El viernes pasado mientras las autoridades regulatorias norteamericanas cerraban Silicon Valley Bank, David Barroso, el fundador y CEO de la startup vasca CounterCraft, tuiteaba que en ese momento no sabía si iba a poder pagar las nóminas de sus empleados o incluso utilizar las tarjetas de la empresa. Y es que su compañía, que tiene entre sus propietarios a un fondo norteamericano, era una de las muchas que se habían visto atrapadas por confiar todo su dinero a una sola entidad financiera.

Barroso es uno de los máximos expertos mundiales en ciberseguridad de bancos pero eso no le impidió depositar todos sus huevos en la misma entidad. Es difícil prever que un banco vaya a cerrar sus puertas de la noche a la mañana y más aún que lo haga uno que está centrado en un sector tan boyante como el de las startups tecnológicas y que figura entre los 20 más grandes de EE.UU. Pero una suma de coincidencias hizo que todo se torciera.

El Silicon Valley Bank había crecido mucho en los últimos años al ritmo de las empresas con las que trabajaba, que cierran continuas rondas de inversión y después depositan esos fondos en el banco que les recomiendan los propios inversores. El dinero captado superaba ampliamente al de los préstamos concedidos, por lo que la entidad tenía que buscar nuevos destinos seguros para esos dólares y especialmente bonos que con la subida de las tipos de interés perdieron valor.

Al mismo tiempo, sus clientes habían dejado de cerrar rondas por lo que necesitaban efectivo y acudían al Silicon Valley Bank a recuperar lo que habían depositado anteriormente. La gota que colmó el vaso fueron los whatsapps y correos electrónicos que algunos inversores empezaron a enviar a sus invertidas advirtiéndoles de que el banco podía estar pasándolo mal y les convenía sacar su dinero lo antes posible.

Ninguna entidad financiera puede soportar que una parte significativa de sus clientes acudan simultáneamente a extraer todo su efectivo, por lo que tuvo que pedir ayuda. Primero a otras entidades y después a las autoridades regulatorias, que son las que decidieron intervenir el banco. Curiosamente algo similar ocurrió en Bilbao hace casi 100 años cuando la capital vizcaína era lo más parecido al actual Silicon Valley californiano. En este caso, un iron valley, porque la explotación de las minas de hierro vizcaínas y toda la industria generada a su alrededor atrajeron a principios del siglo XX a emprendedores de medio mundo y especialmente del Reino Unido y Alemania.

El acero que se podía elaborar con el mineral vasco era de tal calidad que se convirtió en objeto de codicia y especulación. En Bilbao surgieron navieras, altos hornos, compañías de seguros y bancos para aprovechar esa fiebre monetaria que no pararía hasta el final de la primera guerra mundial en 1918

El acero que se podía elaborar con el mineral vasco era de tal calidad que se convirtió en objeto de codicia y especulación. En Bilbao surgieron navieras, altos hornos, compañías de seguros y bancos para aprovechar esa fiebre monetaria que no pararía hasta el final de la primera guerra mundial en 1918. Y una de las entidades financieras que habían surgido al alimón de la extracción del hierro se llamaba Crédito de la Unión Minera. Era la más agresiva, la que pagaba los intereses más altos y la que mayores riesgos estaba dispuesto a asumir para crecer. Hasta el punto de que en pocos años se convirtió en el segundo mayor banco de la plaza, solo por detrás del más veterano, el Bilbao, y por delante del Vizcaya.

Sin embargo, el final de los años dorados frenó la actividad minera y contrajo a la economía local. Hay que tener en cuenta que este banco, al igual que el Silicon Valley Bank, era regional y apenas había diversificado su patrimonio y actividad más allá del hierro vizcaíno y del Rif norteafricano y del carbón leonés. Sus clientes, gran parte de ellos empresarios y trabajadores de las explotaciones mineras, empezaron a sacar su dinero y a poner en tensión la liquidez de la entidad. Se corrió la voz y el proceso se aceleró. Eran principios de 1925.

Antes de suspender pagos, el presidente del Crédito de la Unión Minera, el marqués de Acillona, pidió ayuda al Banco de Bilbao "para evitar perjuicios para todos los bancos" y "contener la alarma". Así lo justificaba: "Lo primero que habría de notarse en nuestra caída sería una gran desconfianza hacia los bilbaínos y este recelo habría de traer forzosamente fortísimos reintegros de cuentas a todos los bancos locales". Hay que tener en cuenta que el Bilbao ya había comprado anteriormente a otro competidor, el Banco del Comercio.

Sirva este caso para mostrar lo relativamente fácil que es hundir una entidad financiera... y cuanto más local mejor. Aunque hoy el sector ha evolucionado y hay más garantías a favor de los clientes, como los fondos de garantía de depósitos, entonces inexistentes, y múltiples obligaciones de reservas que impiden, hasta cierto punto, desfalcos.

De hecho, en el caso del Crédito de la Unión Minera se habló en su momento de una posible estafa, lo que llevó a todos los consejeros y directivos a la cárcel de manera temporal. Muchos eran senadores y diputados, además de poseedores de títulos nobiliarios, por lo que el asunto llegó hasta el Tribunal Supremo, que en pocos días sacaría de prisión a todos los afectados sin aclarar qué había ocurrido con el dinero.

Uno de ellos fue curiosamente Ignacio Belausteguigoitia, hermano del abuelo del actual máximo responsable del BBVA en España. Otros, los hermanos Francisco y José Luis de Ussía, márqués de casa Aldama y conde los Gaitanes respectivamente, eran los máximos accionistas, con un 37% del capital, del entonces poderosísimo Banco Central, condición que perderían a partir de entonces. Como es sabido, esta entidad acabaría engullida en el Santander.

Un contable del Banco de Bilbao que evidentemente sí sabía de números se pasó cuatro días encerrado en las oficinas del Crédito de la Unión Minera para hacer lo que hoy se denomina "due dilligence". Su conclusión es que no merecía la pena absorber al Crédito de la Unión Minera, que terminó suspendiendo pagos y desapareciendo

Al presidente, el marqués de Acillona, le preocupaba tanto el banco que, en una carta de 50 folios remitida a los accionistas, reconoció que los balances y demás números eran para él algo parecido a "un curso de griego". Vamos, que nunca los había mirado ni los entendería. Es probable que a la mayor parte del consejo de administración, conformado fundamentalmente por rentistas con amplio patrimonio minero, incluido uno de los fundadores del Athletic Club, le ocurriría algo parecido.

Un contable del Banco de Bilbao que evidentemente sí sabía de números se pasó cuatro días encerrado en las oficinas del Crédito de la Unión Minera para hacer lo que hoy se denomina "due dilligence". Su conclusión es que no merecía la pena absorber al Crédito de la Unión Minera, que terminó suspendiendo pagos y desapareciendo.

Horacio Echevarrieta, entonces uno de los hombres más poderosos de España, fue uno de los principales afectados y presionó a las autoridades para que arreglaran el entuerto. A su intermediación se debe en gran medida que la Diputación de Bizkaia, concierto económico mediante, se hiciera cargo de gran parte de los depósitos. Más o menos como Biden con el Silicon Valley Bank.