Debate entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo / JUANJO MARTÍN - EFE

Debate entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo / JUANJO MARTÍN - EFE

Opinión

La mentira: el disolvente de la esfera pública

21 julio, 2023 05:00

Solo desde la ingenuidad más angelical se puede creer que la verdad es una virtud de la política. La historia reciente nos ofrece innumerables ejemplos donde la mentira ha sido una herramienta al servicio del poder: la guerra de Irak donde una inexistente posesión de armas de destrucción masiva sirvió de coartada para justificar una invasión; o la utilización de la mentira para ocultar la verdadera autoría de los atentados del 11-M son dos de los casos más recientes. Si la mentira penaliza o no al político que la ejerce es uno de los grandes interrogantes que despierta su utilización por parte de clase política, más cuando esta se produce cerca de la celebración de unas elecciones.

Lo preocupante del uso y abuso de la mentira durante la campaña electoral es ver cómo es capaz de enfangar todo el debate público y de distraer la atención. El uso de la mentira por parte de la clase política esconde, por un lado, intentos claros de manipulación de la opinión pública a favor de sus propios intereses y, por otro lado, su incapacidad para reconocer abiertamente cambios de opinión, errores y fallos inevitables del ejercicio de sus funciones. Es así como cada mentira política retumba con un eco atronador que distorsiona y deteriora la conversación pública.

Mientras estamos dentro de ese ruido ensordecedor no dejamos espacio para escuchar propuestas, contrastar proyectos, debatir ideas e identificar diferencias y matices de los diferentes proyectos políticos.

Mientras estamos dentro de ese ruido ensordecedor no dejamos espacio para escuchar propuestas, contrastar proyectos, debatir ideas e identificar diferencias y matices de los diferentes proyectos políticos. Quién miente no está dispuesto a rebatir o modificar sus argumentos ¿Será eso lo que quieren los mentirosos?

Un político cuando se da cuenta que está equivocado en interés por el bien común tiene el deber de rectificar, y no utilizar la mentira en aras de ocultar una debilidad, sino tener la humildad de reconocer que, en ocasiones, no somos capaces de prever lo que podía suceder. Los principios a uno le dan una cierta dirección, pero no la razón absoluta.

Quien miente merece una “doble condena”, por el ejercicio espurio de la manipulación y el engaño, y por su contribución al ruido que no nos deja oír ni escuchar

Tal y como reconocía el presidente de la República de Chile en una reciente entrevista, gobernar supone la asunción metafórica de tomar consciencia de que tenemos entre las manos el timón de un barco, sabemos la dirección en la que vamos, pero no está muy clara la ruta, ni el clima con el que nos vamos a enfrentar, ni las capacidades de la población para asumir los cambios de rumbo que tendremos que tomar. Esto hace que sea preferible y deseable contar con una clase política determinada donde la duda debe seguir a la convicción como una sombra, palabra de Albert Camus.

Por eso quien miente merece una “doble condena”, por el ejercicio espurio de la manipulación y el engaño, y por su contribución al ruido que no nos deja oír ni escuchar. El uso estratégico de la mentira no es un simple instrumento político, es un disolvente eficaz de la esfera pública.