El presidente de Vox, Santiago Abascal, en un mitin electoral en Vitoria a 6 de abril de 2024 en una foto de archivo Efe
Si yo deseo estar con el monstruo, es difícil que alguien me meta miedo con él. Por eso este artículo no comienza diciendo que viene el lobo. Estaría bien, sin embargo, que alguien me explicara algunas cosas del monstruo, por si acaso. Por eso este artículo se pregunta si realmente queremos dejarle a Vox el futuro.
Todas las encuestas apuntan a que tendremos un gobierno de derecha tras las elecciones, pero la derecha no viene sola. En término de monstruos viene con Godzilla de la mano y no se sabe bien quién lleva a quién. Las encuestas más recientes coinciden en el fuerte salto hacia adelante de Vox, que podría traducirse en no mucho tiempo en un cuasi sorpasso al Partido Popular. En conjunto, las derechas tienen, siempre según las encuestas (que ya sabemos quién las carga a menudo) la mayoría absoluta y, con ella, el gobierno.
Esa es la primera cuestión que debemos saber de la derecha que viene, que no viene sola. Lo damos por hecho no por pura imaginación política, sino porque lo dan por hecho las mismas derechas.
Nadie en el PP o en Vox cuestiona que, tras las elecciones, sean cuando sean y sean donde sean, si se cumplen los pronósticos, gobernarán en comandita. Lo harán porque lo hacen, incluso en el caso más sangrante y doloroso de Valencia, donde ambos partidos, además de continuar apoyando la gestión del infame, van a reproducir el gobierno conjunto basado, entre otras políticas, en negarse a cumplir con las medidas decididas en Europa para luchar contra el cambio climático que está tras la desastrosa dana que pilló a Mazón ocupado.
Y esta es la segunda cuestión, si, como en Valencia, el programa de fondo lo va a marcar Vox. Siempre según las encuestas, es muy probable que tenga aún más capacidad de presión en España que la que tiene ahora en Valencia. La cuestión entonces se torna otra ¿tiene el PP un liderazgo capaz de contrarrestar el de Vox? En realidad, de liderazgos va sobrado el PP porque tiene dos muy visibles, el de Alberto Núñez Feijóo y el de Isabel Díaz Ayuso.
El primero manifestó una temprana intención de llevar a su partido al centro derecha, donde dicen que se ganan las elecciones porque ahí era donde esperaba encontrar a la parte, sustancial, de ciudadanía muy enfadada por la coalición de gobierno a la izquierda, la amnistía o leyes como la del solo sí es sí. La baronesa madrileña, con el padrinazgo de José María Aznar y de su mentora, Esperanza Aguirre, sin embargo, piensa que las elecciones se ganan con la extrema derecha, bien ocupando el espacio con políticas similares o bien sumándolos en una posición subordinada, como hace ella en Madrid.
Donde se equivoca, creo, esta línea, que parece ya plenamente impuesta en el PP, es en suponer que España es como Madrid. No sería extraño que los conservadores se encontraran tras las elecciones en una situación en la que les gustaría que se hubiera cumplido la misión original de Feijóo (atraer al centro a votantes descontentos con el PSOE), pero tengan que lidiar con un escenario indeseado, pero provocado por Ayuso/Aznar con Vox imponiendo programa. No parece muy halagüeño un futuro con Vox para el PP, a no ser, claro, que la opción sea dejarse tragar por la extrema derecha.
La izquierda en general haría bien en tomar nota de lo que acaba de pasar en Nueva York, donde se ha marcado una campaña centrada en las cuestiones del futuro inmediato (no alcanzo a final de mes si tengo que pagar la guardería para poder trabajar; ni puedo soñar con alquilar un apartamento; el transporte es prohibitivo para mí) y no en las identidades y los derechos asociados a ellas
Si la derecha, el PP, debería plantearse su responsabilidad respecto de dejar el futuro a Vox, otro tanto tendría que hacer el PSOE. En primer lugar, porque la izquierda en general haría bien en tomar nota de lo que acaba de pasar en Nueva York, donde se ha marcado una campaña centrada en las cuestiones del futuro inmediato (no alcanzo a final de mes si tengo que pagar la guardería para poder trabajar; ni puedo soñar con alquilar un apartamento; el transporte es prohibitivo para mí) y no en las identidades y los derechos asociados a ellas.
Pero, sobre todo, porque, especialmente el PSOE, debería aclarar hasta qué punto está dispuesto a evitar que el futuro sea de Vox. Ante un escenario como el que dibuja el conjunto de encuestas, sólo cabría una posibilidad para dejar fuera a la extrema derecha, para quitarle el futuro de las manos: sustituirla. Pero esto no es algo que sea muy factible si se comienza a labrar el día después de las elecciones, sino que habría que ir engrasando desde antes. Esa es la responsabilidad que, a mi juicio, afronta ahora el PSOE de cara al futuro.
Se dirá que es complicado y lo es, mucho; que en el PP prefieren de hecho el choque frontal y la mano tendida hacia Voz, lo que es obvio viendo lo que se hace en las autonomías que gobiernan juntos; que eso significaría distanciarse de la mayoría que existió en el momento de la investidura. Todo ello es así, pero la responsabilidad política es con el futuro y el PSOE también deberá decidir si le facilita a Vox hacerse con él.