Un hombre delante del mar.

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Opinión AHÍ VAMOS, TIRANDO

Los “tolosa”: abiertos por vacaciones

10 agosto, 2024 05:00

Aquí andamos, con las vacaciones a la vuelta de la esquina si no llegaron ya, un calorazo que funde plomos y ni con ésas los todólogos se callan. No hay forma. Empiezo a sospechar que, de sobrevenir el Apocalipsis, unos cuantos quedarían en pie para cuestionar el juicio final y explicarle a Dios cómo construir la Nueva Jerusalén. Es que es gente muy lista, listísima, porque no necesita títulos o experiencia para sentar cátedra de lo que sea mientras se peina con primor la raya del pelo. 

Ayer fue el cambio climático, hoy el color del traje nuevo del emperador, mañana Venezuela y pasado las Olimpiadas. Lo de menos es el tema. Lo fundamental, tener siempre una respuesta, opinar aunque sus dictámenes importen un pimiento, pontificar con el índice en posición de firme y transmitir más seguridad que una caja fuerte suiza. 

En este lugar del mundo llamamos tolosa a los todólogos. Tiene más gracia, aunque aun rebautizándolos me dan muchísima pereza. Estos personajes lo saben todo porque sí, porque lo saben con la misma certeza que una revelación mariana. Un tolosa es la leche, pero de soja, porque si tiene intolerancia a la lactosa seguro que no necesita pruebas para confirmar diagnóstico. El secreto de este arte, de esta ciencia, de esta filosofía de vida reside en la convicción de que las cosas son así y no de otra forma, en ajustar el neocórtex al cerebro límbico y nunca, jamás, replegarse ni abandonar posiciones, aunque hayan puesto la mano en el fuego y se churrusque como un cachito de panceta en la barbacoa. Antes mancos que reconocer errores y admitir ignorancia.

Además, por suerte o perseverancia, los tolosa alguna vez aciertan. Son el reloj averiado que dos veces al día marca la hora correcta, así que siempre encontrarán validación para mantener en alto sus cabezas de chorlito. Y si al final el tropiezo es tan mayúsculo y sus repercusiones tan severas que no queda otra que admitir la mayor, cosa que puede ocurrir una vez de cada cien mil millones, echarán la culpa al compañero de trabajo, Pedro Sánchez, los chemtrails o la Wikipedia.

Esto es trágico. Pero hay algo aún peor. Los todológos ya no son solo ese tipo de gente poco instruida y, por ende, imprudente que encuentra la verdad verdadera en el canal de Youtube de un señor enmascarado, domingueando con Iker Jiménez o en la Muy Interesante. El virus de la Todología lleva tiempo infectando a personas a las que se presuponía dos dedos de frente, con muchos libros en casa y el decoro necesario para poner la oreja y ponderar antes de soltar la lengua. Periodistas, desde luego. Periodistas ocupando el prime-time con discursos petulantes que maquillan veredictos de pan y melón, incapaces de reconocer sus limitaciones en una materia, especialistas en nada salvo en acomodar sus sesgos. Estrellitas estrellando los principios de este oficio, porque lo importante es parecer que tienen razón, enfervorizar a los suyos y salir mucho en cámara.

La Todología está dejando de ser un cómico ejercicio de cuñadismo para convertirse en un verdadero peligro

A los vanidosos se les olvidó que el (cuarto) poder conlleva una gran responsabilidad. Con ellos, la Todología está dejando de ser un cómico ejercicio de cuñadismo para convertirse en un verdadero peligro. Tenían el altavoz de los medios de comunicación y ahora también la caja de resonancia de las redes sociales, dentro de una sociedad de consumo e inmediatez donde el brillo efímero de los likes eclipsa el conocimiento especializado. Diestros o zurdos, da igual. Azuzan el rifirrafe, conscientes de su influencia, consiguiendo que muchísimas personas se revuelquen en el barro digital queriendo ser igual que ellos. Y entonces ya todo es blanco o negro, binario (menos el sexo, qué ironía), pocilga, ruido y polvo.

Tu primo, el camarero, la enfermera, el padre voxero o el bombero aliado se pondrán cachondos cuando reciban la primera dosis de reconocimiento y a partir de ahí se dejarán llevar, tecleando sobre lo que sea con la confianza de un súper héroe con capa nueva, emulando a sus ídolos. Con un poquito de tino, funcionará. La opinión inmediata, contundente y provocadora, equivocada o no, va a acaparar más atención que el análisis ponderado y sereno. Es como si estuviéramos en un gigantesco concurso de Scattergories: pulpo vale como animal de compañía, y la respuesta rápida más que la razonada. Mucho hype y poco texto. Dame pan y dime tonto.

Sí, a estas alturas cualquier sentencia de mercadillo puede transformarse en dogma. Y el tolosa, en referente, una voz autorizada y replicada por miles de retuits. La recompensa es tan golosa que poca gente está ya a salvo de convertirse en todólogo a jornada completo o por tiempo parcial.

Saltamos de un tema a otro con la pizpiritez de un acróbata, mientras dejamos un reguero de paparruchadas a nuestro paso. Nunca fue más cierto que, en un mar de conocimientos, apenas acariciamos el primer centímetro. Y encima, hemos enfangado el agua

Hay que aceptarlo. Nos hemos montado un circo de tres pistas y la sabiduría de barra de bar se ha convertido en el acto principal. Saltamos de un tema a otro con la pizpiritez de un acróbata, mientras dejamos un reguero de paparruchadas a nuestro paso. Nunca fue más cierto que, en un mar de conocimientos, apenas acariciamos el primer centímetro. Y encima, hemos enfangado el agua.

No veo solución a corto plazo, aunque me sé la receta mágica: fomentar el pensamiento crítico y la verificación de hechos. Lo primero, educando desde etapas tempranas para que la chavalería no se trague la información como si fuera una hamburguesa de 1 euro del McDonalds. Está en nuestra mano enseñarles lo que a nosotros se nos olvidó, masticar, cuestionar, contrastar y contextualizar, darles una pluma y ponerlos a escribir, recuperar la filosofía y adiestrarles en el poder del aburrimiento.

También hay que promover la cultura de la duda, porque el punto del interrogante es signo de inteligencia, no de debilidad. Incentivar el buen periodismo, que lo hay aunque se haya pasado de moda. Crear espacios para el diálogo que trabajen la empatía, donde confluyan diferentes y los cuchillos se dejen a la entrada. Y fomentar la paciencia, redescubrir la calma, alejarnos del huracán o refugiarnos en su ojo. Ahí es nada.

No sé, supongo que de momento lo mejor que puedo hacer es volver a la playa y bucear. Ahí en la profundidad hace fresquito y, aunque los tolosa no se callan ni debajo del agua, yo solo escucho el eco del mar.