Tolerancia cero con la violencia de género

Tolerancia cero con la violencia de género

Opinión

Señoros, el tiempo se acaba

La periodista Bego Beristain reflexiona sobre la violencia de género y la importancia de los espacios refugio como herramientas para las mujeres afectadas

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Publicada

Cuando yo era estudiante universitaria, entre los años 1985 y 1990, internet era algo incipiente. De hecho, la primera conexión plena a la red en España se produjo a finales de ese año, 1990. Entonces, las notas de nuestros exámenes no se publicaban online ni te llegaban directamente a tu correo electrónico o a tu teléfono. El día en el que las notas se hacían públicas, cientos de chicos y chicas nos agolpábamos frente al tablón de anuncios en el que el profesor o profesora había colgado el folio con los resultados de las pruebas. Nada de protección de datos ni de intimidad; saber qué había sacado uno u otra era tan sencillo como mirar la lista.

Sucedió en una ocasión que tras mi nombre no había nota alguna, como si no me hubiera presentado al examen. Sí lo había hecho y además esperaba un buen resultado de ese examen. A pie de página una nota decía que aquellas personas que no tuviesen una clasificación seguida de su nombre debían pasar por el despacho del profesor para revisar la prueba. Así que allá me fui yo, a pelear por una nota que me parecía muy extraño fuese baja cuando tenía la certeza de que aquello había salido muy bien. Pero como el poder de aprobar o suspender, poner buena nota o mala, era del profesor, no quedaba otra alternativa que pasarse por el despacho. 

Cuando entré, el examen estaba sobre la mesa, pero la conversación no giró precisamente sobre si los medios de comunicación tal y como los conocíamos a finales del siglo XX tenían algún futuro ante la llegada de internet o no. Muy lejos de esto, las preguntas que hizo el profesor se refirieron a mis hábitos en el tiempo de ocio, a mi cuerpo, a mis planes para el fin de semana y a la posibilidad de compartirlos. Yo no salía de mi asombro, sabía que ese profesor estaba intentando ligar conmigo pero no le lancé ningún reproche; simplemente respondí a las preguntas, no fijé cita alguna y salí del despacho tan pronto como pude.

Se lo tomaron a broma y lo interpretaron como que el profesor era un ligón y aprovechaba la oportunidad de citarte en su despacho para intentar tener citas con sus alumnas

Me parecía que me había sucedido algo increíble y sentía que aquello había estado mal, pero cuando lo comenté en mi entorno universitario nadie sintió que esa conversación no debía de haber tenido lugar; simplemente se lo tomaron a broma y lo interpretaron como que ese profesor era un ligón y aprovechaba la oportunidad de citarte en su despacho para intentar tener citas con sus alumnas. 

Hoy me pregunto cuántas mujeres se vieron sometidas a esa conversación y si alguna cayó en el engaño de seguir hablando de periodismo fuera de los muros de la Facultad. Y me pregunto también qué pasaría si fuese hoy cuando a una estudiante le cita un profesor en su despacho para cuestionarle por todo menos por el examen. 

La respuesta la hemos visto estos días al haberse activado el protocolo contra la violencia de género por parte de la UPV-EHU después de que varias alumnas hayan denunciado a un profesor de la Facultad de Letras de Vitoria. Según las denuncias, el profesor habría citado en su despacho a las mujeres que ahora le denuncian por acoso, tocamientos y comentarios de índole sexual. Al parecer estas situaciones no son nuevas sino que llevarían produciéndose varios años. Muchos años si tenemos en cuenta que esa situación la viví yo cuando aún faltaba una década para que finalizase el siglo XX. 

¿Cómo es posible que en todo este tiempo no hayamos sido capaces de hacer ver a los señoros que tratan a las mujeres con una condescendencia tan sumamente molesta o que directamente utilizan su posición de poder para acosar a las estudiantes, que eso que hacen es una agresión?

No lo hemos logrado porque a quienes banalizan las agresiones verbales diciendo que son piropos, por ejemplo, o a quienes les parece que ya no puedes ni acercarte a una mujer sin que te denuncie o a quienes niegan directamente la violencia de género que ha dejado 1.300 mujeres muertas solo en España desde que se registran, a todos esos les sigue pareciendo que las mujeres somos unas histéricas que tenemos mucha habilidad para mentir y que somos capaces de cualquier cosa por hundir la vida y la carrera de un hombre.

Y lo preocupante es cómo este mensaje de la ultraderecha está calando entre los chicos más jóvenes que no solo no quieren oír hablar de la nueva masculinidad sino que se refuerzan cada día asumiendo los postulados de quienes siguen pensando que estamos muy creciditas y hay que bajarnos los humos. 

Tenemos un grave problema de machismo así que el trabajo que cientos de mujeres están haciendo en las redes sociales y la comisarias para denunciar las actitudes de esos hombres que normalizan las agresiones de cualquier tipo tiene que ser apoyado tanto por la ciudadanía como por las instituciones. 

Decir que las denuncias que se hacen públicas por cuentas de redes sociales como @denuncias_euskalherria no sirven para nada o que son directamente falsas es intentar perpetuar situaciones de agresión y de poder que nos llevan después a cifras escalofriantes como la que recientemente ofrecía el Balance de Criminalidad 2024 del Ministerio de Interior y que concluían que, de media, seis mujeres denuncian cada semana haber sido violadas en nuestra comunidad autónoma.

Las mujeres que crearon esa cuenta de Instagram para lanzar las denuncias, lo hicieron con la intención de que las agredidas tuvieran un lugar en el que no sentirse cuestionadas ni avergonzadas y sí apoyadas por quienes creemos que es una buena manera de lanzar una primera denuncia. Por supuesto, después hay que dar el paso y dirigir la denuncia al juzgado para que se abra la investigación y finalmente los culpables, si lo son, sean condenados. 

No hemos avanzado mucho por la parte masculina pero si tenemos cada vez más lugares refugio y herramientas para que las situaciones de acoso que se viven, por ejemplo, en algunos despachos de la Universidad, no queden impunes. Señores, señoros acosadores, ya no nos callamos.