Cunde la sensación, alimentada tanto en Alemania como aquí mismo, de que todos los problemas de Siemens provienen de Gamesa. Esto, amén de injusto para quienes trabajan en la fábrica de origen vasco, suena en realidad a excusas de malos perdedores.
Desvelaba este diario a principios de la pasada semana que Christian Bruch y los demás mandamases de la matriz germana no descartaban cualquier escenario para recortar en Siemens Gamesa. Conforme pasaban las horas se disparaban los temores y los nervios tanto en las plantas de la compañía como en no pocos despachos de poder de Euskadi. Honda preocupación en el propio Gobierno vasco por el futuro de la empresa.
La plantilla iniciaba sus lógicas movilizaciones. Y terminaba la semana con Siemens Energy reclamando una suerte de rescate al Gobierno alemán en forma de avales bancarios como oxígeno para el gigante herido. Algo que la propia empresa, que parecía rumbo al hundimiento definitivo en Bolsa, se veía obligada a matizar este lunes para evitar males mayores.
En estos días, y ya me perdonarán el tópico, se han escrito ríos de tinta sobre la cuestión. Casi todos los análisis apuntaban en la misma dirección. Sin embargo, apareció un oasis en el desierto de ideas que nos circunda y domina. Porque en 'La Información' Rubén J. Lapetra, buen tipo y periodista serio, opinaba sobre "el truco alemán de culpar al viento de otros problemas".
En su argumentado y recomendable artículo tildaba de "desastre" la política energética alemana de la última década. Y exponía cómo el caso de Siemens reúne "los ángulos, vicios y taras ocultas que han echado por tierra el mito de la fiabilidad alemana y la intocable etiqueta del ‘Made in Germany’".
Lo sencillo es, como parece que puede ocurrir, arrasar con la filial española y señalar directa o sibilinamente a sus empleados como responsables de todo: de las turbinas defectuosas, de sus costes, de la fusión y hasta del mal tiempo. Quizás lo complejo sea admitir errores propios en la gestión. Eso requiere humildad y arriesgarse a perder el puesto. Y parece que esta actitud no se estila en Münich.