Atención: estos son los apellidos vascos que se encuentran en peligro de extinción
Los más frecuentes en España son García, Rodríguez y González. El primero tiene un origen vasco, pero también existen decenas de apellidos muy famosos derivados de Euskadi y que están a punto de desaparecer.
7 septiembre, 2023 18:00Noticias relacionadas
La Real Academia Española (RAE) establece la palabra "apellido" como un "nombre de familia que sirve para distinguir a las personas" o también como un "sobrenombre o mote". Surgieron en la época medieval, en su forma actual, cuando las clases privilegiadas comenzaron a utilizarlos para identificar a un individuo en función de su procedencia o linaje. En sus inicios, se limitaban a indicar el lugar de origen, la ocupación o alguna característica física con el propósito de facilitar la identificación de una persona entre otras.
Los más frecuentes en España, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), son García, Rodríguez y González. El primero tiene un origen vasco, pero también existen decenas de apellidos muy famosos derivados de Euskadi y que, de hecho, a día de hoy están a punto de desaparecer.
Apellidos en peligro de extinción
- Garaigordobil: tan solo 67 individuos mantienen este primer apellido y 71 personas lo tienen como segundo, como indica el INE. La mayoría de ellos se encuentran en Araba. Gipuzkoa es la provincia con menos Garaigordobil.
- Mañarikua: solo 11 personas conservan este sobrenombre y 18 lo mantienen como segundo. La mayoría residen en Gipuzkoa y la minoría en Bizkaia.
- Andetxaga: 17 individuos lo tienen como primero y 9 personas como segundo. Casi todos se encuentran en Gipuzkoa.
- Zuazubizkar: este es el apellido que lo llevan menos personas. Solo ocho y todas ellas lo conservan como segundo sobrenombre.
- Zengotitabengoa: Bizkaia y Araba recogen a los ciudadanos con este apellido. Solo existen 48 con este sobrenombre como primero y 30 como segundo.
El origen de los apellidos
Todos compartimos algo en común, y si profundizamos, quizás incluso varias docenas de cosas. Los apellidos, a menudo, se erigen como más que simples etiquetas, son legados que heredamos de nuestros antepasados más lejanos y debemos cuidarlos con el mismo esmero con el que protegemos nuestro nombre de pila. Uno podría argumentar que una persona sin nombre aún puede vivir, pero una sin apellido, se convierte en una entidad sin dueño, sin pasado que rememorar ni un futuro que esperar. En esencia, se desvanece en la nebulosa de la existencia, un mero conjunto de letras flotando entre las sílabas de la ciudad. Los apellidos, en naciones como la nuestra, funcionan como pilares esenciales para nuestros sueños, y es crucial que estos sueños estén a la altura del renombre de nuestra estirpe.
A pesar de que los apellidos en España (o los reinos cristianos de la península) comenzaron a documentarse a partir del siglo IX, su naturaleza era fluida y cambiante. No se transmitían de padres a hijos como lo hacen hoy en día, sino que variaban en cada individuo según su ascendencia, oficio o lugar de origen. No sería sino hasta el siglo XVIII que los apellidos comenzaron a estabilizarse y a mantenerse constantes. Esta transformación se consolidó a principios del siglo XIX, con la promulgación de la Ley del Registro Civil, momento en que la posesión de un apellido se convirtió en sinónimo de existencia.
Si tu apellido no encaja en las categorías mencionadas a continuación, es probable que tenga un origen extranjero.
Los apellidos más antiguos en España tienen su raíz en el sistema patronímico, basado en el nombre del padre. Por ejemplo, si un hombre se llamaba Hernán, su hijo llevaría el apellido Hernández. Sin embargo, si el hijo se llamaba Gonzalo, el nieto del primer hombre adoptaría el apellido González. Este sistema se documenta en registros que datan desde el siglo IX, cuando la alta nobleza comenzó a utilizar patronímicos, hasta el siglo XI, cuando todos los individuos firmaban con apellidos patronímicos. Es interesante notar que, aunque no pertenecieran a la alta nobleza, los apellidos más antiguos en España a menudo tienen sus raíces en estos métodos iniciales.
En los reinos de León, Castilla, Portugal, Navarra y Aragón, se solía agregar una "z" al final del nombre paterno, mientras que los condados catalanes se limitaban a transcribir el nombre de pila de los padres en su variante romance, como Berenguer, Pons, Dalmau, entre otros.
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