Casi el 70% de los vascos, para ser exactos el 69,28%, considera que la inmigración no es un problema. La conclusión se desprende de los datos extraídos del estudio realizado por el Observatorio Vasco de la Inmigración (Ikuspegi) a través de una muestra en la que han participado 600 encuestados. Eso significa a priori, que nuestro índice de tolerancia respecto al fenómeno de la inmigración es alto, y además, y según otra de las ideas que arroja la encuesta, estamos asumiendo que necesitamos la mano de obra extranjera para nuestra economía.
Si uno se queda en el trazo grueso, sin duda son buenas noticias, parece que vamos por el buen camino en aceptar a los inmigrantes, e incluso en admitir que los necesitamos para incorporarlos a nuestro mercado laboral. Sin embargo, cuando se profundiza un poco más, empiezan a aparecer matices que ensucian esa primera percepción de sociedad tolerante e inclusiva.
Para empezar resulta que la nueva percepción está directamente vinculada con la situación en Ucrania que nos ha hecho especialmente sensibles y receptivos para con los ucranianos que han tenido que salir de su país buscando acomodo, mientras se resuelve el conflicto bélico. Casualmente nos identificamos más con ellos que con otros refugiados, como pueden ser los sirios, por poner uno de los muchos ejemplos que tenemos.
Además, nuestra percepción y nuestra tolerancia cambian de forma llamativa cuando se nos pregunta por inmigrantes que vienen del Magreb, Argelia o Marruecos. Las simpatías y la empatía caen en picado cuando se trata de ciudadanos de esas zonas geográficas. Vamos, que tenemos una doble vara de medir que hace que tengamos que cuestionarnos si de verdad somos más tolerantes o simplemente lo parecemos, en un momento muy puntual, y en un contexto muy específico.
Los datos son para hacer una reflexión en profundidad porque nuestro bienestar, ese que tanto apreciamos y del que hacemos gala, y nuestro entramado económico, ya necesitan de mano de obra extranjera. Y cuando nos preguntan sobre este asunto decimos mayoritariamente que sí, que aceptamos que vengan a trabajar, pero a ser posible en aquellos puestos de trabajo que no queremos para nosotros. De hecho, un 18,2% de los encuestados cree que en el acceso a los derechos primero hay que primar los nuestros, los de los vascos y vascas. Vamos, que tolerancia sí pero en pequeñas dosis y siempre por detrás de los autóctonos.
Nos queda muchísimo recorrido por hacer y más nos vale que empecemos a trabajar desde ya, porque la realidad es tozuda y sin los inmigrantes, independientemente de su procedencia y de su color de piel, lo tenemos muy complicado para responder a las actuales y futuras necesidades de nuestro mercado laboral.
Ya no se trata solo de ser tolerantes sino de ser conscientes de que vamos a tener que enamorarles para que nos ayuden a ocupar miles de huecos de diferentes perfiles profesionales con los que no contamos y difícilmente vamos a poder cubrir sin la ayuda de la mano de obra extranjera.
Así que esto ya no va de que nos seduzcan a nosotros, sino de que les gustemos a ellos y nos elijan como opción para desarrollar su carrera profesional. Esta apuesta también implica trabajar con ellos en sus países de origen para dotarles de la formación necesaria antes de que lleguen aquí. La formación en origen es una opción obligatoria si de verdad queremos resolver parte de nuestros problemas de déficit de profesionales.
En definitiva, la que hemos dado en llamar ecuación del empleo también pasa por considerar a los inmigrantes como opción absolutamente válida y necesaria para que ocupen puestos de trabajo cualificados, y esto no puede depender de su origen, sino de sus destrezas.
Algunos le llaman tolerancia, otros sentido de la oportunidad.