Hace unos días Lander Arteche, consejero de la empresa familiar que lleva su apellido y actual presidente de Elkargi, recomendaba aprovechar la fiscalidad para amarrar los centros de decisión a Euskadi. Aludía claramente a las ventajas tributarias que actualmente están llevando a personas con ingresos elevados a establecerse en Madrid, donde no se paga impuesto de patrimonio ni de sucesiones. Cuando el empresario se marcha, también lo hace el centro de decisión de las empresas que dirige.
¿Cómo le ha respondido el Parlamento vasco? Con la pistola. Como técnicamente no es posible prohibir a un contribuyente cambiar su domicilio fiscal fuera de Euskadi, lo que se han empezado a imponer son limitaciones a sus empresas. La primera, aprobada esta semana, obligará a las compañías que se deslocalizan a devolver las subvenciones públicas que hayan podido recibir en los últimos ocho años. Es una medida aparentemente razonable, porque nadie quiere ayudar a alguien que después se va a otro sitio, pero que esconde un peligroso cambio de paradigma.
Las subvenciones persiguen objetivos relacionados con la creación de empleo y, en general, la generación de riqueza a través de la fundación y posterior crecimiento de las empresas. Por si fuera poco, algunas ayudas públicas actualmente disponibles buscan expresamente la inversión en el exterior, en la medida en que esa internacionalización mejora la solidez de nuestras compañías. Hay organismos como el Icex o Basque Trade que gestionan estas subvenciones y colaboran con las empresas para abrirles camino en otros países. Todo el mundo tenía hasta ahora claro que esto era positivo para todos, compañía y sociedad.
Algunas ayudas públicas buscan expresamente la inversión en el exterior, en la medida en que esa internacionalización mejora la solidez de nuestras compañías
Sin embargo, la recién aprobada Ley Reguladora del Régimen de Subvenciones de Euskadi ha introducido cuatro artículos que penalizan a las empresas que se internacionalizan en exceso. Si reducen su actividad en el País Vasco y abren en paralelo, en un plazo de tres años, fábricas en otros territorios, incurrirán en lo que se denomina "deslocalización empresarial" y tendrán que reintegrar cualquier ayuda que hayan podido recibir en los ocho años anteriores. Dicho de otra forma: queremos que nuestras empresas se internacionalicen pero solo a nivel comercial, para vender lo que producen en Euskadi.
Al margen de lo complejo que puede resultar probar que se producen estas circunstancias, el mensaje que lanzan las autoridades vascas a partir de ahora es sumamente negativo. Si creas una empresa o inviertes en una que ya existe, deberás tenerla amarrada al país contra viento y marea. O bien no pedir subvenciones, claro está. Compañías como CIE Automotive, Gestamp, Gamesa, Velatia, Tubacex o la mismísima Iberdrola entrarían sin género de duda en esa calificación de"deslocalización". Es más, casi todas las que se han internacionalizado manteniendo la sede social en Euskadi lo harían.
¿Conseguiremos así el ansiado arraigo? Probablemente sí. Pero a costa de hacernos menos competitivos a la hora de atraer emprendedores e inversores. Con la táctica de la amenaza que parece imponerse a partir de ahora, es altamente improbable que Euskadi geste o atraiga nuevas empresas como las que he mencionado anteriormente. Los políticos vascos no han debido entender que nuestro futuro está en atraer talento, no tanto en retener mano de obra poco cualificada. Solo quieren empresarios obedientes, una especie que hace años que se extinguió por estos lares.
Queremos que nuestras empresas se internacionalicen pero solo a nivel comercial, para vender lo que producen en Euskadi
Por cierto, a la hora de hablar de arraigo conviene traer a colación el ejemplo que Ignacio Martín, el último CEO de Gamesa antes del desembarco germano, puso recientemente en un evento de la Fundación Artizarra. Se trata de GKN, una firma inglesa de componentes de automoción que un buen día decidió comprar una fábrica eibarresa con planta en Zumaia. El capital es íntegramente británico desde 1994, lo que no ha impedido que la compañía vasca haya crecido e incluso exportado ejecutivos a otras filiales de la multinacional.
A juicio de Martín, el arraigo depende más del talento y la internacionalización que de otro tipo de factores. Lo que eran dos modestas fábricas vascas pudieron, vía GKN, convertirse en fuertemente exportadoras tanto de producto como de talento que ahora ocupa altos puestos directivos de la compañía en Londres. Otro ejemplo oportuno sería el de Gestamp, empresa cuyos propietarios siempre han estado en Madrid pero que se ha convertido en una auténtica cantera de ejecutivos vascos que circulan por el mundo. Lo importante no es tanto que los centros de decisión estén en Euskadi como que los ejecutivos que deciden tengan raíces vascas. Nada que ver, por tanto, con lo que se está legislando en Vitoria-Gasteiz.