Bildu y la política
A Bildu estas pasadas elecciones locales y provinciales le han ido de fábula… aparentemente. Los resultados le han sido favorables pero la política le va a ser adversa, y esto por decisión propia. Bildu viene de donde viene y arrastra una concepción de la política que malamente puede serle útil para los grandes pactos y para puentear a otras formaciones con las que rivaliza, especialmente el PNV. Le puede su pasado, no solo porque, como bien recuerda Antonio Rivera, lo tiene día tras día como una sombra en forma de ciento setenta presos provenientes de la extinta organización terrorista, sino porque su pasado era de una naturaleza profundamente antipolítica.
Su órgano de dirección, que sigue reproduciendo el modelo de “mesa política” de otros tiempos, arrastra no pocos efectivos también de la época de Herri Batasuna, como el propio Arnaldo Otegi, Pernando Barrena o Koldo Kasteñeda, de Ikasle Abertzaleak, como Miren Zabaleta, o de Haika, como Arkaitz Rodríguez. No son unos restos de la época del terrorismo sino todo un desembarco vía Sortu del antiguo enjambre que arropaba a ETA, y con ellos de su manera de entender la política.
Es cierto que en el nuevo escenario para el que se creó la coalición Bildu, se imponen necesariamente nuevas formas a las que ese mundo no estaba acostumbrado, como el juego parlamentario en el que un día pueden ver perfectamente al PP apoyando una iniciativa suya en la cámara vasca o al gobierno de España sacando leyes adelante mediante negociaciones con Mertxe Aizpurua (otra que viene del enjambre).
En política el imperativo categórico no funciona. Funciona en la ética, pero ahí es precisamente donde Bildu se niega a aplicar ese principio
Pero también lo es que a través de Sortu (esto es, Bildu menos el pequeño aporte de Eusko Alkartasuna, Ezker Batua y algún independiente), se transmiten formas de entender la política que pertenecen al pasado de HB. Un ejemplo: esas ruedas de prensa que parecen las del portavoz del ejército ruso: yo largo, ustedes copian y no hay preguntas. Así se han producido las declaraciones más rimbombantes de Bildu en los últimos años. Forma parte también de esa concepción de la política la irrenunciable reivindicación de la antipolítica que representó el terrorismo ultranacionalista.
Con antipolítica me refiero a una manera de entender la política que absolutiza la posición propia como si fuera un imperativo categórico: es buena siempre, en todo lugar, para todo el mundo. Y, claro, en política el imperativo categórico no funciona. Funciona en la ética, pero ahí es precisamente donde Bildu se niega a aplicar ese principio. Por ello meten en sus listas a etarras en los pueblos donde habían cometido asesinatos, creyendo que los demás tendrán que tragar con ello porque sí.
En buena medida, de eso se trata, de que los dirigentes de Sortu y Bildu no acaban de ver que ese imperativo categórico deben aplicárselo para lo que fue concebido y explicado por Kant, para establecer un juicio moral sobre sí mismos y no para trasladarlo a la política, como si los demás tuvieran una especie de obligación hacia el mismo. No, los demás no aceptamos que se incluyan etarras en las listas electorales o que se hagan homenajes a quienes asesinaron a los contrincantes políticos de Herri Batasuna. Sobre todo no aceptamos que Bildu no haga un juicio moral aceptable del pasado terrorista. No lo hacemos precisamente por un imperativo categórico, porque es bueno siempre, en todo lugar y para todos excluir la violencia de la política. Es más, exigimos una meridiana claridad a este respecto.
Quizá el problema mayor es que quienes formaron parte de la antipolítica no sean idóneos para la política. Han acreditado que lo son en este país (que debería hacérselo mirar) para atraer una buena parte del voto, pero no para ir más allá, al gobierno de las instituciones
Es por ello que Bildu bloquea a partir de aquí su propio progreso político. Es un hecho ya que se coloca electoralmente en posición inmejorable para gobernar buena parte del poder público en Euskadi. Es un hecho también que para hacerlo necesitaría, como casi todos, pactar esos gobiernos y es, finalmente, otro hecho que para llegar a pactar como lo hacen PNV y PSE o PP y Vox, tiene que pasar por aplicarse el imperativo categórico que lleva a concluir que existe un suelo ético que debe ser común. Más aún, como se trata justamente de un imperativo categórico, sería bueno también para Bildu.
Es muy posible que el problema esté en el tracto que sigue conectando a Sortu y Bildu con HB y ETA. Para que sepamos de qué hablamos: quien dirige la orientación estratégica de Sortu (el núcleo duro de Bildu), David Pla, fue dirigente de ETA. Solamente por contrastar: las dos actuales máximas dirigentes del Sinn Fein llegaron al partido después de los acuerdos de 1998. Quizá el problema mayor es que quienes formaron parte de la antipolítica no sean idóneos para la política. Han acreditado que lo son en este país (que debería hacérselo mirar) para atraer una buena parte del voto, pero no para ir más allá, al gobierno de las instituciones. Les quedan dos caminos: o bien siguen creciendo hasta tener una mayoría que les permita hacerlo, o bien terminan la digestión de su horripilante pasado y hacen los deberes éticos que les permitan normalizar realmente su presencia en el escenario de la política.