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El alcalde electo de la ciudad de Nueva York, Zohran Mamdani

El alcalde electo de la ciudad de Nueva York, Zohran Mamdani Sarah Yenesel Efe

Opinión AHÍ VAMOS, TIRANDO

La madre del cordero

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Mira que he visto perfiles jugosos en LinkedIn, pero el de Zohran Mamdani me tiene loca. Musulmán, 34 añitos, mezcla de indio y ugandés, familia intelectual, socialista confeso y, desde hace cuatro días, alcalde de la capital del capitalismo. Con el 50,4% de los votos, además. Para qué ganar por la mínima, si puedes dejar a Andrew Cuomo mascando el polvo de Queens y a Curtis Sliwa ladrando al buzón.

Era el momento y tenía que ser él. Un unicornio al que todavía no le han salido las canas, con el instinto político a la velocidad del 5G, el carisma de un influencer, la educación de un burgués, toque racial y mucha conciencia de clase.

Sus promesas han sido melodía celestial para una generación harta de pagar 3.000 dólares por un cuartucho con vistas al ladrillo del vecino. Quién no va a querer, con la que está cayendo, que le congelen el alquiler, viajar gratis en autobús, el salario mínimo a 30 dólares la hora, guardería universal y supermercados públicos.

Y cómo no confiar, si te lo cuenta con sonrisa honesta, en cuatro idiomas y a golpe de reel. Si más de 100.000 voluntarios, ahí es nada, han estado aporreando puertas por él. Si AOC, Bernie Sanders y el United Auto Workers han dicho ah-min.

Ahora bien. Una cosa es brindar por lo que en otro momento habría parecido un capítulo de 'Black Mirror' o la secuela americana de Airbag. Y otra, muy distinta, la alegría desnortada de la izquierda woke.

La campaña fue impecable. El relato inspira. Hacía falta menos liturgia identitaria y más vuelta a las necesidades materiales

Que lo vendan de outsider, cuando ha nacido con biblioteca en casa y una agenda llena de contactos, da un poquito de vergüenza. Pero eso a mí me da igual. La campaña fue impecable. El relato inspira. Hacía falta menos liturgia identitaria y más vuelta a las necesidades materiales. La cuestión es que gobernar no es viralizarse, sino apagar notificaciones y pelear derechos con señores que coleccionan algo mucho más aplastante que seguidores: poder.

Mamdani sabía que como reclamara una barra de pan no recibiría ni las migas, así que ha ido a por todas. Punto para él. Lo que no me hace gracia es que quienes festejan su desembarco obvien intencionadamente la despiadada complejidad del terreno. Albany manda en muchas cosas: vivienda, salario e impuestos. Y el transporte público depende de la MTA, una entidad estatal con más deuda que el peor jugador del Monopoly.

Es decir, hacen falta pactos con autoridades que ya están torciendo el morro y una agilidad burocrática inexistente. Tela.

Puede que todo esto te importe poco: al fin y al cabo, Nueva York está a más de 6.000 kilómetros. Pero viene a cuento. Con la victoria de Mamdani, aquí también nos jugamos algo muy importante. Otra vez. Me refiero a la confianza en que un sistema más justo es posible. O quizá sea terquedad, porque entre el PSOE arrastrando la ese y la o, las espantajerías de Podemos, el spin-off nacido para restar y el marketing de Bildu, como para seguir creyendo.

La derecha. Un conglomerado de intereses dispuesto a abrir las puertas a un socialista que en el fondo considera domesticable para dejarle hacer un rato y, después, ponerlo en evidencia

Yo ya me quemé la mano izquierda en demasiadas estufas. Por eso, aunque celebre lo de Zohran, me puede más cierta sospecha vieja.
Esta es mi teoría, y cada día la de más gente. Detrás del triunfo demócrata no hay solo indignación y esperanza. Está la derecha. O sea, el sistema. Un conglomerado de intereses dispuesto a abrir las puertas a un socialista que en el fondo considera domesticable para dejarle hacer un rato y, después, ponerlo en evidencia.

Piénsalo. Ahora mismo la vieja guardia parece haber entrado en brote. ¡Nueva York ha caído! ¡El comunismo llegó a Manhattan! ¡Qué va a ser de los judíos! Pero esto es performance. Drama lama ding dong. La clave está en esperar. El tiempo suficiente para que el rebelde con causa choque contra el muro, negocie, ceda, se modere y, más pronto que tarde, acabe fagocitado.

O salga de allí por patas.

Cuando una de estas dos opciones llegue, cosa probable porque el chiringuito está montado para que los buenos huyan o se vuelvan malos, empezará la perorata: “¿Veis lo que pasa cuando dejáis que uno de estos gobierne? Caos, déficit, promesas rotas”. Ignorarán que el tablero estaba trucado desde el principio. Gritarán con las manos en la cabeza “socialismo”, cuando en realidad el fracaso será consecuencia del capitalismo blindándose.

Ahí está la madre del cordero. Meter al borreguito osado en la cueva de lobos de Wall Street, degollarlo y que sirva de escarmiento. No para que nadie vuelva a intentarlo, porque siempre habrá alguien dispuesto. Me refiero a que cada vez será más difícil convencer al personal de que mereció la pena volver a soñar.

 Ya me la metieron doblada allá por el 15-M. O será que estoy mayor para los mundos posmodernos de Yupi

No sé, seguramente me he puesto muy negativa. Pero qué le voy a hacer. Ya me la metieron doblada allá por el 15-M. O será que estoy mayor para los mundos posmodernos de Yupi.

Y aun así, quiero pensar que algo podrá rascarse. Un centímetro, al menos, de dignidad material.

Además, hay poesía en que alguien en Manhattan se llame a sí mismo “socialista” sin tartamudear mientras los acólitos de Trump entran en brote. Y sobre todo, hay decencia en todas esas personas que decidieron depositar su tiempo y su fe en Mamdani sin pedir nada a cambio, salvo una cosa: que todo cambie.

La lección suena a “olvídate, es imposible”. Pero, al menos por un tiempito más, voy a seguir repitiéndome que la fuerza continúa abajo. Nos toca a nosotros, como ciudadanía, empujar para conquistar mejoras. Exigir menos branding y más política aburrida, menos cortinas de humo y más medidas de las que llenan neveras.

Y pringarnos, comprometernos. No vaya a ser que nos vuelvan a vender gato por tuit y todavía tengamos el cuajo de indignarnos. O peor, de sorprendernos.