Narcisistas, horteras y peligrosamente aburridos: así son los nuevos amos del mundo
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Elon Musk todo disfrutón en la investidura de Trump es el mejor resumen de una gran evidencia: a estas alturas de la película, en una sociedad que empieza a parecer distopía, el poder ya no viste trajes presidenciales ni recita discursos bajo la bóveda del Parlamento. Qué va.
Ahora se pasea en yates de tres pisos, gasta fortunas en cohetitos para colonizar Marte y manipula algoritmos para construir una nueva verdad. A los mandos, señores narcisistas y horteras ebrios de dominio que no necesitan la parafernalia de las instituciones democráticas porque ya poseen algo más efectivo: el control directo de las palancas del mundo moderno.
Sobre esto reflexionaba el otro día Jesse Armstrong, creador de 'Succession'. La realidad siempre supera a la ficción, y su serie es un ejemplo fascinante. Sin darnos cuenta, nos hemos convertido en vasallos, esclavos o robots, llamémoslo como queramos, de señores caprichosos que no dependen de campañas ni votos para tener la batuta porque las fabrican ellos mismos con cantidades obscenas de billetes y el deseo de usarlos para satisfacer un ego sin fondo.
A eso hemos llegado con este capitalismo grotesco. Nuestro destino ha quedado en manos de personas obsesionadas con el único objetivo de acumular más. Más dinero, más relevancia, más influencia
Al final, los políticos son meros cortesanos. Marionetas colocadas en primera línea para pringar mientras estos tipos se parten la caja desde una mansión flotante con pista de pádel y urden el próximo plan para no aburrirse. Mucho miedo.
A eso hemos llegado con este capitalismo grotesco. Nuestro destino ha quedado en manos de personas obsesionadas con el único objetivo de acumular más. Más dinero, más relevancia, más influencia. Es gente que se ha acostumbrado a tenerlo todo y, por eso, ojo ahí, hará lo que haga falta para seguir divirtiéndose. Evidentemente, a nuestra costa.
No es casualidad que los niveles más altos de depresión se sitúen en los extremos de la pirámide económica. En el caso concreto de Estados Unidos, habría que distinguir entre quienes ganan menos de 12.000 al año y los que superan los 7,5 millones. En ambos casos es como si la vida estuviera condenada al vacío, aunque por razones opuestas.
La insatisfacción de estos megarricos es peligrosísima. Mucho más que dejar a niños malcriados campando a sus anchas en un laboratorio. Cuando Musk juega con Twitter, no solo enmierda una red social, amenaza el debate público global
Los primeros luchan por sobrevivir, a sabiendas de que cuando cada día comienza como una batalla lo normal es acabar por los suelos. Los segundos se afanan por encontrar el gustirrinín a una existencia donde ya no hay retos, ni límites, ni adversidades. Así que buscan emociones como quien lanza dardos con los ojos cerrados, sin importar dónde apunten.
La insatisfacción de estos megarricos es peligrosísima. Mucho más que dejar a niños malcriados campando a sus anchas en un laboratorio. Cuando Musk juega con Twitter, no solo enmierda una red social, amenaza el debate público global. Y qué me decís de Jeff Bezos pasando la escoba en Amazon. Lo de menos es su intención de ampliar márgenes: está moldeando un sistema que convierte la explotación en norma y el bienestar en utopía.
Es lo que tiene vivir en lo más alto de una torre desde la que difícilmente puede distinguirse el bien del mal, y desde allí continuar buscando experiencias excitantes. Al final, convierten nuestros destinos en su campo de experimentación y pierden la conexión con cualquier sentido de ética o responsabilidad.
El mundo es su Monopoly. Y nosotros, las fichas.
Dicho de otra manera, y volviendo al guionista de 'Succession': "El gran peligro del capitalismo es que nuestras vidas están en manos de las personas más tristes e insatisfechas". Eso, y un poquito psicópatas.
Este sistema no está hecho para premiar la empatía ni el impacto positivo, para nada. Selecciona y recompensa a quienes eliminan competidores sin pestañear y dejan a su paso campos arrasados, aquéllos dispuestos a sacrificar los mismos valores que de puertas para afuera defienden. Porque, no nos engañemos, ¿qué gente suele hablar más alto sobre la familia, la tradición, la fortaleza moral…? Justo la que sería capaz de vender a su madre para pegarse el moco por ser el primero en patentar una app que cobre por respirar aire más limpio.
Se trata de un juego cruel donde la compasión es desventaja y la ambición sin límites, el requisito estrella para llegar a la cima. Y lo peor es que hay personas capaces de admirar a estos tipejos, porque representan esa fantasía de que las mansiones, las tías buenas, los trajes de astronauta y cualquier otra excentricidad dan sentido a la vida.
La cosa pinta fea y, sin embargo, me gusta pensar que no todo está perdido. Que Eduardo Galeano no se había bebido un batido de purpurina y unicornios cuando dijo aquello de “mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”.
Supongo que estamos muy lejos de alcanzar un modelo capaz de poner a las personas y el planeta en el centro. Pero me merece la pena creer que, dentro de los márgenes, podemos mover montañas y dibujar nuevos paisajes
De hecho, si ponemos la lupa en este panorama desolador encontraremos ejemplos que rompen el molde. Una cooperativa que resiste al monstruo de las multinacionales, una empresa que decide medir su éxito por el impacto positivo en lugar de los dividendos, un activista que se empeña en enseñar a otros que no todo está en venta. Pequeños focos de luz en una estructura originalmente diseñada para apagar cualquier chispa que no sirva al dios del beneficio y la falta de escrúpulos.
No sé, supongo que estamos muy lejos de alcanzar un modelo capaz de poner a las personas y el planeta en el centro. Pero me merece la pena creer que, dentro de los márgenes, podemos mover montañas y dibujar nuevos paisajes. Llamadlo esperanza, llamadlo autoengaño. En todo caso, lo prefiero a acabar como ellos: llorando cuando nadie los ve, con los mocos colgando, copa de champán y cuatro lexatines, porque la felicidad tampoco llegó con la investidura del 'Risketo'.