociedad democrática no se puede permitir dejar destruir el tejido de la realidad. Debemos protegerlo porque sin un mínimo de confianza nada funciona; ni la política, ni la economía, ni los medios de comunicación. Sin un mínimo de confianza la democracia no tiene pilares donde erigirse.