"Expulsar a alguien de un territorio, generalmente por motivos políticos". Esta es la definición que hace la RAE de la palabra 'Transterrar'. Y esto es precisamente lo que hizo ETA con cientos, o incluso miles, de personas durante los más de 40 años que tuvo expuesta a la sociedad a un clima constante de violencia. Un fenómeno del que poco se conoce, o más bien poco se habla, pero que afectó a muchos empresarios, profesionales, intelectuales, académicos, jueces, fiscales y abogados, políticos, periodistas, policías… El historiador Antonio Rivera describe esta situación como el "mayor logro" del terrorismo.
Esos más de 40 años de terror dejaron 853 asesinatos, 2.632 heridos, más de 7.000 víctimas, 86 secuestrados y un número desconocido de amenazados, exiliados y damnificados económicamente. Y es que arrojar luz sobre esa 'diáspora vasca' resulta muy complejo. "Quizás no importa tanto cuántas personas se fueron de Euskadi, sino de qué manera, por qué se marcharon, quiénes se marcharon y en qué circunstancias lo hicieros. Pensar que fueron 200.000 es un disparate, porque significaría que una de cada diez personas se fue. Y de hecho, la cuantificación ha operado en contra de todo esto porque ha permitido una instrumentalización partidaria", apunta Antonio Rivera, uno de los autores del libro 'Transterrados', el primero que recoge esta parte de la historia del ETA.
Lo que hacía el terrorismo en este caso, era determinar quienes tenían derecho a participar y a formar parte de la comunidad que ellos defendía. Y lo hacían creando una comunidad que tenía una ideología "exclusivista y excluyente" en la que solo podían entrar quienes ellos considerasen, y señalaban a aquellos que tenían que apartarse y quedar fuera. Aquellos a quienes no consideraban "nacionales". "El transterramiento es el mayor éxito del terrorismo. Puede matar a una, 100 o 1000 personas, y eso cuesta mucho, pero expulsar a una parte significativa de la población, anular la voluntad de un individuo, hacerle desistir de participar en la comunidad donde ha nacido.... Eso es la derrota más apabullante del contrario y el éxito más formidable del que lo consigue", explica Rivera.
Las tres fases del transterramiento
El exilio provocado por el terror de ETA se produjo en tres fases, aunque de alguna manera se mezclan entre si. El primer grupo notable de estos transterrados fue el de las familias de las víctimas, asesinadas o heridas en atentados, que normalmente en aquel tiempo, finales de los años 60 y los 70, eran guardias civiles, policías, militares etc. Cada vez que mataban a uno de estos hombres, su viuda e hijos volvían a su lugar de origen porque nada se les había perdido allí donde no les querían y les animaban a irse.
En la segunda fase, se sigue manteniendo la amenaza a las fuerzas policiales y se incorpora, en los años 80, los empresarios con el llamado 'impuesto revolucionario'. La coacción contra ellos hace que muchos decidan poner tierra de por medio y marcharse. En ocasiones lo hacían con la empresa, pero también otras veces se marchaban dejando aquí a alguien al cargo o simplemente cerrando la empresa o vendiéndola. Antonio Rivera explica como, precisamente, este es uno de los resultados no queridos por la banda terrorista: "ETA quiere que se vayan las familias de los guardias civiles o policías, pero no quieren que se vayan las familias de empresarios porque quieren que se queden para que les sigan pagando. Es un efecto totalmente indeseado".
Y el tercer momento llega con la llamada socialización del sufrimiento. A partir de mediados de los 90, la coacción se extiende a buena parte de los académicos, profesorado, intelectuales, periodistas, jueces, magistrados... Mientras seguía también con los militares, policías y empresarios. Unas amenazas que venían no solo por parte de ETA, sino también de sus "aprendices" como la Kale Borroka o sus grupos de apoyo. "Empezó a tener más presencia en los medios y en la construcción de una opinión pública. Era parte del espíritu totalitario de ETA y de su entorno de la izquierda abertzale", apunta Rivera.
Eduardo Mateo, responsable de proyectos y comunicación de la Fundación Fernando Buesa, es el editor de 'Transterrados' y señala como a partir de ese momento, la coacción de ETA ya fue más universal y tuvo mayor impacto social. "Afectaba a muchos más sectores y es cuando empieza a hacerse esa diferenciación de "son o no son de los nuestros", por lo tanto, se entendía de peor manera que alguien tuviera que marcharse por el empeño coactivo. En algunos lugares, eran los propios vecinos los que pedían a ese señalado que se marchara, que se fuera porque les estaba poniendo a ellos en peligro. Como si esa persona fuera la culpable y no una víctima", explica Mateo.
Cómo y dónde se refugiaban
El profesor de la UPV/EHU, Manu Montero fue uno de esos transterrados por el terrorismo de ETA. En este libro explica bien como "cuando uno se marchaba, no lo anuncia porque eso sería la visibilización de su derrota, e incluso sería ponerse en peligro a si mismo y a su entorno familiar y personal". Pero no solo eso, ese silencio se arrastra y se mantiene hasta cuando llega su nuevo destino. "No pensemos que la gente les recibía como una especie de héroe, no no. Jugaba ese discurso del "por algo será, hay algo que no nos cuenta o algo le habrá traído aquí", añade Rivera. Se marchaban de Euskadi y lo hacían completamente solos, sin molestar y en completo silencio.
¿Y hacia dónde ponían rumbo? El historiador Gorka Zamarreño es quien ha estudiado estos movimientos también en el libro. Muchos de ellos lo hacían a Andalucia, sobre todo los empresarios. En el caso de la Guardia Civil y los policías, básicamente ocupaban las provincias limítrofes porque seguían trabajando y se ubicaban fueran del territorio. Podía darse el caso de un agente que estaba en la comisaria de Ordizia, pero esta viviendo en Bidart, en Castro Urdiales o en Miranda. "Yo recuerdo cuando estuve en el Gobierno, el caso de Lourdes Auzmendi que tenía a sus policías en Navarra y cada día se tenían que hacer esa excursión", relata Rivera.
En el caso de las víctimas directas o familiares de víctimas, estas volvían a sus lugares de origen. Dentro del mundo universitario, el caso de los profesores era distinto y propició una especie de ubicación itinerante como fue el caso de Manu Montero o de Chema Portillo que han recorrido multitud de ciudades y de universidades por todo el mundo: México, Estados Unidos, Colombia, Bolivia...
"Vete con la empresa fuera de Euskadi que estos son muy bestias"
Uno de los grupos más señalados y coaccionados fue el de los empresarios. ETA convirtió a todos en objetivo, asesinó a 49 personas, secuestró a otras 52 y extorsionó a más de 9.000. Según un estudio de Florencio Dominguez, ETA recaudó 106 millones de euros gracias a los secuestros, 21 millones a través de las extorsiones y 20 millones con los atracos. Todas estas acciones llevadas a cabo por la banda, concretamente desde 1970 y 2013, tuvieron un impacto económico directo de más de 25.000 millones de euros en las arcas del Estado.
Fue en el año 1976 cuando ETA Político Militar comenzó con la extorsión a empresarios vascos y lo hacía mediante una carta en la que exigía lo que ellos llamaban el Impuesto Revolucionario. Una vía para lograr fondos y comprar armas. Lo hacían mediante el envió de cartas y la mayoría de los extorsionados no cedió. Fue ahi cuando llegó la sangre con asesinatos como el de Angel Berazadi o Joxe Mari Korta. Y esto fue unido a una labor de desprestigio total de la clase empresarial a través de la cual ETA quiso desacreditar y poner al pueblo vasco en su contra, y muchas veces lo consiguió. Los acusaban a ser explotadores de la clase obrera y opresores del pueblo, había pintadas de "Aldaia, paga y calla" y nadie las borraba.
El envío de cartas era constante y el ambiente cada vez era más hostil, lo que hizo que el miedo a emprender cada vez fuera mayor. Desde finales de los 70, aumenta notoriamente el número de empresarios que deciden exiliarse fuera del País Vasco. Por seguridad, para vivir más tranquilos y para no estar extorsionados, muchos que pueden optan por llevar las fábricas a otros lugares de España y, si todo esto no hubiera pasado, Euskadi sería ahora una región mucho más rica y próspera. Pero la realidad es que aprender a vivir con esta situación no era nada fácil, y menos cuando se encontraban con llamadas a su familia de "dígale de parte de ETA que tiene las horas contadas", y un apoyo de su entorno más cercano que se reducía a un "vete con la empresa que estos son unos bestias".
El silencio lo invadió todo
El resultado de todo este transterramiento es una sociedad "empobrecida". Hay menos empresarios, hay menos vocación empresarial y hay negocios que se van fuera, y eso se ha señalado con una pérdida de capital social enorme y también de relevo generacional. La vocación judicial también se redujo porque nadie quería ser juez en Euskadi y las mismas complicaciones hubo con los policías. Hubo únicamente un porcentaje minúsculo de estos agentes que fueron reclutados en el País Vasco.
Sin embargo, en general, como terminó ocurriendo con tantas cosas que tenían que ver con el terrorismo, el transterramiento pasó a formar parte del paisaje. "Igual que la violencia o que la muerte se empieza a ver como cotidiana, como ese sirimiri constante, la huida de gente pasó a considerarse como "bueno, algo le habrá pasado o algo habrá hecho. El silencio lo invadió todo", explica Rivera. Él precisamente recuerda cómo fue la marcha de un gran amigo suyo, Chema Portillo, profesor, historiador y transterrado. "Cuando se fue, escribí un artículo muy emotivo porque era mi amigo y compañero y no podías aceptar las cosas tal cual. Pero pasaba a formar parte de una normalidad tal, que le transmitías tu apoyo pero tampoco hacías mucho más. Ese es el problema de las cosas que acaban convirtiéndose en rutina", relata Rivera.
A pesar de todo esto, la gran mayoría de la gente se quedó, pero también hubo quien no se marchó físicamente pero si tuvo que emprender un "exilio interior". Cientos de personas que dejaron de actuar políticamente, socialmente, culturalmente... Se recluían en sus casas, en sus paredes, en sus ámbitos más cercanos y dejaban de ser parte de la sociedad. Eduardo Mateo recuerda como muchas personas se resignaron, y a pesar de quedarse en presencia, estaban absolutamente fuera de todo, en completo silencio. Por eso la cifra de transterrados es tan difícil de dilucidar. "Por cada uno de esos transterrados, hay una derrota de una persona, de su entorno y de todos aquellos que le conocían y vieron como tiraba la toalla. Y lo peor de todo es que él o ella no era quien la tiraba, sino que se la tiraban o si no lo mataban. No hay otro remedio. Pero el que la tira es porque no aguantaba más, y eso es tremendo", manifiesta el historiador Antonio Rivera.
¿Están consideradas víctimas del terrorismo?
Dentro de todos los que se marcharon, algunos han vuelto, otros muchos no y hay quien no quiere ni oír hablar sobre volver. Eduardo Mateo hace referencia al caso de Aurora Intxausti, periodista de 'El País' que sufrió las amenazas de la banda terrorista y a la que le colocaron una bomba en el domicilio. "Ella en su texto deja bien claro como jamas piensa en volver y achaca al Gobierno del momento, y también a los posteriores, que no han hecho nada para facilitar esa vuelta de los exiliados. A ella, solo el hecho de pensar en volver le produce muchísimo rechazo", relata Mateo.
Muchos de ellos creen que nadie ha reivindicado esa 'diáspora vasca'. Únicamente hubo un intento con el programa 'Retorno' con el lehendakari Patxi López que no llegó a cuajar. "Se entiende que no quieran volver, todo lo que tenías y te ataba aquí te lo has llevado contigo. Solo queda una especie de recuerdo nostálgico pero inconsciente, que tiene que ver con las personas que no te arroparon. En realidad, no hay ningún argumento a favor para volver, y eso es lo terrible", aplica Antonio Rivera.
Y la gran pregunta es: ¿Están estos transterrados considerados como víctimas del terrorismo? La respuesta es no. Únicamente los ampara en cierto modo la ley madrileña, y tampoco de una manera completa. Esa es una de las cuestiones que más se reivindica. Siguen siendo un colectivo muy invisibilizado y el problema está en la subjetividad del término 'transterrados'. Además, tampoco están unidos como tal en un colectivo o asociación, lo que hace más difícil llamar a la puerta de cualquier institución.