Nada en España une como el fútbol. Una vez más el estallido de alegría colectivo surgió del balón. La victoria de la Selección en la Eurocopa nos volvió a unir. Un lienzo compartido por millones de personas que se materializa gracias a los trazos imposibles de unos jugadores que anidarán en nuestras memorias. 

Los días de gloria son propicios para las metáforas y el lirismo desaforados. Seguramente sea exagerado afirmar que la Roja es el ejército desarmado de España. O decir que este grupo de futbolistas, con su mestizaje y su alegría y su creatividad, son el mejor ejemplo o el más hermoso reflejo de nuestra sociedad. O aseverar que este equipo nos reconcilia con lo que compartimos y nos aleja de la polarización que jalona los telediarios. O creer que los gritos colectivos frente a las pantallas gigantes son una forma de patriotismo moderno. O sostener que Luis de la Fuente y sus chicos representan valores como el esfuerzo.  

Seguramente, insisto, pensar todo eso resulte un despropósito. Y hoy mismo o mañana, quizás como mucho en dos días, volveremos a la realidad que siempre se impone tras los delirios de la masa. De hecho, es bueno no engañarse y saber que cuando lleguen las derrotas, que llegarán, esta unión coyuntural saltará por los aires. No importa, porque el gozo de los últimos días nadie nos lo puede hurtar. Eso que nos llevamos. Que nos quiten lo bailao. 

El fútbol, con sus múltiples defectos, es esa pasión de multitudes que nunca defrauda y siempre sorprende. Nos unió la Selección como en triunfos previos. Pero, eso sí, aquí, en Euskadi, algunos, los exaltados de siempre, en realidad, evidenciaron su fanatismo. Esos jóvenes que en pleno centro de Donostia robaron la bandera a una joven, esos otros que en Elorrio colocaron pancartas y pintaron mensajes de odio contra Oyarzabal y Merino o esos otros ya más añosos que vomitan rencor en las redes sociales representan, pese a todo y por suerte, la excepción.

La libertad es irrenunciable. Es legítimo desear que España no gane y alegrarse de sus fracasos. O abrir el debate sobre la selección vasca. Claro que sí. Porque el nacionalismo es una idea romántica que siempre se construye contra otro. Allá cada cual con su credo y sus gustos. Pero es necesario pedir a los fanáticos como los citados que respeten a los vecinos de Euskadi que sí disfrutamos viendo a Nico Williams, Unai Simón, Mikel Oyarzabal, Dani Vivian, Martín Zubimendi o Mikel Merino levantando la Eurocopa. Sólo es fútbol, ¿no?

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