Luces de Navidad.

Luces de Navidad. @javicolina1 via TikTok

Opinión

Las 'lucecitas' de Navidad

Aner Ansorena
Publicada

Muchas política y economía detrás de cuatro luces.

Estas semanas hemos visto drones, botones gigantes, música y muchas luces, en los ya típicos encendidos de la iluminación navideña en ciudades y municipios vascos. Contentos por no parecernos a Vigo, que el año que viene tal vez se anime a encender la iluminación navideña en agosto.

En Euskadi le tenemos muchas veces pereza al otoño e invierno, decimos frases como “se hace oscuro enseguida”, “las calles se ponen tristes”, “son las ocho y ya estamos cenados”… y la verdad es que todo se empieza a parecer a Mordor, hasta que se encienden las luces de Navidad.

Pero no nos creamos que con eso estamos felices otra vez, “cuánto gasto”, “mucho hablan sobre la energía, la sostenibilidad y ahora ponen mil bombillas”, y así puedo estar un rato. ¿Estamos contentos alguna vez? Pues este es el gran reto que tenemos encima, una sociedad muy diversa y empoderada, sobre todo para dar su opinión individual.

Si el ayuntamiento tira la casa por la ventana y monta un espectáculo que se ve desde la Luna, le caerán las críticas por poco ecológico y derrochador. Si, en cambio, apuesta por la austeridad, se dirá que no piensa en el comercio, que tiene el pueblo apagado y triste

Es algo que veo constantemente gestionando la comunicación y redes sociales de diferentes ayuntamientos en Euskadi y Navarra, a la mínima nos quejamos públicamente, exigimos que todo se haga como nosotros queremos, ya que pagamos impuestos. Os cuento un secreto: esta frase a los políticos les pone de los nervios.

El ejemplo de las luces de Navidad es perfecto para entender lo difícil se hace a veces gestionar un ayuntamiento, cosa que desde nuestra casa nos parece más sencillo de lo que es. Se acerca la Navidad, pero también el debate político, porque aunque parezca mentira, algo tan simple como encender unas bombillas en nuestras calles se convierte en todo un ejercicio de equilibrios y reproches.

Lo hemos visto muchas veces: si el ayuntamiento tira la casa por la ventana y monta un espectáculo que se ve desde la Luna, le caerán las críticas por poco ecológico y derrochador. Si, en cambio, apuesta por la austeridad, se dirá que no piensa en el comercio, que tiene el pueblo apagado y triste. Conclusión: poner luces nunca había sido algo tan político.

En las ciudades, esto es casi un clásico. Ya sabemos que los comerciantes presionan porque diciembre es su "final de curso", ese momento en el que te juegas todo a una carta. Más luces, más ambiente; más ambiente, más ventas.

Las luces y las actividades no son solo un adorno: son lo que hace que el pueblo se llene de vida. ¿Os habéis fijado cómo cambia un pueblo cuando se encienden las luces de Navidad? Vuelve la gente que vive fuera, los críos corretean por la plaza, y hasta Olentzero y Maridomingi parece que tienen más ganas de pasarse por allí. Por eso, los alcaldes juegan un papel clave.

Eso sí, la oposición siempre está al acecho. Porque esto de las luces es el caramelito perfecto: si hay muchas, mal; si hay pocas, peor. Si se gasta mucho, derroche. Si se gasta poco, abandono. Es la clásica discusión política que se repite cada diciembre, pero que tiene su gracia porque siempre acaba igual: el gobierno local defendiéndose y la oposición buscando su momento de gloria.

Los pueblos y ciudades no necesitan competir entre ellos a ver quién brilla más, sino acertar con lo que su gente necesita

El problema, o la gracia, es que a veces nos olvidamos de lo importante. ¿Se toman estas decisiones pensando en la ciudadanía? Al comercio, por ejemplo, no le importa tanto si las luces son LED o halógenas; lo que quieren es que las calles estén llenas. Y cada vez más gente pide equilibrio: cuidar la economía local, sí, pero sin convertir el pueblo en Las Vegas.

Por eso, lo que hace falta no es tanto una batalla por las luces, sino un poco de sentido común. Los pueblos y ciudades no necesitan competir entre ellos a ver quién brilla más, sino acertar con lo que su gente necesita: un mercadillo bien hecho, un árbol bonito, unas luces que animen pero no deslumbren, y sobre todo, algo que invite a salir y a disfrutar.

Yo, como siempre, estaré atento. Que con las luces de Navidad, uno nunca sabe si está viendo un espectáculo o el enésimo capítulo de nuestra telenovela política favorita.