Sólo un odio cerval puede explicar que una o varias personas decidieran arrancar la placa en recuerdo a Miguel Ángel Blanco colocada en un parque de Vitoria el pasado enero. Sólo quienes odian pueden incurrir en una actitud tan intolerante. Claro que desentrañar qué ocurre en las mentes de los autores del ataque no es lo más relevante que toca preguntarse.

Lo que debemos cuestionarnos, al menos para servidor, es por qué no pasa nada. Por qué un ataque tan vil no abre los telediarios ni los periódicos. Por qué a nadie se le ocurre, qué se yo, acudir al lugar de los hechos para colocar una vela o un ramo de flores que combata a la sinrazón. Por qué en esta Euskadi amnésica estamos acostumbrados a este tipo de comportamientos inaceptables. Por qué, en suma, impera la indiferencia. 

Portadas de tres medios nacionales diferentes tras el asesinato de Miguel ngel Blanco a manos de ETA.

Puede argüirse para explicar la clamorosa apatía de la sociedad vasca que Euskadi ya no vive en los tiempos del terrorismo y que estos hechos son excepciones que confirman la regla de la convivencia entre diferentes. Los ciudadanos prefieren olvidar y mirar hacia adelante. No hay que exagerar. Etcétera. Todo eso es cierto y seguramente sirva, en efecto, como explicación. Pero a algunos todavía nos resulta insuficiente. 

La abulia generalizada no puede hacernos callar. Con nuestro silencio, ganan los verdugos y sus herederos. (...) Hablar de estas cosas sonará arcaico y no estará de moda, pero debe hacerse con más fuerza, si cabe, precisamente para buscar una convivencia basada en la verdad histórica y el respeto a las víctimas

La explicación de fondo es más profunda y acaso más incómoda. Cuando unos meses atrás atacaron también en Vitoria el monolito y la tumba de Fernando Buesa ya expuse aquí que en Euskadi, se quiera o no reconocer, sigue existiendo una suerte de ETA sociológica que está compuesta por personas que empatizan con los terroristas y, en el fondo, desprecian a sus víctimas. 

La abulia generalizada no puede hacernos callar. Con nuestro silencio, ganan los verdugos y sus herederos. Qué quieren que les diga, yo no quiero resignarme. Hablar de estas cosas sonará arcaico y no estará de moda, pero debe hacerse con más fuerza, si cabe, precisamente para buscar una convivencia basada en la verdad histórica y el respeto a las víctimas. Este ataque a la placa en recuerdo del concejal del PP en Ermua secuestrado y asesinado por ETA en 1997 evidencia una vez más que queda mucho por hacer en la deslegitimación del terrorismo

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