Metidos ya de lleno en el otoño, todos nos preparamos ya para nuestro primer invierno desde que la guerra de Ucrania disparara definitivamente los precios del gas y del petróleo. Todo indica que va a ser una época complicada para ciudadanos, empresas e instituciones que han visto como su facturas energéticas se incrementaban de una manera exponencial haciendo muy complicado su pago y amenazando la supervivencia de muchas actividades económicas que dependen de una manera muy importante de estos suministros. Desde las peluquerías hasta la industria siderúrgica, pasando por comercios, equipamientos públicos o viviendas particulares, todos hacen cuentas y preparan sus propios planes de contingencia espoleados por los planes de ahorro y eficiencia energética lanzados desde los gobiernos respectivos, este martes mismo presentaba el Gobierno español uno nuevo. Parece que fue ayer cuando al pobre Josep Borrell, responsable de Asuntos Exteriores de la UE, se le echó encima media opinión pública por proponer un ahorro en el consumo de energía, pero la realidad es muy tozuda y el tiempo le ha dado la razón. La eficiencia y el horro energético van a ser las medidas prioritarias para poder afrontar con garantías los altos precios de los suministros y la posible escasez de alguno de ellos, como el gas.
En mi opinión, es muy triste que haya tenido que llegar una guerra al corazón de Europa para que nos “pongamos las pilas” en un aspecto que deberíamos haber abordado hace mucho tiempo, y no sólo por cuestiones económicas, sino por la evidencia de que el desmesurado consumo de combustibles fósiles era una de las principales causas de la peligrosa degradación que está sufriendo el planeta. Sólo cuando los europeos nos hemos visto amenazados por el corte en el suministro del gas ruso y por la demencial subida de precios de los costes energéticos, es cuando los gobiernos y el resto de la población hemos empezado a tomarnos la eficiencia y el ahorro de energía en serio.
La mejor energía es la que no se consume y este invierno va a demostrar el enorme derroche de energía que hemos estado haciendo en los últimos años
Siempre me ha llamado poderosamente la atención aspectos como la obsesiva costumbre de tener abiertas las puertas de los comercios de par en par, tanto en invierno como en verano, para luego gastar miles de euros en su climatización interna, sin tener en cuenta la pérdida de calor en invierno o la falta de aislamiento en verano. También sorprende la excesiva iluminación de algunos edificios, escaparates o calles, que algunos justifican por la progresiva incorporación de luces led. La mejor energía es la que no se consume y este invierno va a ser un magnífico laboratorio de pruebas para demostrar el enorme derroche de energía que hemos estado haciendo en los últimos años. Las consecuencias de este elevadísimo consumo no han sido sólo económicas, sino que han supuesto un continuo incremento de los gases efecto invernadero y un freno a la introducción de más fuentes de energías renovables, mientras tenemos energías tradicionales baratas la prisa para llegar a la descarbonización de la economía era menor. Incluso ahora mismo, en plena crisis energética mundial, no son pocas las voces que siguen pidiendo una moratoria para estos combustibles fósiles. Curiosamente algunas de esas voces vienen de las multinacionales que controlan y monopolizan el consumo energético.
¿Cuánto vamos a perder de nuestro estado de bienestar por bajar algunos grados nuestra calefacción o subir un poco nuestro aire acondicionado? ¿sufriremos espasmos incontrolables cuando el agua de las piscinas municipales baje uno o dos grados? ¿Nos convertiremos en zombis cuando las luces de los escaparates se apaguen a las 10 de la noche? ¿El espíritu de la Navidad desaparecerá cuando bajemos la intensidad o el número de las luces que adornan nuestras calles? Responder a estas preguntas nos pone ante el espejo de lo absurdo que ha sido nuestra gestión energética hasta el momento, ignorando, entre otras cosas la altísima dependencia que tenemos de terceros países. Mientras, la realidad es que este invierno la mitad de los hogares vascos pagará entre un 60% y un 100% más de calefacción, una cuestión que afectará mucho menos a esos otros hogares o empresas que ya han incorporando otras fuentes de energía renovables.
No se trata de “reducir el consumo sin entorpecer mucho la vida económica”; se trata de generar una nueva economía más eficiente en el uso de los recursos y menos intensiva en el empleo de energías fósiles
La transición energética es ahora más necesaria que nunca y no podemos dar marcha atrás. Tenemos que ver esta nueva crisis como una oportunidad para acelerar ese proceso y como un punto de inflexión para sensibilizar a la población sobre la imperiosa necesidad de reducir nuestro consumo. Los proceso de rehabilitación urbana que mejoren el aislamiento de los edificios construidos el siglo pasado son fundamentales para avanzar en esta senda, al igual que lo son las actuaciones de movilidad sostenible, las zonas de bajas emisiones o la incorporación de energías renovables, campo donde tenemos todavía un amplio margen de mejora.
Sinceramente, creo que no se trata de “reducir el consumo sin entorpecer mucho la vida económica” como dicen los estrategas del Gobierno de Sánchez. Se trata de generar una nueva economía más eficiente en el uso de los recursos y menos intensiva en el empleo de energías fósiles. El resto sólo son parches o ganas de seguir manteniendo un escenario que hace mucho que sabemos que es insostenible. La última en alertar sobre esta cuestión ha sido la Organización Meteorológica Mundial, que pone sobre la mesa el riesgo que supone la actual crisis climática para la seguridad energética mundial de centrales como las térmicas o las nucleares. No dejemos que la urgencia de las respuestas a una crisis energética nos aparte de nuestra hoja de ruta para descarbonizar nuestras sociedades. Afrontemos este invierno de ahorro pensando en la gran cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero que vamos a evitar con un simple gesto de apagar un interruptor o bajar los grados de un termostato.