'ETA: La memoria de los detalles'. Ese es el título del nuevo libro de Joseba Eceolaza en el que precisamente trata de aterrizar la historia de los 40 años de violencia de ETA a los más pequeños detalles. Revisar la letra pequeña, no de los atentados perpetrados por la banda, sino de cómo ese hecho impactaba en la vida de las víctimas: durante y posteriormente. Nadie elige convertirse en víctima del terrorismo, pero serlo suponía vivir una situación paradójica en la que muchas veces era más sencillo ser verdugo que ser la propia víctima.
La legitimación de ETA durante los años más duros chocaba con la vida que trataban de construir esas personas después de recibir una amenaza, vivir de cerca un atentado o perder a un ser querido. La hacía en muchas ocasiones imposible, obligando a muchas personas a tener que dejar su hogar y alejarse de todo aquello que no habían elegido vivir. Eceolaza fue espectador de estas situaciones tanto desde el ámbito social como el político durante sus años como concejal o parlamentario en Navarra, y reconoce que tanto él como muchos miembros de la izquierda en la que él estaba no supieron estar a la altura de la situación y de la defensa de las víctimas.
Ahora, a través de estas líneas trata de arreglar algunos de esos errores del pasado y mirar hacia el futuro dando a estas miles de personas su lugar y su reconocimiento.
Este libro pone el foco exclusivamente en las víctimas, ¿Es un foco que se había perdido? ¿O quizás es que nunca ha existido expresamente?
En este momento de post violencia después de 11 años de que ETA desapareciera, todavía estamos en el tiempo del testimonio y creo que sin conocimiento es difícil la empatía. El poder pedagógico de los pequeños detalles es muy alto porque ayuda a sensibilizar y a empatizar y ese es el objetivo del libro.
En el pasado nos movilizamos más de lo que se cree, pero menos de lo que debiéramos. En Euskadi y en Navarra hay grandes movilizaciones contra el terrorismo a finales de los 70 y principios de los 80, contra el asesinato del ingeniero Ryan, contra el asesinato de Enrique Casas, contra los asesinatos de Sebastián Azpiri y Patxi Zabaleta.
Pero, paradójicamente, esas movilizaciones no se dan cuando asesinan a Guardia civiles, a policías, a militares o a personas acusadas de chivatos y de narcotraficantes. Es una movilización intermitente y la sociedad no apoyó como debería a las víctimas. En ese sentido hay muchos deberes que son los que intenta corregir este libro.
¿La sociedad vasca ha estado a la altura de entender el sufrimiento y dar apoyo a las víctimas?
Podríamos haber hecho mucho más por acercarnos a las víctimas. Si hubiéramos conocido antes todo el odio y todas las humillaciones que recibieron, tal vez esa manía de matizar, de poner peros a la solidaridad se hubieran caído y se hubieran caído también muchas de las anteojeras políticas que teníamos cuando nos acercábamos al dolor de las víctimas.
Hay que corregir la soledad en la que han vivido y desmontar los grandes mitos de esa sensación social que hay de que han vivido con un apoyo institucional enorme, con muchísimas subvenciones… Y la verdad es que la gran mayoría expresa una soledad muy fuerte.
Un ejemplo es la mujer de Máximo Casado, que vivían en Vitoria y que era funcionario de prisiones en Nanclares de Oca en el año 2000. Lo asesinaron y ella se marcha a León porque no aguanta vivir en Vitoria. Ese es un síntoma de que algo no estaba bien. Y la existencia de pancartas de los presos, la consideración social hacia los victimarios… todo ese tipo de cosas no han ayudado nada.
No es normal que te insulten por pensar diferente y muchísimo menos que te agredan por ir a una concentración pacifista
Y es muy difícil cuantificar cuántas víctimas del terrorismo ha habido en los más de 40 años de violencia de ETA
Sí, y en el libro yo recojo algunos casos que me han impactado mucho y sobre todo del primer periodo que eran todo viudas de guardias civiles. Por ejemplo el caso de Mohamed, un chico policía de Zaragoza, que tiene una hija con discapacidad y que no puede pagar su educación y pide el traslado a Euskadi para poder cobrar los pluses que se cobraban aquí. Llega y lo ametrallan en Irun y su mujer Aisha, de 22 años, se vuelve a Ceuta en un avión enorme ella sola con su hija y el féretro
¿Era más fácil colocarse del lado de los violentos o quedarse en silencio, más que ponerse del lado de las víctimas?
Claro, y se explica con casos concretos. En Zarautz hay 14 militantes de Gesto por la paz, 8 de ellos son agredidos. La proporción es enorme. En Pamplona se tiene que cambiar cuatro veces de sitio las concentraciones porque les están agrediendo. Los trabajadores de la empresa de Aldaya también tienen que cambiar de sitio para trata de terminar con las agresiones.
Un libro de esta asociación recoge como ellos consideraban que una concentración había ido bien “si solo nos habían insultado”. Es increíble, y se consideraba como algo normal. No es normal que te insulten por pensar diferente y muchísimo menos que te agredan por ir a una concentración pacifista. Por lo tanto, efectivamente, en el silencio y la falta de apoyo hacia las víctimas había cierta actitud confortable, y eso nos ha empobrecido a nivel ético como sociedad.
Quienes también tenemos que hacer una autocrítica somos quienes militamos en los sectores de la de la izquierda alternativa que le dimos un plus de rebeldía y un plus anti franquista a ETA cuando no lo tenía
¿Hay quien trata de evitar el tema por que cuesta mirarse en el espejo y ver los errores del pasado?
Es que nadie dijo que recordar fuera fácil, recordar siempre es duro porque te cuestiona en tus silencios y te cuestiona tu insensibilidad. Pero es parte del proceso. Por eso yo he escrito el libro en primera persona y planteo una autocrítica. Yo fui militante de un partido de más a la izquierda que el PSOE, también parlamentario en Navarra, y considero que no me acerqué lo suficiente a las víctimas. ¿Y por qué no lo hice? Porque los matices me pesaban más que la solidaridad limpia que hay que tener hacia una persona que está sufriendo algo tan extremo como la muerte o el acoso.
Yo iba al pleno del Ayuntamiento, donde yo era concejal y les hablaba de la libertad de la justicia y de la igualdad, pero yo me iba a mi casa tranquilo mientras ellos se quedaban mirando debajo del coche. Había una insensibilidad política enorme por mi parte y por parte de quienes pensaban como yo y que formaban parte de mi ideología. Y esa mirada introspectiva la tiene que tener la sociedad y las instituciones. No hicimos todo lo que estaba en nuestras manos para acabar con la violencia de ETA, y cuando lo hicimos ya era demasiado tarde. Es verdad que hubo gente como Covite o Gesto por la paz o la Fundación Fernando Buesa que se movilizaron y que hicieron un trabajo enorme, pero muchas veces fue un trabajo en soledad.
Creo que la sociedad empezó a cambiar en los primeros años de los 90, pero en los 60, 70 y 80 permitimos que se asesinara a mucha gente. Y es exigible que en la tarea de la convivencia y la tarea de cierre de heridas quienes más esfuerzos hagan sean quienes más defendieron a ETA y quienes más aplaudieron esos asesinos.
Quienes también tenemos que hacer una autocrítica, somos quienes militamos en los sectores de la de la izquierda alternativa que le dimos un plus de rebeldía y un plus anti franquista a ETA cuando no lo tenía. Y por último, y especialmente y más importante, tienen que hacer quienes defendieron a ETA y la aplaudieron.
Los expertos hablan de que un hecho traumático como el de la violencia se tarda entre tres y cuatro generaciones en superar
¿Y esa autocrítica en qué punto está en todo lo que rodea a la izquierda abertzale?
Las tareas que tiene pendientes la izquierda abertzale son enormes y la velocidad de la política no ayuda a cerrar bien las heridas. La política no tiene que plantear atajos ante esto y es compatible poder debatir con EH Bildu y exigirles que den pasos. La izquierda abertzale, y esto es una crítica a ellos, está afrontando su responsabilidad con la violencia por fascículos y eso es negativo. Tienen que deslegitimar definitivamente y para siempre a ETA y todo el horror que causó. Porque ETA no solo fue un error, ETA también fue un horror.
¿Qué secuelas les quedan a las víctimas de todo esto?
No es descartable la idea del suicidio entre las víctimas porque el impacto de la violencia no se termina en el momento de la muerte, sino que dura muchísimo tiempo y, además también se hereda. Y no solo lo sufren los que vieron directamente el asesinato o el atentado, sino que también se hereda. Los expertos hablan de que un hecho traumático como el de la violencia se tarda entre tres y cuatro generaciones en superar.
El terremoto de la violencia dura tanto como dura la vida de la víctima. Cerrar el duelo es muy difícil y quienes han causado ese dolor tienen que hacer lo posible para que se cierre de la mejor manera posible.
Es muy importante no prestigiar a los victimarios en el espacio público, esa consideración que se les tiene hay que desmontarla para que no vuelvan a ocurrir situaciones de hace años.
Se insiste mucho en la necesidad de mantener el relato, ¿Lo estamos haciendo bien? ¿Hay que pasar página, como dicen algunos o hay que hacer una revisión en profundidad para poder ir hacia delante?
Uno de los peligros que veo aquí en este momento es la ‘teoría del empate’. Es muy corriente que cuando hablas de las víctimas de ETA alguien te diga “y las del GAL, y las de las torturas…”. Es evidente que todas necesitan derechos, verdad, justicia y reparación y es obvio que no se ha hecho, pero no se puede poner en marcha un relato para neutralizar otro relato. La violencia no se compensa, en todo caso las víctimas se suman.
Y esa teoría es una forma de desmemoria más peligrosa que el olvido, porque intenta transmitir que hubo un empate, que aquí todo el mundo mató, que aquí todo el mundo sufrió. Y si en realidad todo el mundo mató, nadie lo hizo. Por lo tanto, no se puede hablar de las víctimas con una calculadora en la mano para sumar víctimas a tu favor, para dar la sensación de que aquí hubo dos bandos que se enfrentaron, porque no aquí no hubo dos ejércitos legítimos que mataron por igual. Ni hubo dos bandos que usáramos la violencia.
¿Y que cosas quedan pendientes todavía para llegar a la total deslegitimación de la violencia?
En todos los procesos post violencia, una de las grandes preocupaciones siempre es la garantía de no repetición. En nuestro caso, no se basó tanto en el riesgo de que vuelvan las pistolas y las armas sino que se expresa en la necesidad de que no vuelvan los valores y las ideas que hicieron posible la muerte. Y para eso, es muy importante no prestigiar a los victimarios en el espacio público, esa consideración que se les tiene hay que desmontarla para que no vuelvan a ocurrir situaciones de hace años.
Situaciones como la de Beatriz Artolazabal, que era la mujer de un dirigente del Partido Socialista y que se encontró tres papeles con tres esquelas con los nombres de sus tres hijos en el buzón. A Cándido Cuña lo matan por ser panadero y por vender a la Guardia Civil en Renteria. Su mujer se pegó tres días en la puerta esperándole incapaz de gestionar el duelo. “Fernando entzun, pim pam pum” le gritaban a Fernando Buesa en el pabellón del Baskonia. La Casa del Pueblo de Rentería fue atacada 27 veces.
Utilizar a las víctimas como herramienta de confrontación política juega en contra de la deslegitimación social de la violencia. Patrimonializar la memoria de las víctimas es muy negativo
Ramón Díaz, un cocinero de San Sebastián, fue asesinado en 2001 solo por trabajar en la comandancia militar. Hay un montón de casos de Guardias Civiles que ametrallaban también a sus novias. Concejales a los que mataban y luego llamaban a las viudas diciendo “ya está muerto”. Gritos de “Zamarreño te vamos a matar” desde un balón y lo mataron y después pusieron una copa de champán en su portal. A Jose Luís López de Lacalle lo asesinaron el 7 de mayo del 200 y al día siguiente alguien pintaba en la calle “jódete” cuando ya estaba muerto.
Esas crueldades no las hace ETA, las hace quienes defendían a ETA, esas pintadas no las hace un comando. Por lo tanto, necesitamos reconstruir la ética que se quedó tiraba en la cuneta.
Si hay algo que despierta el enfado de las víctimas es la instrumentalización que se hace de ellas…
Es muy negativo el papel que a veces algunos dirigentes del Partido Popular juegan en el reconocimiento de las víctimas. Las víctimas obviamente son plurales y desde luego en las políticas de la memoria puede haber muchos debates y también puede haber muchos debates en la consideración institucional hacia la izquierda abertzale. Lo que sí creo es que el utilizar a las víctimas como herramienta de confrontación política juega en contra de la deslegitimación social de la violencia. Patrimonializar la memoria de las víctimas es muy negativo.