¿Viajes institucionales o turismo institucional?
Cuando la semana pasada el lehendakari y su séquito, que incluía a su pareja y a las de algunos consejeros, se embarcaban en el avión que les iba a llevar a Japón ya sabían que un vasco, Iván Illarramendi, estaba desaparecido en Israel, probablemente secuestrado por Hamás. Mientras los principales mandatarios del mundo se replanteaban su agenda institucional, que ha llevado a los presidentes de EE.UU. y Reino Unido a Tel Aviv, en Lakua esa posibilidad ni siquiera se llegó poner encima de la mesa.
Y es extraño, porque el viaje a Japón no tenía citas de nivel en las que fuera precisa la presencia del lehendakari y porque se presentó una ocasión inigualable para que la diplomacia vasca visitara Israel. Desde todos los puntos de vista, y no solo los de tipo humanitario, habría tenido más sentido que Urkullu volara a Tel Aviv que a Tokyo.
De hecho, en las crónicas de Irekia, y en las de los "enviados especiales" con billetes y hoteles pagados por el contribuyente vasco, se percibe cierta artificiosidad en todo lo que ha rodeado al viaje a Japón. Hay, por ejemplo, ruedas de prensa en las que todos los asistentes son occidentales, citas con ministros que en realidad son meros secretarios de estado ("viceministros" en terminología oficial nipona), mucho folclore y gastronomía vascos con mínima asistencia local y una sensación constante de que se trata de convertir un paseo turístico en algo más institucional.
Se ha vendido el viaje desde un punto de vista de promoción económica y turística, lo cual tiene más sentido, aunque con matices. Es cierto que Japón es un mercado muy grande (125 millones de habitantes) y con alto poder adquisitivo, pero también muy complejo por su tremendo proteccionismo. Y el turista nipón viene y vendrá de vacaciones a España, que tiene una marca consolidada como destino turístico, pero no tanto a Euskadi. Se ha hablado incluso de supuestas similitudes entre Euskadi y Japón por sus culturas milenarias y devoción al pasado.
Seguro que los vascos no podemos resolver el conflicto de Gaza pero sí que deberíamos tener un mayor protagonismo en esos lares
La verdad es que somos casi dos polos opuestos. Precisamente lo contrario de lo que ocurre con Israel, con cuyo pueblo, el judío, hemos estado unidos desde hace muchos siglos. Nuestros idiomas, euskera y hebreo, han estado ambos a punto de desaparecer, y en la forma de ser, comer, divertirnos y trabajar somos casi primos hermanos. Probablemente no es casualidad que Illarramendi fuera el cocinero del kibutz en el que residía.
Si un vasco viaja a Israel le va a llamar la atención que sus carreteras están llenas de autobuses de Irizar y que la desalación y las energías renovables, dos áreas en las que Euskadi es muy potente industrialmente, están muy desarrolladas por razones de sobra conocidas. Por no hablar de la seguridad, una obsesión en Israel que también ha sido un asunto muy importante en el País Vasco.
De hecho, los primeros agentes de la Ertzaintza recibieron formación directa por parte del Mossad en unos momentos en los que las relaciones entre los gobiernos de Vitoria y Tel Aviv eran excelentes. Aunque tímidamente, en tiempos recientes se ha intentado extender ese entrenamiento israelí a los emprendedores y científicos vascos, que tienen mucho que aprender de la que es conocida mundialmente como Startup Nation por su capacidad para fundar empresas tecnológicas.
Y no es una cuestión de ideología de izquierdas o de derechas, porque el que probablemente es a día de hoy el principal embajador del Estado sionista en Euskadi es un diputado de Bildu, Jon Iñarritu, que suele pasar los veranos en tierra santa. Lo que no evita que en su partido haya también una alcaldesa de origen palestino, la de Bermeo, Nadia Nemeh. Seguro que los vascos no podemos resolver el conflicto de Gaza pero sí que deberíamos tener un mayor protagonismo en esos lares.