
El callar se va a acabar
El callar se va a acabar
El feminismo ya no puede ser solo una lucha de, por y para mujeres. Qué va. Somos tan buena gente que ahora, de paso, hay que salvar el mundo
Más de la autora: Nacionalismo bueno, nacionalismo malo
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Lo repitieron tantas veces, tanto tiempo, que solo les habría faltado ponernos bozal. Calladitas estáis más guapas. Calladitas no molestáis. Calladitas tenéis un pase. Desde niñas, la misma cantinela. Y así, casi sin darnos cuenta, sin darle importancia, como quien oye llover, llegamos a hacer costumbre de lo intolerable.
Aprendimos a dar por hecho que podía ocurrir, que era lo normal: el baboso en la discoteca, caminar rápido por la noche con las llaves entre los dedos, enviar un “llegué bien, mamá”, renunciar al ascenso porque con niños es un lío, que nuestro sueldo sea el complementario, la mano apresando el brazo. Ya sabéis.
No es que esté prohibida la queja. Tenemos la opción. Pero también aprendimos que poner el tacón en la espuela trae consecuencias. Levantar la voz nos coloca en la diana. Cuestionar lo establecido nos hace incómodas. Pesadas. Pelín histéricas. A lo Madame Bovary tras una sobredosis de realismo.
Si nos ponemos flamencas siempre saldrá alguien a replicar que exageramos, a decir que no es para tanto, que qué manía con quejarnos si en otros países las mujeres están peor. A fin de cuentas, aquí ni ablaciones, mi matrimonios a la fuerza con ocho años. Un alivio.
A mí me han pasado cosas. No de las que merecen titulares en la prensa, supongo. De las otras, ésas que algunos entienden e incluso justifican. El compañero que me introdujo por la fuerza en el ascensor de su casa. Aunque luego paró. El director de empresa aficionado a masturbarse con la puerta del despacho abierta y que, oh sorpresa, recibió de recompensa un puestazo en otra ciudad. El novio al que, de vez en cuando, se le iba la mano como a un cantante de Locomía. Ya sabéis, esos zarandeos que apenas dejan marca pero revientan la autoestima con la precisión de un neurocirujano.
Igual no debería de haber hecho caso a quienes me rogaron que pasara del tema, que iba a fastidiar la vida de unos pobres diablos y sus familias. Vaya contrariedad
Chorraditas.
Yo seguí. Es lo que hacemos casi todas. Sufrimos un tiempo, nos refugiamos en las amigas, la familia, el Diazepam, la cerveza o todo a la vez, pero al final nos recomponemos. Volvemos al gimnasio, cambiamos el color de pelo, archivamos el trauma en la carpeta “cosas que pasan”. Continuamos por este puerto de alta montaña que es la vida, convenciéndonos de que solo fueron anécdotas. La excepción de la norma. Por tanto, olvidable.
¿Y ellos? ¿Los hombretones de mis pesadillas? Siguieron su camino, evidentemente. No sé si arrepentidos o tan panchos, pero segurísimo que sin tener ni idea de cómo se vive con esta cicatriz. Ninguno sufrió, jamás, la más mínima consecuencia.
Culpa mía, claro, porque nunca denuncié. De hecho, es razonable pensar que si evité hacerlo es que tan grave no sería, ¿verdad?
Igual no debería de haber hecho caso a quienes me rogaron que pasara del tema, que iba a fastidiar la vida de unos pobres diablos y sus familias. Vaya contrariedad.
En todo caso, hagas lo que hagas, será difícil acertar. Si denuncias enseguida, es que actuaste en caliente y puedes confundirte. A poco que esperes, por qué tan tarde: algo querrás. Si denuncias llorando, exagerada. Si no te rueda ni media lágrima, mucho no te habrá afectado. Cuando el juez te dé la razón, es que la discriminación positiva ya tú sabes. Como quede la duda, lo pagarás para siempre.
Nos estamos pasando de frenada. Lo dicen los machistas de siempre, pero también unos cuantos aliados y más de una mujer. Por eso, la recomendación del momento es hacer un feminismo bonito, agradable, llevadero
Y prepárate en el momento en que des el paso de hacerlo público. Estate lista para explicar cada detalle. Que te pregunten qué hacías ahí. Si habías bebido. Si pronunciaste la palabrita mágica, “no”, con suficiente claridad. ¿O es “sí”? Si te resististe. Si gritaste. Si tienes pruebas. Si hiciste la estrella de mar. Por qué no te fuiste tras el enésimo insulto. Un poquito de por favor.
Al final, muchas dejamos el asunto estar. Aquí paz y después, gloria. Gloria para los carcamales, por supuesto. Esos que se llenan la boca con la perorata de las falsas denuncias, que haberlas haylas, como las meigas, pero se olvidan de abrir el gran melón del silencio más sonoro: todas las veces calladas.
Señores que se victimizan hasta la náusea porque las mujeres somos más malas que el hombre más chusco. Los que se agarran a un clavo ardiendo, o a la idiotez de ciertas activistas que no han leído a Beauvoir en su vida, para quejarse de que ya no pueden ni decir “guapa”.
Nos estamos pasando de frenada. Lo dicen los machistas de siempre, pero también unos cuantos aliados y más de una mujer. Por eso, la recomendación del momento es hacer un feminismo bonito, agradable, llevadero. Menos incómodo, menos gritón, menos beligerante. Un espacio donde los hombres se sientan bien. En el que evitemos intensidades para que nadie se ponga a la defensiva.
Fijaos lo alteradas que vienen las nuevas generaciones. Jóvenes abrazando las machiruladas de toda la vida. Al parecer es culpa de quienes defienden los derechos de las mujeres. No la falta de expectativas, de estabilidad, de trabajo, de algún atractivo que no sea el gym, bro. Qué va. En este caso, ya ves tú, el histórico recurso del chivo expiatorio no pinta nada.
Pedagogía. Eso nos piden. Comunicar de otra manera: rebajar el discurso, usar palabras molonas, acercarse con suavidad, ronroneando como gatitas con las uñas desunguladas. Porque claro, después de siglos de abusos y desigualdades, lo que nos falta es aprender a decir perdón.
Y además, el feminismo ya no puede ser solo una lucha de, por y para mujeres. Qué va. Somos tan buena gente que ahora, de paso, hay que salvar el mundo. Feministas y antirracistas, ecologistas, proinmigración, transinclusivas y solidarias con todas las causas que se decidan colgar de esta percha sin límite.
Feminismo en plural. Feminismos. Que está genial, cómo no. Pero nosotras, para no variar, al servicio de los demás. Poniendo el hombro sobre el que llore la humanidad entera, porque cargar con nuestra propia historia de mierda nunca será suficiente.
La consecuencia hace tiempo que se hace notar. Y es desoladora: feminismos de escaparate que cada 8-M se dedican a darnos palmaditas en la espalda como el jefe que paga las horas extras con aplausos.
Ahí está el CEO felicitando a sus empleadas por ser unas guerreras, vamos, chicas. La camiseta de Inditex edición especial “Girl Power”, pues no hay nada más empoderante que un eslogan cosido por trabajadoras explotadas. Las instituciones colgando pancartas moradas, a ver quién la tiene más grande. El poder judicial, con el logo morado en su cuenta de Instagram.
Nosotras, para no variar, al servicio de los demás. Poniendo el hombro sobre el que llore la humanidad entera, porque cargar con nuestra propia historia de mierda nunca será suficiente
Y al día siguiente, todo igual. Techos de cristal intactos, suelos bien pringados y la brecha salarial que no cierra. Puteros, compradores de vientres y el de la toga queriendo saber si la víctima cerró las piernas. Onlyfans como nuevo referente de liberación femenina, porque ahora resulta que cosificar nuestro cuerpo nos hace libres. Otro asesinato machista. Corriendo con los peques a las extraescolares, mientras marido se va al pádel. El cuñado de turno preguntando un año más que para cuándo el Día del Hombre.
Y la definición de “mujer”, convertida en un campo minado.
No sé, algo no me cuadra. ¿Pero sabéis qué? Estoy cansada. Cansada de que nos pidan paciencia y dulzura, reflexión y calma. Que nos animen a perdonar y relativizar, a compararnos con los tiempos de nuestras abuelas. Que nos hagan sentir mal por centrar el foco en los pendientes. Por empujarnos a aplaudir los avances como si nos estuvieran haciendo un favor y dar mucho, a todas horas, las gracias.
Así que aquí va mi respuesta.
El callar, como el frotar, se va a acabar.
O sea, que os jodan.
Yo ya no tengo el chichi para farolillos.