Paseo por Santiago de Chile el fin de semana anterior al reciente plebiscito. Mi primera intención, por inclinación profesional, era aprovechar ese domingo para ver el Museo de Historia Nacional, pero me doy cuenta de que la historia nacional de Chile está en ese momento en la calle, más que en el museo. Lo veo al preguntar por la plaza Baquedano, donde todo comenzó en 2019. “No existe, amigo, usted debe referirse a la plaza Dignidad”. Allá voy y compruebo que, en efecto, ya no están ni Baquedano ni su caballo, un mal estratega (el general) que no dejaba de ganar batallas para Chile en las guerras contra sus vecinos. Queda el pedestal, que, como todo el conjunto, había sido decorado con lemas y dibujos alusivos a la revuelta de 2019. 

Sacar al ecuestre Baquedano de su pedestal se me antojó un trasunto de lo que se estaba cociendo en Chile con la propuesta de proyecto constitucional (que eso, y no un texto constitucional, es lo que se votaba el día 4 de septiembre). General y caballo, historia de Chile, ya habían sido resignificados durante las protestas cuya salida fue la Convención Constituyente. De algún modo, eran el símbolo de lo que tenía que haber sido: la historia de la república criolla intervenida por la revuelta ciudadana de 2019. Quitar esa estatua del espacio público era una imposición de parte, es decir, todo lo contrario de lo que debe ser un proceso constituyente.

 

Sacar al ecuestre Baquedano de su pedestal se me antojó un trasunto de lo que se estaba cociendo en Chile con la propuesta de proyecto constitucional

 

Algo así ocurrió en la Convención que redactó el rechazado proyecto y difícilmente podría haber sido de otro modo, puesto que las elecciones de mayo de 2021 fueron un auténtico revolcón para el sistema bipartidista dominado por Nueva Mayoría (izquierda) y Chile Vamos (derecha). Más de la mitad de los convencionales estaban fuera de esas órbitas tradicionales y apuntando en sus propuestas de salida a las que fueron finalmente también de llegada. La cuestión era si realmente la sociedad Chile había cambiado tan drásticamente entre 2019 y 2021 como reflejaba la Convención. La respuesta que puede colegirse del resultado del pasado domingo es que no, aunque quedarse en señalar que el mismo es un rechazo a una propuesta constitucional populista de izquierdas no da cuenta de toda la magnitud de lo que está ocurriendo en Chile.

Esto último es cierto sin duda, pero también lo es que con mayor contundencia aún (casi un 80% en el plebiscito de octubre de 2020) la sociedad chilena mostró su rechazo a la actual constitución del país. Es decir, que parece ser que la sociedad chilena no quiere una constitución de parte hecha por la izquierda, pero tampoco otra, la actual, también de parte hecha por la derecha. 

 

La presidencia de Gabriel Boric es un producto de aquellos movimientos iniciados en 2019, pero, al mismo tiempo, es heredera de un proceso constituyente ya en marcha y casi finalizado al asumir su cargo

 

Según sondeos publicados en la prensa chilena en los días previos a la consulta, entre quienes lo rechazaban las razones poco tenían que ver con los lemas alarmistas de la extrema derecha sino, precisamente, con el funcionamiento de la Convención y los auténticos puntos ciegos de la propuesta: la creación de una especie de fuero indígena, la desaparición del senado y su sustitución por una cámara de las regiones de indefinida utilidad o la compulsiva regulación de un texto que tiene casi 400 artículos (con algunos muy pintorescos, como los que regulan el cuerpo de bomberos). 

 

El mensaje, como reconoció el propio Boric el mismo día del plebiscito, es meridiano: nueva constitución que supere la heredada de la dictadura derechista sí, constitución izquierdista, no

 

Tomar buena nota de todo el proceso que va desde octubre de 2019 hasta el pasado domingo es pertinente para preguntarse y ahora qué. La presidencia de Gabriel Boric es un producto de aquellos movimientos iniciados en 2019, pero, al mismo tiempo, es heredera de un proceso constituyente ya en marcha y casi finalizado al asumir su cargo. Su mandato se sitúa, por lo tanto, en un cruce de tres decisiones soberanas y por ello ineludibles de la sociedad chilena: el rechazo de la constitución derechista de 1980, aún con sus reformas; su propia elección presidencial frente a un candidato de extrema derecha y, finalmente, el rechazo a un proyecto constitucional que solo daba sombra a las aspiraciones del 38% del país. Debe tener muy presentes datos relevantes como el hecho de que buena parte de los distritos que tuvieron representación indígena asegurada (fueron 17 los escaños reservados a este fin en la constituyente) el rechazo ha sido mayor que la media o como el dato no menor de que el rechazo ha sido casi completamente transversal al mapa de riqueza/pobreza que suele reflejarse electoralmente en el área urbana de Santiago. 

El mensaje, como reconoció el propio Boric el mismo día del plebiscito, es meridiano: nueva constitución que supere la heredada de la dictadura derechista sí, constitución izquierdista, no. Entre medias, hoy por hoy, solo está él, el presidente. Es cierto que la composición del Congreso y del Senado van a obligarle a muchas horas de negociación, lo cual, si se trata de elaborar un texto que realmente constituya un suelo común a diferentes ideologías, puede convertirse en un reto y una ventaja al mismo tiempo.