"Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles". Utilizo esta conocidísima cita de Bertolt Brecht para recordar a mi querido compañero Rodolfo Ares, que murió ayer, demasiado antes de todo el tiempo de más que merecía.

Rodolfo ha sido, en primerísimo lugar, un gran vasco. Vaya eso por delante, en letras mayúsculas, subrayado y negrita. Aquellos que sacrificaron vidas -personales y políticas- para ganar la libertad de todos los españoles, y especialmente, de todo el pueblo vasco frente a la barbarie terrorista, siguen la estela –en igualdad- de esos referentes históricos como el Lehendakari Aguirre o Leizaola, a los que citan constantemente las actuales primeras autoridades institucionales de este país.  Estos son ilustres a los que, como socialista vasca, no les niego ni un ápice de su compromiso con nuestro país. Pero en idéntica consideración están otros grandes luchadores por las libertades vascas. Esos otros, tan frecuentemente olvidados, aunque no sean nacionalistas vascos, son igual de referentes en las luchas por los derechos y libertades de este país nuestro. Además, porque estos últimos -a los que ETA perseguía y mataba por pensar diferente al nacionalismo vasco- resistieron frente a la pretensión totalitaria y violenta de imponer un único pensamiento y sentimiento en Euskadi.

Rodolfo no paró de trabajar por Euskadi cada día de su vida. Por cada uno perdió vida y, sobre todo, le arrebataron dignidad y calidad de vida

Es de justicia decir, sin complejos, que tuvieron un papel imprescindible, más allá incluso del PSOE, los y las socialistas vascos. Entre estos últimos, uno de los que nunca faltaron en cada día de lucha, estuvo mi compañero Rodolfo Ares. No paró de trabajar por Euskadi cada día de su vida. Desde el sindicato hasta el Ayuntamiento de Bilbao. Desde la dirección del socialismo vasco a su papel relevante en el socialismo español. Desde el Comité de Empresa hasta la Consejería de Interior del Gobierno Vasco.

Un día y otro, nunca se rindió. Y jamás nos abandonó a ningún vasco, porque por todos sacrificó tiempo de su familia y amigos. Por cada uno perdió vida y, sobre todo, le arrebataron dignidad y calidad en la vida. Todo el tiempo trabajando por un país digno, libre y democrático. Espero que algún día la aún demasiado silenciosa clase política vasca sea valiente para dar memoria, dignidad y verdad a este sacrificio político. 

Espero que algún día la aún demasiado silenciosa clase política vasca sea valiente para dar memoria, dignidad y verdad a este sacrificio político

Por tanto, gracias querido amigo. Gracias Rodolfo, en nombre del pueblo vasco, por tu sacrificio y compromiso -y el de los tuyos- por la actual Euskadi. Una Euskadi ahora ejemplo de convivencia, justicia y derechos humanos. Y de la que se presume sin agradecer públicamente a los que la hicieron posible. Eso sí que es un daño injusto sobre el que mantienen un estruendoso silencio. Sin ti, y muchos como tú, no habríamos leído ni la primera hoja del libro contra ETA.  

Quiero que entiendan que este homenaje sale de dentro, con la misma fuerza y aspereza que tienen los pensamientos a los que no ponemos los filtros de la compostura política

Ese es el principal homenaje que merece Rodolfo, que representa a muchos de todos los vascos que lo dieron todo a su país a cambio de mucho silencio y muy poco agradecimiento.

Por otro lado, quiero destacar otras grandes virtudes, no demasiado dichas en público, de mi compañero. En primer lugar, dedicó Rodolfo toda su vida a la política. A la buena política; esa que hace del bienestar ciudadano una prioridad. Sin días libres y sin coger vacaciones. Sin descanso. Destaca también, por otro lado, que fue un duro y correoso negociador en la política. Esto, que es un activo en el oficio, despistaba a muchos, que confundían esa cualidad con dureza personal. Pero no tenía nada que ver. Rodolfo era -para los socialistas y los que no lo son- una persona cariñosa, amable y preocupada por los demás. Por eso ahora le alaban, cuando no le lloran, propios y ajenos. 

Sirva además este artículo, escrito con la brutalidad que da la pena de la pérdida, para reconocer a este gran socialista vasco. Uno de nuestros imprescindibles. Porque siempre estaba él, para poder decir o que nos dijesen “llama a Rodolfo, que él te ayuda”. Creedme que en un tiempo -para muchos de nosotros- que hubiera alguien a quien acudir, tener un teléfono a quien pedir ayuda o saber de una persona a la que poderle poderle llorar, fue un salvavidas emocional. Un salvavidas que nos ayudó a salir vivos, cuerdos, y lo más sanos posibles de ese torbellino de violencia con el que ETA nos torturó tantos años.

Y como de bien nacidos es ser agradecidos, sirvan estas palabras para reconocer que, sin vascos como Rodolfo Ares, nada de lo que ahora disfrutamos tanto hubiera sido posible.