En otro momento, Trump habría acaparado todos los titulares. Vuelve a tener entre manos el botón rojo. Y a sus pies, una nación rehén de sueños rotos y grasas saturadas. Como la muerte, golpeando dos veces.
Sin embargo, en esta parte del mundo el escenario todavía es demasiado descarnado como para entregarle el foco completo. La DANA continúa absorbiéndonos en un caos de escombros, cadáveres, ineptitud, desvergüenza, bulos, politización, morbo, solidaridad, grito, silencio, muchas dudas y pocas respuestas.
Ahora bien, yo me pregunto: ¿qué sucederá dentro de dos o tres meses, cuando haya pasado lo peor de la tormenta, desaparezcan todas esas imágenes de lágrima fácil y volvamos a hacer la lista de la compra solo para nosotros?
Andamos metidos hasta el cuello en la marea caprichosa de la llamada actualidad informativa, que en ocasiones no es más que un circo de ruido, distracción y pornografía emocional
Por muy extraordinaria que haya sido la catástrofe, el empirismo proclama a gritos una trágica evidencia. El interés mediático, y por ende el de la ciudadanía, es como una estrella fugaz. Deslumbrante por un rato, hasta que la novedad se disuelve en el lodo y deja paso a nuevos señuelos.
Andamos metidos hasta el cuello en la marea caprichosa de la llamada actualidad informativa, que en ocasiones no es más que un circo de ruido, distracción y pornografía emocional donde los enanos crecen cada vez más rápido.
Al eterno desafío de hacer periodismo, signifique lo que signifique ya eso, los medios se enfrentan desde hace tiempo a la presión de la inmediatez. Esa fuerza eléctrica que se alimenta de Internet y las redes sociales.
Las tres consignas son: ser el más rápido, el que más likes cosecha, el que gana el relato. Un combate duro de pelar en el que, además, se han colado charlatanes sin oficio ni beneficio capaces de multiplicar mierda y hacer de la mentira palabra de Dios.
Por eso lo importante se puede convertir en secundario, lo secundario en urgente, lo urgente en un producto que caduca cuando la atención empieza a flaquear. Y a otra cosa, mariposa. A ser posible, con más escándalo.
De ahí que nos olvidemos tan fácilmente de lo que hasta hace dos días ocupaba nuestras noches de sofá y manta o la charla en la barra de bar. Los casos Bono, Fabra, de Miguel, la crisis del mar Menor, los incendios en Galicia, el genocidio en Gaza, las 50 sombras de Errejón...
En realidad esas historias de las que pontificábamos con el mentón alto y mucha seguridad no han dejado de existir, ni han perdido gravedad, pero el ciclo de noticias sigue un ritmo implacable.
La hiperconectividad y la artificiosa demanda de primicias construyen una especie de moda mediática en la que los problemas, sean relevantes o ecos de feria, se vuelven obsoletos en cuanto la audiencia muestra cansancio. Y ahí, justo ahí, es donde surge otro problema.
El más grave, creo yo, si lo que tenemos entre manos es una catástrofe como la de Levante: en cuanto los medios empiezan a relajar la cobertura y rozar con el dedo gordo del pie el siguiente bochinche, el compromiso público comienza a diluirse.
Lorca es un ejemplo dolorosamente claro. En 2011, un terremoto sacudió la ciudad murciana y puso a toda España en vilo. Trece años después, más de 200 familias siguen esperando la ayuda prometida
Lo hemos visto demasiadas veces. De primeras los políticos aprovechan la inercia, listos para un discurso de emergencia más repleto de buenas intenciones que un bocadillo de los ochenta de mortadela con aceitunas. Pero cuando las cámaras se apagan y los teclados arrancan nuevas historias, la acción suele quedar en el mismo papel mojado en que se escribieron las promesas.
Lorca es un ejemplo dolorosamente claro. En 2011, un terremoto sacudió la ciudad murciana y puso a toda España en vilo. Trece años después, más de 200 familias siguen esperando la ayuda prometida a sabiendas de que ya no se van a llenar portadas y nadie va a indignarse, ni montar campañas de donativos, ni organizar conciertos, ni todas esas iniciativas tan bonitas que salen del corazón hasta que el exceso de tragedia nos satura las arterias y dejamos de sentir.
Porque esa es otra. La gran paradoja de nuestro siglo. Cuanto más acceso tenemos a la información, y por tanto a la tragedia, más acabamos desarrollando una especie de inmunidad al dolor ajeno. Una tolerancia al horror que nos permite consumir dramas reales como si fueran la serie del momento. Hoy 'El Juego del Calamar', mañana 'La Casa de Papel'.
Al final, la memoria colectiva acaba viajando en un tren de corta distancia, reducida a un reflejo fugaz de indignación que tan rápido como se enciende puede llegar a apagarse.
De eso también se aprovechan nuestros representantes, lo tengo claro. La respuesta política satisface la angustia del momento, con decisiones rápidas para salir del paso. Y se aferra a la desconexión posterior para dilatar todas esas soluciones que jamás deberían de haberse planteado en caliente.
Culpa suya. Y nuestra.
Como sociedad somos corresponsables de este juego de espejos y entretenimientos, de este ciclo mediático de tragedia, sustitución y olvido, de esta espiral política de promesas e incumplimientos. Vomitamos indignación y tristeza en el grupo de amigos del Whatsapp, pero en el fondo nos hemos acostumbrado a que el sistema funcione así, a pasar a otra cosa, a normalizar olvido e incumplimientos.
Cuando nos golpeamos el pecho con orgullo al ver cómo “el pueblo salva al pueblo” en Valencia, estamos haciendo trampa
Cuando nos golpeamos el pecho con orgullo al ver cómo “el pueblo salva al pueblo” en Valencia, estamos haciendo trampa. La reacción ciudadana ha sido admirable hasta ahora, cierto, pero nuestro gusto cotidiano por el morbo, nuestra indiferencia posterior, nuestro voto cada cuatro años, desvirtúa un cambio que podría ser real y sostenido. Medios de comunicación e instituciones son, al fin y al cabo, reflejo de la sociedad que los consume y elige. Si nos lavamos las manos y desviamos la mirada antes de tiempo, ellos seguirán haciendo lo mismo.
No sé, supongo que sueno pesimista. Pero en realidad creo que esta dolorosísima tragedia nos ofrece una oportunidad más para aprender. Me refiero a tomar conciencia de nuestra tendencia a escandalizarnos solo en el momento, escupir hacia arriba, pasar página cuando quedan muchas líneas por leer. Marcar el punto de inflexión.
No vimos llegar el golpe de la DANA, jamás habríamos imaginado su impacto, pero de momento la empatía sigue en pie. Ahora es cuando toca sostener mirada, puño y presión. El tiempo que haga falta, para no repetir un Lorca. Recordar a los muertos. Y restaurar los sueños de los vivos.
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