Habrá a quien sólo por el hecho de leer junto al sustantivo economía, el adjetivo feminista, ya le resulte disuasorio avanzar en este escrito. Habrá también a quién le llame la atención, y habrá seguro, quien no se haya encontrado nunca con estas dos palabras juntas.
El concepto es relativamente nuevo, se acuña por primera vez en 1992, esa fecha que quien más quien menos, recuerda por los fastos que se celebraron. Pues mientras tenían lugar las famosas Olimpiadas de Barcelona y la Expo de Sevilla, se escuchaba por primera vez la acepción “economía feminista”, una forma de llamar la atención sobre una parte de la económica evidentemente relacionada con las mujeres, y prácticamente invisibilizada, que quería ponerse en valor, y sobre todo que se entendía era y es, de obligada visibilización. Se entiende por economía feminista o también denominada economía del cuidado, todas esas actividades relacionadas de atención que realizan de forma callada y mayoritaria las mujeres, y que no se retribuyen, entre otras cosas, porque no se consideran productivas.
Es absolutamente llamativo lo que supondría esta parte de la atención y los cuidados no remunerados, si lo tradujéramos en dinero, porque estamos hablando del grueso de la economía, un grueso que en un tarta de 8 porciones, representaría siete. Son esos siete octavos lo que sostiene al resto, una única parte que es lo que entendemos por economía en el sistema actual, y en la que no se computan las labores relacionadas con los cuidados.
En una sociedad en la que la pirámide de población ha dejado de ser pirámide, para convertirse en una figura absolutamente amorfa, se hace especialmente necesario abordar con una estrategia adecuada y realista la atención y los cuidados
La incorporación de forma paulatina de la mujer al mercado laboral, ha hecho que de alguna forma, en esto que llamamos primer mundo, ese trabajo de los cuidados se haya ido desviando, hacia mujeres no autóctonas que vienen hasta aquí dejando en su país de origen a su familia. Allí son otras mujeres del entorno o de zonas más deprimidas las que se encargan de los cuidados de las familias de las que se desplazan, con el fin de poder aportar algo a su precaria economía. En definitiva, el trabajo de los cuidados, esa labor que en general se considera de escaso o nulo valor añadido, y que pocos quieren hacer, va encontrando otros sujetos, pero salvo contadísimos casos, siguen siendo las mujeres de aquí y de allí, quienes acabamos haciéndolo.
En una sociedad en la que la pirámide de población ha dejado de ser pirámide, para convertirse en una figura absolutamente amorfa, en la que los mayores ocupan cada vez más espacio, se hace especialmente necesario abordar con una estrategia adecuada y realista la atención y los cuidados. Y evidentemente, esa estrategia no puede dejarse de forma exclusiva en manos de las familias que son quienes están resolviendo como buenamente pueden esta situación, que penaliza de forma sistemática a las mujeres tanto aquellas que se han incorporado al mercado laboral, como a las que atienden en exclusiva a pequeños y mayores, sin que como suele decirse esto esté ni agradecido, ni pagado. Es evidente que en este contexto cada vez más acentuado, le corresponde a la Administración, a todas y cada una de ellas, establecer políticas encaminadas a dar respuesta a una situación social en el que la esperanza de vida es cada vez más alta, y eso supone que cada vez son menos, los que pueden ocuparse de los cuidados y atenciones de aquellos que lo necesitan.
para llegar a ese punto debe pasar también por el filtro de la profesionalización y dignificación de esos trabajos que históricamente hemos acometido las mujeres de forma natural
En algún momento se hará preciso abordar también con parámetros de economía real y realista toda esa parte de economía oculta a la que hace referencia la economía feminista para incorporarla al proceso. Es obvio que para llegar a ese punto debe pasar también por el filtro de la profesionalización y dignificación de esos trabajos que históricamente hemos acometido las mujeres de forma natural, y que seguimos llevando a cabo mientras compatibilizamos otras tareas personales y profesiones con un desgaste difícil de asimilar que pasa factura más antes que después.
La economía feminista ha llegado para quedarse, pero sobre todo para reivindicar y visualizar que existe y que está dispuesta a dar la batalla para hacerse presente y ocupar el puesto que se merece. En esto como en todo va a hacer falta mucha labor pedagógica, mucha paciencia y mucha complicidad entre todos. Mientras tanto…que la música vaya sonando.