Pedro Sánchez e Imanol Pradales, durante el encuentro que han mantenido este viernes en el Palacio de Ajuria Enea, en Vitoria / EFE

Pedro Sánchez e Imanol Pradales, durante el encuentro que han mantenido este viernes en el Palacio de Ajuria Enea, en Vitoria / EFE

Opinión

¿Qué será del PNV?

19 agosto, 2024 05:00

No es que el PNV esté contra las cuerdas ni, mucho menos, en la lona, pero se encuentra en una situación llena de incertidumbres, que es, por otro lado, como suelen encontrarse los partidos políticos cada cierto tiempo, según va cambiando la situación política y los resultados electorales se tornan preocupantes o no lo suficientemente satisfactorios, lo que los obliga a renovarse ideológicamente, cambiar candidatos y sustituir dirigentes. Algunos pasan a ser irrelevantes o incluso desaparecen. Lo que ocurre es que el PNV ha sido siempre mucho PNV (todavía lo es bastante) y durante mucho tiempo ha disfrutado de una hegemonía casi absoluta en el País Vasco que lo hacía intocable, y de la influencia suficiente en el Congreso de los Diputados que lo llevó a convertirse en el niño mimado de la política española: casi un partido de Estado, según los más ingenuos, temerosos o pazguatos, aunque en el fondo fuera justo lo contrario.

La última gran crisis de los jeltzales data de la escisión traumática que desembocó en el surgimiento de EA y se logró encarrilar con la asamblea extraordinaria celebrada en Zestoa en 1987, esa que recuperó el liderazgo de Xabier Arzalluz, que duraría hasta 2004, sustituido en ese año por Josu Jon Imaz, que era otra cosa. Por lo demás, el PNV fue una balsa de aceite durante décadas cuya actividad principal fue ir recogiendo las nueces del árbol movido por la banda terrorista ETA, que una cosa es oponerse dialécticamente a la violencia y otra no sacar provecho de la que se ejerce contra tus adversarios, lo que es peor que permitirla. Desde la escisión de 1986, quizás solo ha habido dos momentos en los que el PNV se encontró incómodo sin que tales acontecimientos pasaran a mayores: por un lado, cuando en 2009 perdió la Lehendakaritza tras el apoyo del PP y servidor a la candidatura del socialista Patxi López; por otro lado, cuando en las elecciones generales de 2015 fue superado en Euskadi por Podemos, impulsado por su implosión política y sus más de cinco millones de votos en toda España. Sin embargo, en 2009 fue el partido más votado, el disgusto duró lo que tardó en llegar la legalización de la "izquierda abertzale" y pudo recuperarse pronto e incluso adquirir nuevos bríos con Andoni Ortuzar de presidente e Iñigo Urkullu como candidato a lehendakari. Y en cuanto al sorpasso de Podemos, aquello fue flor de un día y el PNV se recuperó rápidamente del susto.  

Sánchez ha legitimado a EH Bildu como nada menos que "partido democrático y progresista"

Las cosas han ido cambiando durante los últimos años y el PNV ya no tiene asegurados ni la hegemonía en Euskadi (ha sido tercera fuerza en las últimas elecciones europeas) ni los votos que lo hagan decisivo en el Congreso de los Diputados. Porque las circunstancias políticas han cambiado y se han vuelto impredecibles; y porque el PNV, aunque resiste y no se ha venido abajo, ha envejecido peor que la mayoría, y, sobre todo, mucho peor que su principal adversario, EH Bildu, que ha sabido venderse como alternativa especialmente entre los más jóvenes, los que desconocen, porque no se les informa, su histórica connivencia con ETA. Además, Sánchez ha legitimado a EH Bildu como nada menos que "partido democrático y progresista", como si su negativa a condenar a la banda, su participación en los homenajes a miembros de ETA y su nacionalismo etnicista permitieran decir cosa semejante, pero qué más da lo que uno de verdad sea si lo que de verdad importa es lo que parece o cómo se venda. Sea como fuera, el PNV tiene un problema serio que deberá ir resolviendo en los próximos meses; sustituido Iñigo Urkullu por Imanol Pradales, falta sustituir a Andoni Ortuzar, que no representa precisamente lo que exigen los nuevos tiempos.

Y será en el Alderdi Eguna (Día del Partido) del próximo mes de septiembre donde comenzará un proceso de renovación interna que concluirá en una asamblea que será la encargada de elegir a la nueva dirección, allá por el mes de marzo. Ni siquiera sabemos cómo estará España pasado mañana, así que en primavera no queremos ni pensarlo, porque, con Pedro Sánchez, todas las opciones están abiertas, sobre todo las peores. Y ahí será donde se decida la nueva dirección del PNV y su nueva ubicación ideológica y estratégica desde la que poder enfrentar los retos de unos tiempos muy escurridizos y movedizos. En Euskadi, intentará ganar su lucha fratricida con EH Bildu que le permita mantener el amplísimo poder político que todavía atesora, ese que le ha permitido hacer y deshacer a su antojo durante décadas. En España, tratará de encontrar la ubicación precisa que le permita hacer lo que siempre hizo: apoyar o apoyarse en el PSOE y en el PP según lo que le conviniera, sin que apenas hubiera adversarios dispuestos a ejercer ese papel de complemento necesario a izquierda o a derecha que ahora están dispuestos a ejercer muchos otros: desde el resto de formaciones políticas nacionalistas e independentistas hasta Sumar o Podemos e incluso Vox, dado que el bipartidismo imperfecto que lo condicionó todo desde el inicio de la democracia pasó a mejor vida. Y ahora ni el PSOE ni el PP podrán gobernar solos, por lo que necesitarán el apoyo del resto. Y el PNV no se encuentra demasiado cómodo ni en estas aguas turbulentas ni formando parte de la coalición supuestamente progresista que permite a Sánchez seguir en la Moncloa; de hecho, este apoyo que le sigue brindando desde Euskadi está provocando ciertas discrepancias entre algunos de sus electores históricos, parte del empresariado entre otros.

Al PNV no le interesa que colapse nada sino que funcionen las cosas como funcionaban antes: a trancas y barrancas.

Y porque, como decía más arriba, ese papel de complemento al PSOE lo está ejerciendo también EH Bildu, a pesar de acusar durante años a los jeltzales de traidores por ejercerlo. Pero ahora se lleva el pragmatismo, que es tratar de esquilmar al Estado todo cuanto sea posible, en una España convertida en un puzle de piezas enfrentadas y al borde del colapso. Y al PNV no le interesa que colapse nada sino que funcionen las cosas como funcionaban antes: a trancas y barrancas. Y es que incluso los que necesitan chantajear al Estado necesitan que el Estado exista.

Son, como digo, tiempos revueltos. Cataluña tendrá su propio concierto económico que convertirá al Estado en residual e incapaz de ejercer su papel de redistribuidor y cohesionador económico y social, lo que pondrá al concierto económico vasco en el disparadero. O quizás haga saltar todo por los aires. Es probable que Sánchez deba convocar elecciones en cuanto se confirme, después del verano, que no tiene los apoyos suficientes para aprobar ninguna ley relevante, entre otras la de Presupuestos. Las tensiones separatistas se agravarán y es probable que el PP tenga opciones de volver a la Moncloa, con o sin Vox de la mano. Lo que hará que el panorama político cambie radicalmente salvo que todo se haya ido definitivamente al carajo. En Euskadi, el PNV deberá enfrentarse a los problemas que lo circundan: la vivienda, la inmigración o la depauperación de Osakidetza. Y habrá que ver cómo queda el papel del País Vasco en la nueva España confederal que Sánchez está imponiendo sin reforma constitucional ni consulta a la ciudadanía.

En pocos años es posible que nada sea igual. Ni siquiera el PNV.