El Rey  emérito a su llegada a Vitoria. / Efe

El Rey emérito a su llegada a Vitoria. / Efe

Opinión

El Rey en Euskadi

Todo se ve mal, todo es inadecuado y, si malo es estar fuera de España, peor es regresar

25 abril, 2023 05:00

La última vez que el Rey Juan Carlos, cuando aún era Rey del todo, salió de Madrid en viaje oficial lo hizo a Vitoria, fue para inaugurar la ampliación de Mercedes. Un acto concebido para darle relumbrón a la nueva planta en la que se iba a construir el modelo Clase V. Allí estuvieron las autoridades vascas y nacionales, los más altos ejecutivos de Mercedes y un Rey al que le quedaban dos semanas para anunciar su abdicación.

Después de visitar la planta, don Juan Carlos se hizo una foto con un par de centenares de empleados de Mercedes que posaban en unas gradas dispuestas para recoger el momento. Todo fueron buenas caras, sonrisas, alegría y respeto. Fue así a pesar de que Euskadi no es un lugar muy cómodo según para quién, particularmente si ese quién es un Rey en un territorio que se muestra poco monárquico.

Sin embargo, el rey don Juan Carlos tenía un carisma que superaba las reticencias ideológicas. Fue él quien hizo juancarlistas a los republicanos y quien logró una legitimidad para su persona, por sus aciertos políticos y por un carácter que simpatizaba con quien tenía la oportunidad de tratar con él.

Hoy, don Juan Carlos llega de nuevo a Euskadi, también a Vitoria y lo hace sin el relumbrón de otro tiempo y para pasar revista de traumatología y de estomatología. Que todo se tiene que saber y todo se pone en cuestión cuando es el Rey Emérito quien lo protagoniza.

El Rey don Juan Carlos es una herida abierta, una herida de España, una herida monárquica y republicana, es una herida para sí y para los demás

Lo que en otro tiempo fue admiración, hoy es deserción. Lo que antes era festivo y acertado, hoy es una mala decisión. Ya sea ir al dentista o navegar en aguas abiertas. Todo se ve mal, todo es inadecuado y, si malo es estar fuera de España, peor es regresar. El Rey don Juan Carlos es una herida abierta, una herida de España, una herida monárquica y republicana, es una herida para sí y para los demás.

No tiene forma de acertar. No atina yendo a un partido del Real Madrid ni cenando en un club de postín. Todo lo que haga es malo e inadecuado, todo un desacierto. Nadie defenderá que se arregle los empastes ni que vaya al fútbol. El Rey Juan Carlos ha caído en el espacio irritante de la opinión pública y por eso tiene dolor de muelas y tiene que ir al dentista y al traumatólogo de un solo viaje.

Su éxito, el histórico, era emocional. La simpatía que despertaba era inspirada por las emociones, que es la única forma cierta de querer a alguien. Y don Juan Carlos se hacía querer. Era un poco padre, un padre eventual y político, una referencia muy cordial y bien plantada que nos enseñaba cómo había que vestir para cada acto y la cara que correspondía en cada ceremonia.

Don Juan Carlos era el tutor de la democracia, la referencia fetén y armónica en la disputa política de los partidos y los arribistas. Era lo que hoy aspira a ser su hijo don Felipe en esta nueva política en la que la monarquía se hace más estrecha porque lo que quiere el presidente Sánchez es ocupar el espacio que corresponde al Jefe del Estado y porque hay muchos que quieren que el Jefe del Estado no sea ni fetén ni armónico sino activista y provocador.

Al Rey se le perdonó todo, al Emérito no se le perdona nada

Pero como se ve a cada noticia, la imagen de don Juan Carlos se ha venido abajo y ni siquiera la insistencia en acudir a Xanxenxo le libra de la inoportunidad. Se acabó la suerte que otorga el mando, la responsabilidad, la dignidad del cargo y ahora le toca sufrir lo que libró en vida de ejercicio Real.

Al Rey se le perdonó todo, al Emérito no se le perdona nada.

Don Juan Carlos ha estado por Vitoria pero no se ha dejado ver. No concita las simpatías del pueblo que en otro momento lo vitoreó. No se le perdona lo que el pueblo sí perdona a otros que nos hicieron más daño. Y ahí está la cosa, al Rey don Juan Carlos no se le perdona porque se le quiso, se le admiró y hoy quienes lo consideraban antes, hoy, lo miran decepcionados.

El problema es que, aun sin importarnos don Juan Carlos, los españoles nos tenemos que cuidar a nosotros mismos y no nos va bien tanta leña como se está sacando del viejo árbol. Para los españoles conviene moderar el derribo porque es parte de nosotros, de una mayoría social que lo consideró e incluso lo veneró. Astillar al viejo Rey es descuartizar una parte de la historia que se ha hecho en los últimos cincuenta años y eso no va bien con la autoestima ni procede para la terapia colectiva del país.

Anticipo que los mecanismos de defensa del amor propio van a reducir tantos hachazos como le están siendo aplicados en los huesos de don Juan Carlos, porque en la práctica son para demérito de quienes lo respetaron y alentaron. Porque la refriega hacia el Rey va contra estos cincuenta años de historia en la que los españoles estamos siendo cancelados al tiempo que se cancela al emérito personaje.

Haa don Juan Carlos tiene derecho a hacer pie en el hundimiento y sacar la cabeza del agua, aunque solo sea para decirnos que “verdaderamente, las cosas no las hicimos tan mal”.