Cuando en España se cerraba el proceso constituyente de 1978, del texto que salió de las Cortes al pueblo para su refrendo llamó la atención del constitucionalismo comparado sobre todo su título VIII, el de las autonomías. En lo demás el trabajo estaba casi hecho por el constitucionalismo europeo de postguerra. Ese título sorprendió porque introducía un tertium genus entre los modelos centralistas y los federalistas.

En un principio, sobre todo antes de entrar en el debate, no iba a haber sido tan original, pues se tenía en mente el modelo de autonomía de las regiones italianas de estatuto propio (Sicilia, Trentino Alto Adige, Cerdeña, Friuli Venecia y Valle de Aosta), que, a su vez, había tomado pie del modelo republicano español de 1931. Ramón Tamames, entonces militante comunista, lo planteaba así en 1977, como también, por el centro derecha lo hacían personas muy cercanas al Gobierno como José Manuel Otero Novas: un sistema de estatuto (es decir con gobierno y parlamento) para Cataluña, País Vasco y quizá Galicia y un régimen de descentralización administrativa a la Fraga Iribarne para el resto. Sin embargo, el furor territorial que se extendió entonces en España (en parte como una manifestación más de superación de la dictadura) pronto desbordó esas previsiones e hizo necesaria la extensión de la autonomía. Un resto de aquella idea originaria quedó en la distinción entre los territorios que habían tenido estatuto republicano y los que no, pero el título VIII finalmente se convirtió en un conjunto de instrucciones para crear comunidades autónomas. El resultado, no previsto originalmente, fueron dieciséis comunidades autónomas, una comunidad foral y dos ciudades autónomas.

Más que evolucionar, el sistema se ha enquistado y ha propiciado que en España buena parte de la acción política pase por una especie de feudalismo bastardo en el que el territorio casi ha suplantado a la nación

Tampoco estaba previsto (nunca lo ha estado) cómo debía evolucionar ese sistema. Jordi Solé Tura, que estuvo en la pomada desde el principio, creía que debía hacerlo en un sentido federal. Para ello había sostenido contra Fraga y marea el término nacionalidades en el artículo segundo de la carta magna. Pero no lo hizo. Más que evolucionar, el sistema se ha enquistado y ha propiciado que en España buena parte de la acción política pase por una especie de feudalismo bastardo en el que el territorio casi ha suplantado a la nación. Que esta evolución se ha convertido en parte del sistema se ve en dos hechos notables: se da por todo el espectro ideológico y es a ese modelo que se ha acoplado la propia estructura de los partidos políticos. Llamar barones a los mandarines locales de los partidos no es una casualidad.

Isabel Díaz Ayuso, proyectada recientemente a la baronía, ha captado perfectamente quiénes se desenvuelven mejor en ese proceloso escenario de poderes territoriales: los nacionalistas. Estos, en primer lugar, no tienen las ataduras del partido que, sea en el gobierno o liderando la oposición, delimita su acción política. En segundo lugar, apoyan su peso político en Madrid en su posición hegemónica en el espacio público de su territorio de origen. Finalmente, esa misma posición les permite contraprogramar constantemente la política gubernamental mediante el trozo de Estado que controlan localmente.

Ayuso ha escogido la vía PNV, el modelo Sabin Etxea le viene como un guante, sabedora que el plan rupturista no lo soportan las costuras de su partido

La política de Ayuso se ha encaminado claramente por esos mismos derroteros, facilitada además por los tiempos excepcionales que vivimos. Ha escogido la vía PNV más que la vía del independentismo catalán, sabedora de que el plan rupturista no lo soportan las costuras de su partido. El modelo Sabin Etxea le viene como un guante y, ayudada por la larga siesta del líder de la oposición en Madrid, le está rindiendo tan notables frutos que incluso en su partido no están teniendo otro remedio que colocarse a remolque de ella.

En plan PNV de tiempos recios montó tremendo lío en septiembre llevando al límite una situación ya de por sí bastante extrema, forzó al presidente del Gobierno a acudir a su territorio, lo llenó de banderas, le hizo firmar algo, lo tuvo allí dos horas y acto seguido acusó al Gobierno de incumplir lo pactado. De libro. Daba igual lo que firmara el presidente (era el libro de visitas), lo que quería Ayuso era la imagen, el escenario. Cambien mentalmente las banderas y a ver a qué suena eso.

El efecto más perverso de la feudalización de las comunidades autónomas se da en el sistema financiero. Un lío en el que Ayuso ha encontrado un filón

Uno de los efectos más perversos de la bastarda feudalización de las comunidades autónomas en España se da en el sistema financiero. Un lío, pero un lío en el que Ayuso ha encontrado un filón que denota a las claras las fuentes de las que bebe. Nadie va a tocar el bolsillo de los madrileños, seré la peor pesadilla de quien ose cuestionar la baja fiscalidad del terruño…, en definitiva: Hacienda pacta con los independentistas para robar a Madrid. A mí esto me suena.

¿Que una de las joyas de la corona en el proyecto legislativo del Gobierno es la ley de educación? No hay problema: en menos de un mes se anuncia a todo trapo una “Ley Maestra de Libertad de Elección Educativa” en la que se viene a decir lo obvio, lo que ya está en la ley, pero insistiendo en el “hecho diferencial”: en Madrid la lengua vehicular será el castellano. ¿Es o no es de libro? Ayuso está a un paso de reivindicar los derechos históricos de Madrid. Alguien debería decírselo a Casado.