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No es nuevo, ni mucho menos, el señalamiento de la irresponsabilidad en el espacio de la política. Siempre ha sido, de hecho, uno de los pilares argumentales de toda oposición y de toda reacción a la oposición, acusar al contrincante político de irresponsabilidad. La intención de su uso ha sido transmitir la escasa capacidad del contrario para ocuparse de las arduas tareas del gobierno que requieren, ante todo, responsabilidad.

El ideal del gobernante responsable es el que, con o sin conocimiento específico de un asunto de gobierno, es capaz de encargarse del mismo y de asumir los resultados. Por ello, ni la ministra de Sanidad tiene por qué ser médica ni el de Transportes ingeniero de obras públicas. El caso que lo explica mejor es el de la persona encargada del ministerio de Defensa: mejor si no es un militar

Pues bien, creo que este arquetipo del gobernante responsable está cambiando con otros cambios de fondo de la política del siglo XXI. Si esta apunta a unas racionalidades en el posicionamiento ideológico, el debate público y el voto muy diferentes de las que se conocieron en el siglo XX, puede que también veamos aflorar a un tipo de dirigente político que prescinde deliberadamente del valor de la responsabilidad, con lo que resultará también bastante irrelevante señalarle su irresponsabilidad. 

Todo esto de la polarización, del insulto, de la red X no son sino síntomas de un cambio de fondo en la concepción de la política y de su utilidad social

No nos cansamos de oír que el debate político está completamente polarizado, que el debate público, tenido sobre todo en las redes sociales, se sostiene más en el insulto que en el argumento y que votamos en consecuencia con las tripas más que con la cabeza, como si fuera una final deportiva más que el momento de elegir unos representantes y un gobierno.

La despedida que Arturo Pérez Reverte le ha dispensado a Antón Losada en X, el ecosistema perfecto para todo ello, es elocuente al respecto. Lo que le fastidia al exitoso escritor no es el uso que el periodista hiciera de esa red sino que se vaya, que se evapore el objeto de su ira.

Me parece que todo esto de la polarización, del insulto, de la red X no son sino síntomas de un cambio de fondo en la concepción de la política y de su utilidad social. Ahí puede encajar bien una nueva personalidad política que se desprenda de la responsabilidad o que incluso exhiba como un valor lo contrario.

Lo vamos a ver en EEUU desde enero del año que viene pues prácticamente no hay puesto relevante para el que Trump no haya escogido a personas cuyo mérito más reseñable es haber manifestado una profunda irresponsabilidad respecto de la institución que debe gobernar.

En varios de ellos concurre, como el propio presidente electo, la sospecha, o algo más que sospecha, de casos de agresión sexual, incluso en el próximo fiscal general; en el caso del futuro secretario de Sanidad es conocido su posicionamiento radicalmente contrario a las vacunas y en el encargado del Medicare su entusiasmo por las pseudoterapias. Parece que lo último que se espera es responsabilidad, como tampoco parece concernido por ella el próximo presidente norteamericano.

Con una actitud adolescente primero no decía dónde estaba mientras la tragedia se acercaba, luego resulta que estuvo tres horas con una periodista que, cosa inaudita en esa profesión y recibiendo el encargo de dirigir la televisión pública valenciana, ni se entera, al parecer, de la que está cayendo y finalmente llegando tarde, tardísimo, a una reunión crucial

Con la demostración contundente de que el cambio climático es un hecho indiscutible y hasta qué punto puede matar, se ha abierto en nuestro país un espacio para que el distanciamiento entre política y responsabilidad se vea claramente. El presidente de la Generalitat, la persona encargada de decidir el grado de alerta y de poner en marcha los mecanismos correspondientes, no ha podido dar más muestras de irresponsabilidad.

Con una actitud adolescente primero no decía dónde estaba mientras la tragedia se acercaba, luego resulta que estuvo tres horas con una periodista que, cosa inaudita en esa profesión y recibiendo el encargo de dirigir la televisión pública valenciana, ni se entera, al parecer, de la que está cayendo y finalmente llegando tarde, tardísimo, a una reunión crucial. Toda la respuesta que ha dado en las Corts valencianas se resume fácilmente: yo no he sido.

Esta irresponsabilidad, lejos de llevar a una pérdida de confianza por parte de los dirigentes de su partido resulta aplaudida y amplificada. Irresponsabilidad sobre irresponsabilidad, el PP tampoco ha sido y, mucho menos, está dispuesto a asumir responsabilidad alguna, pero sí ofrece a Manfred Weber la ocasión que estaba esperando para darle una patada en la espinilla a Ursula von Der Leyen.

Irresponsabilidad también en ese ámbito europeo, donde se busca cabeza que castigar en la única persona en todo este desatino que actuó con cierta responsabilidad. Ester Muñoz, la diputada del PP encargada del marrón de defender a Mazón en el Congreso de los Diputados, lo ha visto claro: nosotros no somos responsables, la culpa es de la ministra Ribera solamente porque es candidata a un puesto relevante en la Comisión Europea. 

Teresa Ribera y Carlos Mazón en un acto del pasado febrero. Generalitat

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