La escritora guipuzcoana Ane Odriozola presenta 'El valle del hierro'.

La escritora guipuzcoana Ane Odriozola presenta 'El valle del hierro'. Rubén Blyth

Cultura

Ane Odriozola: "El valle del hierro nació en el siglo XIV con 20 ferrerías en la zona de Legazpi"

La autora guipuzcoana presenta 'El valle del Hierro', un thriller con contexto histórico que nos hace viajar al pasado para descubrir la historia de un material que forjó el carácter de nuestros antepasados

2 abril, 2024 05:00

Su trabajo en el Ayuntamiento de Arrasate-Mondragón, en el servicio de atención al ciudadano, le ayuda de alguna forma a la hora de dibujar los personajes de sus ficciones, tal y como cuenta la escritora Ane Odriozola a Crónica Vasca. “Es un servicio en el que atendemos al día de 200 a 250 personas. Algunas vienen enfadadas porque tienen que pagar una multa, otras vienen porque han tenido problemas en el padrón… Entonces, sí que te vale para ver distintos tipos de personas y conocer a muchísima gente de todo tipo, de todas las edades, y eso siempre enriquece un montón”, explica.

Tras autopublicar su trilogía de Gibola, la autora legazpiarra presenta 'El Valle del Hierro' de la mano de la editorial NdeNovela, un thriller ambientado en Legazpi en el siglo XVI donde además de la intriga que guardan sus páginas descubriremos el pasado de la localidad guipuzcoana y la importancia de las ferrerías en aquella época.

-Siendo de Legazpi, decidió centrar allí su debut, 'El secreto de Gibola' (2018), que terminó convirtiéndose en trilogía con sus secuelas 'La sombra de Gibola' (2020) y 'Conspiración en Gibola' (2021). ¿Por qué decidió contextualizarlas en su pueblo a principios del siglo XX? 

-La primera novela la escribí sin pensar en publicarla, sino para regalársela a mi madre. Ella me decía que qué difícil tenía que ser escribir una novela y yo le decía que inventarse la historia sí, pero que luego ponerla en papel tampoco me parecía tan complicado, así que, de la manera más tonta, surgió escribir mi primera novela. Se dice que hay que escribir de lo que se conoce, entonces elegí escribir del lugar donde vivo y me apetecía mucho indagar en la época de mis aitonas, que me contaban muchas historias del caserío en el que vivían.

Ane Odriozola ha situado su nueva novela, 'El valle del hierro', en Legazpi, su pueblo.

Ane Odriozola ha situado su nueva novela, 'El valle del hierro', en Legazpi, su pueblo. Rubén Blyth

-¿También eran originarios de Legazpi?

Sí. Toda la familia. Mi abuela era de aquí y mi aitona era de Azpeitia, pero vino a Legazpi después de la guerra, por trabajo, y se quedó aquí. Mi aitona era carnicero y mi tío también, pero mi padre abrió una pescadería.

-Y ahora, en 'El Valle del Hierro', regresa a Legazpi, pero en esta ocasión se remonta al siglo XVI, ¿por qué ha elegido esta época?

-Con la trilogía de Gibola ya había contado buena parte de la historia de Legazpi, pero sí que había algo que lo menciono de pasada y había mucho que contar, que era el milagro de Mirandaola, ocurrido en 1580 en la ferrería de Mirandaola. Y aunque cuando terminé la trilogía tenía ganas de escribir una novela muy actual y olvidarme de siglos pasados, me quedaba la pena de que no había contado toda la historia de Legazpi, así que contando el milagro es una manera de cerrar el ciclo de Legazpi. 

El milagro de Mirandaola

-¿Cuántos trabajadores trabajaban en la ferrería en aquella época? 

-Cuando ocurrió el milagro de la Cruz había cuatro ferrones. El prestador, que era el mozo, el que ayudaba en la ferrería, barría, hacía la comida, desmenuzaba el mineral… Una de sus labores más importantes era ir a la fuente a por agua, porque pasaban mucha sed y mucho calor, entonces tenía la suerte de ser el único que salía de la ferrería. Luego estaba el fundidor, que era el que cuidaba el horno; el tirador, que le daba la forma en el martillo; y el ferrón mayor, que era el encargado y dominaba los trabajos de los demás. Cada uno tenía su función y cuando uno descansaba, el otro trabajaba y al revés, andaban a relevos. El día del milagro, el ferrón mayor era Miguel Plazaola, que estaba acompañado de Juan de Guridi, Martín de Olazarra y un tal Olloqui, de Berastegi.

-¿Y en qué consistió el milagro de Mirandaola?

-En el siglo XVI, la religión prohibía trabajar los domingos. El séptimo día había que descansar. Y como todos los demás, los ferrones tenían que parar, pero el 3 de mayo de 1580, el día de la Santa Cruz, cayó en sábado, y claro, para cumplir con la norma religiosa, tenían que parar la ferrería el viernes por la noche y no podían retomar el trabajo hasta el domingo por la noche. Teniendo en cuenta que en junio terminaba la temporada de trabajo en la ferrería, les parecía demasiado estar 48 horas cerrados con todos los pedidos que tenían, entonces, el domingo se fueron a misa y después se pusieron a trabajar. Cuál fue su sorpresa cuando después de una jornada de seis horas obtuvieron sólo una pequeña pieza de 6 kilos de hierro con forma de cruz.

-¿Y cómo reaccionaron?

-Lo primero que pensaron es que iban a arder todos en el infierno y la arrojaron primero a su basura y después la recogieron para tirarla a la basura de la ferrería de al lado. Y allí, en la ferrería de al lado, el ferrón mayor, Domingo de Elorregi, rescató la cruz y la metió en un aparador donde estuvo 30 años. Y gracias a ello, hoy en día se puede ver y todos los años en Legazpi se hace una procesión el domingo siguiente al 3 de mayo y se lleva esta pieza desde la iglesia, donde está guardada, hasta la ferrería de Mirandaola.

Odriozola nos descubre cómo eran las ferrerías en el siglo XVI.

Odriozola nos descubre cómo eran las ferrerías en el siglo XVI. Rubén Blyth

-¿Y qué responsabilidad tuvo la familia Plazaola en el reconocimiento de este milagro?

-Un sobrino de Miguel Plazaola, que presenció el milagro con 8 años, estaba harto de escuchar que los Plazaola estaban malditos por lo que ocurrió con la cruz. Quería limpiar el nombre de la familia, así que 53 años después solicitó que se declarase un milagro porque no había explicación posible para lo que había pasado. Esperó a que los cuatro protagonistas hubieran fallecido para ir a donde el obispo de Pamplona, por si en el caso de quererles castigar por haber trabajado un domingo no pudieran. Además Legazpi ya no estaba anexionado a Segura, entonces si recibían un castigo Segura no iba a poder castigarles, y, si lo consideraban un milagro, Segura no iba a poder apropiarse de él.

-También cuenta cómo se produjo la desanexión de Legazpi de Segura.

-Sí. Al documentarme descubrí que ese milagro iba bastante más allá de lo que yo pensaba y por eso me fui bastante más atrás para contar también la desanexión de Legazpi de Segura. Desde Segura estaban aplastando a los legazpiarras con impuestos exagerados y les exigían un montón de leyes y normas con las que no estaban de acuerdo. Quería hacer una fotografía exacta de la época, entonces todo lo que recopilé de 1577 hasta 1600 lo he ido metiendo en la novela según me ha convenido en un momento o en otro.

-Compone usted una fotografía muy completa, ya que a lo largo de las páginas de este libro también se habla de religión, de política, de la irrupción de la peste, la lucha de clases…

-Sí. A nivel social había un enfrentamiento entre ferrones y caseros. Ser ferrón te daba un prestigio social alto, aunque las condiciones laborales fueran muy duras, cobraban muy bien. Entonces cuento la historia de la desaparición de un carbonero que vivía enfrente de la ferrería y su mujer, Asencia, tendrá que verse las caras con la familia dueña de la ferrería. Entonces, esa diferencia social se verá a lo largo de toda la novela, ya que se trata de una matriarca vasca, que no duda en enfrentarse a los ferrones, porque es una de esas trabajadoras incansables, fuertes, que llevaban el peso de la familia, del caserío, de la huerta, del mercado, de todo…

En 'El valle del Hierro', el thriller y la novela histórica se dan la mano.

En 'El valle del Hierro', el thriller y la novela histórica se dan la mano. Rubén Blyth

La importancia de las ferrerías

-¿Qué importancia tenía el hierro en el pasado?

-El hierro lo era todo en aquella época. El sobrenombre del valle del hierro viene del siglo XIV, cuando en la zona de Legazpi llegó a haber hasta veinte ferrerías por ser éste un lugar propicio. La maquinaria de las ferrerías de agua funcionaban por la fuerza del agua del río Urola, que tenía unas cualidades muy positivas para el asentamiento de ferrerías en la zona, ya que contaba con caudal suficiente porque siempre está lloviendo, una pendiente uniforme y unas orillas que no eran escarpadas.

-¿Y qué resquicios quedan de esa industria a día de hoy?

Ya en el siglo XVI únicamente quedaban siete ferrerías a causa de la tala indiscriminada de madera, porque para conseguir 1 tonelada de hierro hacen falta 2 toneladas de carbón, y para conseguir 2 toneladas de carbón hacen falta 10 toneladas de leña. Y claro, allí con 20 ferrerías, se empezaron a cortar árboles y árboles y más árboles. Y claro, el precio del carbón subió tanto que subsistieron sólo 7 ferrerías, las más fuertes, que tenían sus propios bosques y estaban en manos de linajes importantes.

-Sin embargo ahora sólo queda en pie la ferrería Mirandaola.

-Sí. Aquellas 7 ferrerías continuaron durante varias generaciones, pero ahora, la única que sigue en pie ahora es la ferrería de Mirandaola, donde ocurrió el milagro de 1580. Es una ferrería que en 1804 se quemó y se abandonó, pero después, a mediados del siglo XX, el empresario Patricio Echeverría, el dueño de la empresa de herramientas Bellota, decidió reformarla, tirar el molino que había al lado y crear una ermita en culto al milagro de la cruz. Entonces este hombre lo preparó todo para que ahora mismo se pueda visitar la ferrería, que está en manos de la Fundación Lenbur y hacen visitas guiadas para ver cómo se trabajaba el hierro en el siglo XVI, que es un espectáculo digno de ver.

-Allí se reproducen esas durísimas condiciones de trabajo, ¿cómo eran esas jornadas maratonianas?

-Eran muy duras. Trabajaban de lunes a sábado y sólo paraban domingos y festivos. Apenas veían la luz del sol porque no salían de aquellas cuatro paredes. Incluso dormían allí en colchones entre el ruido de los mazos. Además trabajaban a temperaturas altísimas porque tenían que poner el horno a 1.300 grados para poder moldear el hierro. Sin embargo, ellos estaban felices de poder ser ferrones y de ofrecerle al pueblo hierro.

-¿Y por qué cerraban durante unos meses cada año coincidiendo con el verano? 

-Sí. La maquinaria era muy delicada y funcionaba con el agua del río, así que aprovechaban de junio a septiembre para trabajar y los meses de julio y agosto, cuando no tenía la suficiente fuerza, hacían labores de mantenimiento.