El reconocimiento del Estado de Palestina y la barbarie sobre Gaza son el núcleo en torno al que gira la 80ª Asamblea General de la Naciones Unidas. Una reunión a la que de los 193 países que la componen, 157 han reconocido políticamente el Estado palestino.
Los últimos en hacerlo han sido Portugal, Canadá o Australia y en especial Francia y Reino Unido por su gran carga simbólica. No solo porque son dos de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU con derecho a veto, sino por la carga de valor histórico que conlleva este reconocimiento de ambos países europeos.
Francia y Reino Unido fueron los artífices del reparto territorial en Oriente Próximo en 1916 en virtud a los “acuerdos de Apricot” para fragmentar el antiguo Imperio Otomano en áreas de influencia. Un año después, el primer ministro británico hizo la declaración que llevaba su nombre, Balfour, en la que reconocía el derecho del pueblo judío a establecer su hogar nacional en Palestina. 108 años más tarde el reconocimiento es para el pueblo palestino y su existencia jurídica como un Estado.
El genocidio iniciado sobre la franja de Gaza y los números asentamientos ilegales de colonos hebreos en Cisjordania, que han proliferado ante la impasibilidad internacional en las últimas décadas, pretenden acabar precisamente con la viabilidad de que exista un Estado palestino
El Estado español reconoció el Estado de Palestina en mayo del año pasado, como medida de presión ante la masacre que el Gobierno de Netanyahu ejerce en Gaza. La solución de los dos Estados como vía para la paz y el reconocimiento al pueblo palestino para no permanecer en la indiferencia. Tomaba así la delantera a los reconocimientos que han llegado en la actualidad. Un intento político de enviar un mensaje de aislamiento al Gobierno israelí.
La pregunta es si el reconocimiento va a tener ese u otro alcance, si se va a traducir en algo más que en lo meramente formal y declarativo. La respuesta es bastante abierta ya que reconocer el Estado de Palestina tiene un alcance más político que jurídico.
Elevar el estatus a Palestina como Estado le permite establecer embajadas y no meras comisiones representativas, además de otorgarle la capacidad de litigar o ser parte procesal como Estado. Además, supone alzar el tono diplomático sobre Israel y su fiel y poderos socio EE.UU. haciendo que no caiga en el olvido la solución de los dos Estados.
En definitiva, estos pasos son importantes, pero en la práctica son más declarativos que otra cosa. El mensaje político de la comunidad internacional hoy suena más alto que nunca, pero Israel no va a parar.
¿Qué es un Estado? fundamentalmente territorio, soberanía y población, por ende tiene que tener la posibilidad de ser administrado, es decir, que tenga viabilidad. El genocidio iniciado sobre la franja de Gaza y los números asentamientos ilegales de colonos hebreos en Cisjordania, que han proliferado ante la impasibilidad internacional en las últimas décadas, pretenden acabar precisamente con la viabilidad de que exista un Estado palestino.
El primer ministro israelí sabe que el papel lo aguanta todo, pero la complejidad de hacer realidad la solución de los dos Estados es cada vez más difícil
Netanyahu lo sabe, y de hecho es probable que la respuesta al mensaje que le ha mandado la mayoría de la comunidad internacional, representativa del 89% de la población mundial, sea acelerar el proceso de anexión de territorios.
El primer ministro israelí sabe que el papel lo aguanta todo, pero la complejidad de hacer realidad la solución de los dos Estados es cada vez más difícil, él se ha encargado de ello y los demás llegamos tarde, muy tarde.
Diez meses después de abandonar el cargo como vicepresidente y alto representante de la Comisión Europea, Josep Borrell, de lengua poco contenida, le espetaba a la presidenta Úrsula Von der Leyen que llegaba 40.000 muertos tarde a Gaza, en alusión a las tímidas y tardías medidas contra Israel adoptadas por la Unión Europea. Quiero pensar como dijo Horacio que la justicia, aunque cojeando, rara vez deja de alcanzar al criminal en su carrera.