‘Gentrificación’ es un término que comenzó a utilizarse a mediados de los 60, en Londres, de la mano de Ruth Glass, una socióloga inglesa que comenzó a hablar sobre los cambios en la ‘city’ refiriéndose a la transformación de las viviendas de la zona norte de la ciudad, tradicionalmente de clase obrera, que de repente estaban siendo ocupadas por clases medias-altas, pues se habían revalorizado y puesto de moda. Se refería a barrios como el de Hackney, donde se trasladó a vivir Tony Blair.
Según la definición de Eric Clark, uno de los principales investigadores sobre economía y política urbana de todo el mundo, la gentrificación se trata de un proceso de reinversión de capital mediante el cual se transforma un determinado espacio, que se encuentra obsoleto, abandonado o deteriorado, en un nuevo espacio, sustituyendo sus usos y usuarios originales por otros usos y otros usuarios de mayor nivel o estatus socioeconómico.
Lorenzo Vicario, licenciado en Sociología y Ciencias Políticas y profesor en la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad del País Vasco - Euskal Herriko Unibertsitatea(UPV - EHU), indica que se trata de un proceso criticado desde el principio, ya que “se traducía en expulsar a los residentes, al igual que a los comerciantes, hosteleros y las empresas implantadas en determinado lugar, con el objetivo de apropiarse de ese espacio, darle un nuevo aspecto y traer a otros habitantes con más renta para así poder ganar dinero en ese proceso de compraventa”.
De San Francisco a Zorroza, pasando por Abandoibarra
Es por ese trasfondo especulador, principalmente, por lo que la gentrificación tiene mala prensa y a día de hoy se evita pronunciar el término, aunque su práctica sigue vigente. También en Euskadi. “Uno de ejemplos más evidentes lo tenemos en Bilbao. Se ha llevado a cabo en el barrio de San Francisco, sin éxito, se ha intentado hacer en Olabeaga, se ha realizado en Abandoibarra con la retirada de los astilleros y la inauguración del Guggenheim, se quiere hacer en Zorroza y, en estos momentos, se está llevando a cabo en Zorrotzaurre”, enumera Vicario.
Es precisamente la isla bilbaína el escenario más atractivo en estos momentos para dar rienda suelta a esta práctica. Se empezó cambiando el nombre del barrio, históricamente conocido como la Ribera, por otro más comercial, Zorrotzaurre. Después, se calificó como “el Manhattan de Bilbao” en una operación de marketing urbanístico que lo que buscaba era llamar la atención para nuevos moradores.
“Ya se han ido dando los pasos típicos de estos procesos. Se pone de moda un espacio de forma artificial, se tiran prácticamente todos los edificios existentes y se proyecta la construcción de viviendas más modernas y a un precio muy superior”, advierte. Mientras, se van subiendo las rentas a los inquilinos, lo que hace que comiencen a llegar otros nuevos y, a medida que vayan acabando los pisos en construcción llegarán más vecinos nuevos y comenzarán entonces a prestarse los servicios necesarios para que puedan vivir allí cómodamente. Y todo ello con la complicidad de las instituciones públicas. En este caso, más concretamente, con “el beneplácito del Ayuntamiento de Bilbao”, que es quien confecciona los planes del desarrollo urbano de la ciudad.
¿Y qué pasa mientras tanto?
Sin embargo, el ‘mientras tanto’ no se sabe cuánto durará. Ni siquiera se ha elaborado un plan para minimizar el impacto de las personas que a día de hoy siguen viviendo ahí, critica Karlos Renedo, concejal de EH Bildu en el Ayuntamiento de Bilbao. Y en el caso de un proyecto como el de Zorrotzaurre, se plantean obras a muy largo plazo, ya que el plan contempla la construcción de más de 5.500 viviendas nuevas.
“Se desplaza y se expulsa a la gente en esta conquista de unas zonas que antes eran despreciadas y estaban desvalorizadas, pero que de repente se aprecian por su ubicación, porque hay expectativas de rentabilidad económica, porque se pone de moda…”, explica Vicario. Y las instituciones hablan de una ‘regeneración’ entre comillas, que básicamente se trata de que, donde antes había un ultramarinos de los de toda la vida, se pone una tienda delicatessen, por ejemplo, y donde había viviendas de gente mayor o de gente más vulnerable, aparecen jóvenes y bohemios, que poco a poco van renovando el barrio”, señala.
Son innumerables las quejas de los vecinos que el Consistorio de la ciudad ha recibido desde que comenzó la intervención en la zona. Principalmente por las molestias ocasionadas por las interminables obras. Paso constante de camiones de punta a punta de la isla, altos niveles de ruido, suciedad, levantamiento de aceras, cortes de tráfico…
Más servicios para los residentes
Pero además, los vecinos de la Ribera piden servicios para un barrio que antiguamente estaba repleto de vida. “Ahora únicamente hay una línea de autobús, la A4, que pasa cada media hora, y que ni siquiera conecta con el centro de la ciudad. Las nuevas marquesinas ni siquiera tienen asiento para esperar ni una tejavana para protegerse de la lluvia. Sólo hay tres bares pero no existe ningún comercio, ni tan siquiera una pequeña tienda de alimentación. Tampoco escuela, ni ambulatorio, ni polideportivo… Pero los impuestos los pagamos igual que el resto de habitantes de Bilbao”, se lamentan los vecinos de la zona.
A ese abandono por parte del Consistorio bilbaíno hay que sumarle la sensación de inseguridad que se respira en la zona. “Hay distintos edificios que están okupados por personas sin hogar o sin papeles y que están a punto de derrumbarse o que pueden volver a quemarse, como ocurrió con la histórica casa de la Palmera”, destacan.
A pesar de que esta casa estaba protegida por su gran valor patrimonial, el Ayuntamiento nunca actuó de oficio ante el incumplimiento continuado de la normativa urbanística por parte de la familia Echebarria, propietaria del inmueble, que lo vendía, en esas condiciones, por 2 millones de euros. Y lamentablemente, hace unos días, la constructora de las viviendas que se están levantando en la parcela contigua, alcanzaba un acuerdo con esta familia para derribar el emblemático edificio por el inminente peligro de derrumbe.