Las alertas de “última hora” no cesan de sonar / GETTY IMAGES

Las alertas de “última hora” no cesan de sonar / GETTY IMAGES

Opinión

Las orejeras de la vida cotidiana

28 marzo, 2024 05:00

A estas alturas de la Semana Santa, la mayoría de nuestros lectores estarán ya de vacaciones, o de viaje, o con ganas de poner el día día en pausa, bajar el ritmo y olvidarse de lo que pasa en el mundo. 

La verdad es que la información y más concretamente los medios de comunicación, se han convertido en una trituradora de noticias en la que los acontecimientos entran sin parar pero duran bien poco en cartelera. Les pasa lo mismo que a las películas o los libros, que se caen de la programación o de las estanterías en menos que canta un gallo. Pasan muchas cosas, demasiadas para que una mente normal sea capaz de digerirlas previo paso por el entendimiento y el análisis. No hay tiempo para eso. 

No se ustedes pero yo tengo la sensación de que me estoy permanentemente perdiendo algo. Estoy suscrita a varios medios de información, no paran de llegar a mi correo electrónico newsletters, esos boletines de toda la vida adaptados a las nuevas formas tecnológicas y que se han puesto tan de moda, las alertas de "última hora" no cesan de sonar en mi móvil y cada día tengo varios podcast en cola esperando a ser escuchados. Todo esto en lo que a mi propio dispositivo se refiere. La televisión y la radio siguen ocupando su espacio. 

Total, que como el día tiene 24 horas y la cantidad de información es gigante me estoy viendo atacada por el fenómeno FOMO (Fear of Mising Out en inglés) que viene a ser el miedo a estar ausente o perderse algo. Comenzó a utilizarse este término aplicándoselo al temor que nos generaba perdernos un evento del que te has enterado por las redes sociales, habitualmente tarde. Hoy se aplica también a la ansiedad que nos genera no poder consumir toda la información que recibimos. Y no solo información. También es aplicable a no poder ver todas las series que nos recomiendan, leer todos los libros o escuchar todo lo que se emite en las infinitas plataformas. 

Estoy suscrita a varios medios de información, no paran de llegar a mi correo electrónico newsletters, esos boletines de toda la vida adaptados a las nuevas formas tecnológicas

A mí me genera nerviosismo ver cómo mi bandeja de entrada se llena de publicaciones de todo tipo. Geopolítica, economía, cambio climático, feminismo, filosofía cotidiana, el resumen del día, las primera noticias de la mañana, el avance de opinión del día siguiente… Todo eso llega de golpe y porrazo y lo suele hacer cuando ya te has pasado el día trabajando y solo tienes ganas de ponerte las orejeras y no hacer caso de todo lo que suceda fuera de tu hogar y ajeno a tu núcleo duro. Son esas orejeras de la vida cotidiana, las que afortunadamente te impiden seguir conectada a un mundo cada vez más loco. 

Así que llegan estos días de asueto y hay que plantearse seriamente dejar de leer, escuchar y ver todo aquello que nos perturbe y nos saque de nuestra situación de relax. Difícil pero no imposible del todo. Conectarse una vez al día, hacer un repaso general y volver a la calma. Esa puede ser una buena idea para librarnos de esta infoxicación en la que estamos inmersos. Nos hemos acostumbrado a vivir en un bombardeo constante de información y no hemos aprendido a colocar filtros. Y sí, son muy necesarios, especialmente cuando llega una cantidad desmedida de información negativa. 

Como para todo tenemos un nombre, para la búsqueda continua de malas noticias también lo hay, doomscrolling. Cada vez hay más personas afectadas por esta forma de informarse que les hace buscar noticias catastróficas que impulsan los pensamientos negativos. Esa búsqueda pretende darnos la sensación de que hay otros que están peor que nosotros así que tenemos más posibilidades de sobrevivir a tragedias, catástrofes naturales, guerras y todo tipo de violencias. Lo perverso es que ya no es necesario buscar esas noticias sino que nos vienen dadas.  

Nos hemos acostumbrado a vivir en un bombardeo constante de información y no hemos aprendido a colocar filtros

Hace unos días una amiga, nada sospechosa de apocalíptica, me decía que estaba pensando en sacar dinero en efectivo y guardarlo en casa ante la posibilidad de que estalle una guerra, otra, en Europa y nos encontremos de la noche a la mañana sin poder acceder al dinero que tengamos en las entidades bancarias. Me sorprendió pero ahí me dejó la duda. ¿Y si sí? Me da que la sobreexposición a la información y la sobreinformación es nociva, provoca desasosiego y es contraproducente. No solo por el miedo que genera sino por la manipulación de la que podemos ser víctimas. 

La guerra en Ucrania, Putin y su renovado mandato con sus amenazas de un posible ataque en Europa que provoque un conflicto mundial, las imágenes crudas del atentado en el centro comercial de Moscú en las que podemos ver cómo los terroristas rebanan el pescuezo de los asistentes al concierto, Gaza convertida en una zona en la que las personas mueren no solo por las balas sino también de hambre mientras poco a poco van perdiendo presencia en las cabeceras de los informativos, la amenaza de que Donald Trump vuelva a hacer grande a América al tiempo que anuncia un baño de sangre si no logra el triunfo, la competición entre China y EEUU, la corrupción instalada en los centros de poder y utilizada como arma arrojadiza entre políticos, jueces que permiten que un violador pague una fianza y salga de la cárcel, niños y niñas que mueren a manos de sus padres para hacer un daño insoportable a sus madres….

Todo esto es lo que ocupa nuestros dispositivos siempre acompañado de imágenes duras y crueles. El mundo pasa por un momento de cambios revueltos, turbulentos y acompañados de una revolución tecnológica que también nos mantiene en el desasosiego. 

Vayámonos de vacaciones, cambiemos de orejeras y dejemos de lado las de la vida cotidiana para ensanchar la mirada sobre otros asuntos que nos ayuden a perder el miedo que se instala con más fuerza cada día en una población que solo quiere vivir en paz. Difícil lo tiene, sí.