El PNV camina hacia su renovación. El pasado 31 de julio, Día de San Ignacio de Loyola, fecha de la fundación del partido de Sabino Arana, el presidente jeltzale, Andoni Ortuzar, anunciaba que en el Alderdi Eguna (Día del Partido) del próximo septiembre comenzará un proceso de renovación interna de seis meses que concluirá con una asamblea que elegirá una nueva dirección en marzo.
El anuncio sonó a gran noticia, pero en realidad era un paso esperado en un momento difícil para la formación. Sí, es cierto que los peneuvistas continúan en Ajuria Enea con Imanol Pradales como lehendakari y también dirigen las tres diputaciones forales y mantienen las alcaldías de dos de las tres capitales vascas. Visto así, no parece que sea tan traumático.
Sin embargo, el reciente ciclo electoral no es para tirar cohetes. Los últimos resultados electorales preocupan y ocupan a la dirigencia peneuvista. En las autonómicas del 21-A empataron a escaños con Bildu y a punto estuvieron de perder la hegemonía como fuerza más votada. En las europeas posteriores fueron tercera fuerza en Euskadi. Y aún se recuerdan los inesperados resultados de las municipales, forales y generales de 2023.
La apuesta del Euskadi Buru Batzar por Pradales como sustituto de Iñigo Urkullu acabó saliendo bien, justo es reconocerlo, pero al mismo tiempo generó un ruido interno que todavía perdura, sobre todo al leer determinados artículos con cargas de profundidad en las páginas de 'Deia'.
La gran duda sobre el futuro del PNV es la continuidad de Ortuzar. El presidente tiene que decidir si opta a un cuarto mandato para pilotar los cambios o si lo deja en manos de otros. Si servidor tuviera que apostar, lo haría por su salida, por una cuestión generacional, porque no parece lógico renovarse con el mismo presidente y porque ya se escuchan voces jeltzales autorizadas como la de Koldo Mediavilla que hablan de que el partido necesita "nuevos dirigentes". Pero en política nunca se sabe y, por qué no decirlo, Ortuzar parece seguir en plena forma.
Más allá de los resultados o las cuitas o los nombres, el PNV afronta ante todo un dilema ideológico. No en vano, el propio Ortuzar habló de una asamblea de refundación, como la de Pamplona de 1977, primera tras la dictadura franquista, y como la de Zestoa de 1987, tras la dolorosísima escisión de EA.
La tradicional línea del PNV no termina de casar con formar parte del llamado "bloque progresista" en el Congreso. A nadie informado en Euskadi se le escapa el malestar entre sectores del empresariado por algunas decisiones del PNV al apoyar al Gobierno de Pedro Sánchez.
Además, las preocupaciones de la sociedad vasca son distintas a las del pasado. Hay que afrontar retos como el ecológico, el migratorio o el digital. Son necesarias nuevas recetas para estos nuevos tiempos. Incluidas las fórmulas para combatir el desgaste por los errores en la gestión -Osakidetza es la clave- y para conseguir una nueva imagen frente a las acusaciones de endogamia y enchufismo.
Y por último, acaso lo más importante. Con la presión de Bildu y el posible 'sorpasso' -eso que hace nada era impensable-, los peneuvistas tienen que decidir si aprietan o no el acelerador en materia soberanista.
Sólo renovarse o llegar a refundarse. Esa es la cuestión. Con o sin Ortuzar.