La firma del pacto educativo de abril de 2022 se vendió como un momento inolvidable derivado del "consenso histórico" entre los partidos. PNV, PSE, Bildu y Podemos de acuerdo en una ley. Lo nunca visto. El 90% de los parlamentarios en una misma línea. Y el sueño del lehendakari, Iñigo Urkullu, de lograr un "pacto de país" para varias décadas parecía al alcance de la mano.
Todo muy hermoso, es cierto, pero un tanto irreal. Los hechos, siempre tozudamente reveladores, evidencian ahora, un año después de aquel acuerdo tan impresionante, que el consenso ha saltado por los aires. Unos cuantos retrasos después, el borrador definitivo de la ley ya está aquí. Y por lo que parece, a falta de un proceloso trámite parlamentario, es que hay más desacuerdos que acuerdos.
Sintomático es el desmarque parcial que exhibía el PSE este mismo martes. Más claro aún es el enfado en Podemos, que ya lleva meses amagando con descolgarse del acuerdo porque a su juicio el Ejecutivo incumple la letra y el espíritu de lo firmado. Es decir, dos de los cuatro firmantes del célebre pacto no parecen nada contentos. No será, desde luego, porque aquí no lo hayamos advertido desde hace tiempo.
La realidad, más allá de los gloriosos anuncios a bombo y platillo, es que en el PSE discrepan sobre todo por la primacía del euskera y en Podemos por el papel difuso de la concertada. Ergo pareciera que las negociaciones de los últimos tiempos sólo han servido para que el PNV contente a Bildu. Así, en paradójica alianza, los nacionalistas, tan enfrentados ellos por tantas cosas, cantan victoria (y parcial, ojo) mientras en la izquierda se multiplican las dudas respecto al texto.
Es imposible que llueva a gusto de todos. Y empieza a germinar la idea de que Urkullu conseguirá su Ley, sea en esta legislatura o en la próxima, pero sin el consenso prometido. Aunque, claro está, también es posible que todas estas quejas obedezcan al teatro propio de los tiempos electorales. Entretanto es eso, precisamente eso, el tiempo, lo que se agota en los colegios.