Una imagen de población migrante en Bilbao EFE
Edna llegó a Euskadi desde Brasil hace más de 30 años. En este tiempo se ha titulado en el Máster de Ayuda Humanitaria Internacional de la Universidad de Deusto, se ha especializado en gestión, se ha casado con un vasco, ha trabajado como técnica de traducción de portugués, ha montado un negocio de embalaje y ahora anda inmersa en la formación de una asociación Brasil-Euskadi con la intención de dar cobertura a personas que llegan, como lo hizo ella, buscando una vida mejor.
Sin embargo, y a pesar de su currículum, Edna sufre cada día episodios de racismo. Hace muy poco nos encontramos de buena mañana y le vi con la cara demudada. Me contó que acababa de salir del Metro y que la pareja que se sentaba frente a ella, personas de edad, habían mostrado durante todo el trayecto su desagrado por su presencia. Por ser extranjera, por ser negra, por ser mujer, por venir de fuera, por existir. Se lo habían hecho saber no solo con sus gestos, sino también con sus palabras desagradables.
Me asombró saberlo porque nunca pensé que ella también vivía ese tipo de situaciones. Y comenzó a contarme más. Cosas como el día que comiendo en un restaurante con una amiga sufrió el acoso de dos hombres que le dedicaron continuamente gestos obscenos sin que el responsable del local hiciese nada ante su protesta.
O que le han llegado a relacionar con acciones delictivas, dando por supuesto que era la esposa de un delincuente sin serlo, únicamente por su raza. O lo mucho que le ha costado siempre encontrar trabajo. Y lo mucho que le cuesta a veces salir de casa porque sabe que va a enfrentarse a situaciones racistas.
Los estigmas y estereotipos, el señalamiento, comienza incluso en la escuela
El entorno social y familiar de Edna es autóctono y trata de restar importancia a lo que le sucede en un intento de aliviar el dolor que supone para una persona que su color de piel y su raza se haya convertido en un estigma. Esos estigmas y estereotipos, el señalamiento, comienza incluso en la escuela.
Los hijos e hijas de inmigrantes nacidos en Euskadi lo padecen con preguntas constantes acerca de su origen; cuando responden que son vascos porque han nacido aquí, la siguiente pregunta se refiere al origen de sus padres. Es como si continuamente tuvieran que estar justificando haber nacido en este país, lo que les genera un conflicto interno referido a su identidad.
Lo de “el tiempo lo cambia todo” no funciona cuando hablamos de racismo. Según estos niños y niñas van creciendo, el cuestionamiento de su pertenencia a uno u otro lugar también crece. Sienten incluso que ante dos currículums iguales, las empresas siempre eligen al blanco. Puede que sea inconsciente, pero es un sesgo racista que no hemos conseguido eliminar. Yo siento que ese sesgo va a más solo con escuchar a la gente de a pie y a los líderes políticos que buscan votos en ese colectivo que se siente amenazado por la inmigración.
El 83% de las personas que declaran haber sufrido algún episodio discriminatorio no presentaron denuncia porque aseguran que no sirve para nada o porque no saben a quién acudir en caso de sufrir discriminación
En el último año, casi un 17% de la población vasca declara haber sufrido un episodio discriminatorio, siendo las mujeres las más afectadas. El 83% de esas personas no presentaron denuncia alguna porque aseguran que no sirve para nada o porque no saben a quién acudir en caso de sufrir discriminación. Estamos hablando de un racismo estructural que se da incluso en lo más cotidiano por motivos étnicos, por origen extranjero o por color de piel.
Queremos una sociedad diversa en la que todo el mundo esté orgulloso de sus raíces, una comunidad que hable lenguas distintas, que respete costumbres e identidades y que sirva para enriquecernos unas con el saber de las otras. Queremos iglesias, mezquitas y sinagogas, blancos, negros, árabes, latinos, gitanos o asiáticos, queremos una diversidad enriquecedora y no una sociedad monocolor que solo asuma lo suyo como positivo. Pero, ¡cuánta distancia existe entre el querer y el ser!
Mientras se habla de reforzar las políticas públicas de igualdad, de facilitar los canales de denuncia y de erradicar la discriminación por raza o color de piel, quienes hasta ahora evitaban señalamientos innecesarios en, por ejemplo, la publicación del origen de la persona que ha cometido un delito ahora, en un giro de 180º, decimos si quien ha cometido un robo o cualquier otro delito es de una raza u otra, de un país o de otro.
Tras la generalización viene la estigmatización
Es un giro sospechoso que contribuye a señalar aún más a las personas, porque tras la generalización viene la estigmatización. Cualquiera puede entender que el trabajo policial requiera esos datos detallados, pero no lo necesita la ciudadanía. No aporta nada, salvo más racismo, más miedo al inmigrante y más inquietud para quienes han llegado a esta tierra de acogida que siempre ha sido Euskadi para vivir mejor.
En mi infancia apenas había personas de otras razas o países en mi pueblo, pero sí había familias llegadas desde otras partes de España. Eran los “maquetos” y recuerdo perfectamente lo mucho que sufrían cuando escuchaban esa palabra para referirse a ellos y ellas como personas de segunda.
Ahora tratamos aún peor a quienes tienen una piel diferente sin conocer la historia que tienen detrás. Si hay que pedir algo en este día de Navidad, pido empatía, solidaridad y fraternidad con todas las personas que quieren tener un proyecto común con el lugar de acogida. Solo así seremos una sociedad sana.