Suele decirse que no hay más ciego que el que no quiere ver, y esa es una realidad constatable casi a diario. En la última semana hemos asistido en el ámbito político, a algo que podría denominarse como la crónica de las desavenencias anunciadas, que han tenido su traslación en el pleno del Congreso, que esta vez y por obras, se ha celebrado en el Senado, desavenencias que unos y otros convierten sistemáticamente en éxitos propios.
Se podía saber desde que conocemos el resultado de las últimas elecciones generales allá por julio del 23, que la configuración de Gobierno está lo suficientemente fragmentada como para que cada sesión se convierta antes, durante y después, en una especie de ring en el que unos y otros se van lanzando guantazos verbales, que a veces exceden la corrección y las formas.
Era absolutamente previsible que la correlación de fuerzas que apoyaron la investidura de Sánchez, y apoyan al Gobierno, es lo suficientemente dispersa y con intereses tan dispares, como para que haya que estar templando gaitas de una forma constante y con un encaje muy, muy difícil. Y no nos confundimos los que creemos que esta va a ser la tónica durante toda la legislatura, independientemente de que esta cubra o no el plazo previsto.
Y es totalmente cierto que en el rifirrafe político los que perdemos siempre, somos los
ciudadanos, que tenemos que ver impasibles cómo los representantes políticos están mucho más pendientes de mantenerse en el poder (unos), o de alcanzarlo (otros), que de resolver los problemas de todos.
Los últimos días son sin lugar a dudas, como para plantearse todo lo que está pasando con mirada crítica. Lo ocurrido en Madrid con los decretos del Gobierno y la tensión generada para poder sacarlos adelante, con el beneplácito de Junts ha sido extenuante e insisto, esto solo acaba de empezar. De seguir así es muy posible que el Gobierno deje de tener “caramelos” con los que contentar a los de Puigdemont, más antes que después, con lo cual perderán todo interés en apoyar a un Gobierno sobre el que ya han advertido por activa y por pasiva que no les genera confianza, que desconfían. Y esto sin duda, se podía y se puede saber.
Menos previsible tal vez, pero solo tal vez, era que en la primera de cambio los de Podemos, que ya han abandonado a Sumar, votaran en contra del decreto propuesto por Yolanda Díaz para entre otras muchas cosas, reformar el subsidio por desempleo, algo que se ha interpretado con toda lógica como un intento de patada a la líder de Sumar, patada que finalmente reciben todas aquellas personas que no van a verse beneficiadas por el cambio de la norma. Un auténtico despropósito sobre todo si tenemos en cuenta de dónde viene.
Si uno piensa lo que queda por delante se puede hasta marear. En la otra bancada las cosas están donde estaban, en aquello de cuanto peor mejor, para intentar forzar más antes que después un adelanto electoral, y ver si así cambian las tornas. Todo muy gratificante, educativo y aleccionador.
En paralelo estamos viviendo uno de esos problemas graves que inicialmente no están en la agenda, pero sobre los que hay que tener capacidad de respuesta. Me refiero a la crisis medioambiental que se ha generado con el vertido de pellets, y que por encima de cualquier otra consideración se ha traducido en un agrio intercambio de acusaciones entre Galicia y Madrid, no sobre el verdadero problemas, la crisis ecológica, sino sobre las formas, los avisos, las informaciones y la responsabilidad de cada uno, mientras los pellets siguen llegado a las playas, sin que nada ni nadie lo impida.
En medio de todo esto nos queda un mínimo rayo de esperanza, mientras los políticos se dedican a eso de las formas, al marketing político, los ciudadanos van al fondo, toman la iniciativa y se lanzan a la arena para recoger los residuos.
Una vez más y no será la única, la sociedad da lecciones a sus responsables. Habrá sin duda, muchas más ocasiones en las que nos adelantemos a las decisiones políticas, y esto, teniendo en cuenta el tablero de juego en el que nos movemos, también puede saberse.