Existe una percepción de que la democracia está en peligro por la gran perdida de confianza en los partidos políticos. La falta de satisfacción con el desempeño de los partidos se expande a una insatisfacción con la democracia, a la propagación de una política cada vez más personalista y al nacimiento de nuevos partidos y líderes populistas o “anti-establishment”.

Esta desconfianza generalizada en los partidos políticos, que se expresa en todos los estudios de opinión pública, en Euskadi tiene unas características diferentes e incluso paradigmáticas que nos hacen ir a contracorriente de lo que sucede en el reto del Estado, y que se refleja en un hecho curioso: según datos del Sociometro, mientras los partidos políticos son la institución peor valorada en Euskadi – el 75% de la población vasca dice no confiar en ellos –, el Gobierno Vasco, las Diputaciones, el Parlamento Vasco y los Ayuntamientos – por este orden – tienen índices de confianza cercanos al 75%. Con estos índices de confianza hacia las instituciones podríamos pensar que están gobernadas por marcianos, en vez de por los representantes de los partidos políticos en los que la ciudadanía dice no confiar. 

En las elecciones al Parlamento vasco de 2020, el 49,22% de los votantes no acudió a votar, lo que significa un crecimiento de la abstención de 20 puntos en los últimos 15 años

Más allá de la broma, la crisis de confianza en los partidos políticos nos enfrenta a un doble problema. Por un lado, cuando la confianza en los partidos políticos disminuye, también lo hace su legitimidad y se cuestiona su capacidad para representar los intereses de la ciudadanía, lo que aumenta la probabilidad de que los ciudadanos y ciudadanas busquen otras alternativas políticas y apoyen a partidos que se presenten como “anti-establishment” o que promueven cambios radicales. Por otro lado, cuando la confianza en los partidos políticos disminuye, la ciudadanía, lejos de buscar otras alternativas, desconecta de los asuntos públicos y decide no participar en ellos.

Si observamos los índices de participación de las últimas elecciones celebradas en Euskadi, lo que vemos es una desconexión de la población hacia la política que se refleja en un aumento continuado de la abstención: en las elecciones al Parlamento vasco de 2020, el 49,22% de los votantes no acudió a votar, lo que significa un crecimiento de la abstención de 20 puntos en los últimos 15 años.

Asistimos a un proceso en el que la población parece haber desconectado de los partidos y ha confiado/delegado la gestión de los asuntos públicos en las instituciones, vinculándose cada vez menos en entidades de intermediación como son los partidos, sindicatos o asociaciones. Si los partidos políticos no nos generan confianza, si hemos delegado la gestión de los asuntos públicos en quien dirige las instituciones, si los partidos políticos no consiguen movilizar al electorado y los indices de abstención son cada vez mayores, cada vez está más cerca el día en el que nos encontremos con un resultado en el que el partido que gane la elecciones represente a una parte tan insignificante de la población que carezca de la legitimidad necesaria para gobernar. No se si estamos pensando lo suficiente en ello.