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La costa vasca, con su paisaje verde abrazado por el bravo Cantábrico, es mucho más que una postal para los ojos. Aquí, el mar no es solo un horizonte que se pierde en la inmensidad, sino el pulso mismo de una tierra cuyos habitantes han tejido su identidad con las mareas. Durante siglos, las olas que acarician sus costas han dado forma a una cultura que, como un barco en alta mar, navega entre la tradición y la modernidad.

"El pueblo vasco ha sido un pueblo muy marítimo, navegante, constructor de barcos, pescador", nos recuerda Noemí Sabugal, autora que explora esta conexión histórica en su último libro "Laberinto mar". Y es que, en cada rincón de esta costa, el mar es más que un paisaje; es historia, vida y, a veces, tragedia.

El Mar, testigo silencioso de tragedias

La vida en la costa, a la par que llena de promesas, ha estado teñida por la tragedia. Los pueblos pesqueros del País Vasco, bañados por las olas del Cantábrico, han sido testigos de historias de muerte y sobrevivencia.

"La economía vasca ha estado muy ligada al mar, desde los balleneros hasta los astilleros"

Noemí Sabugal

Las galernas, aquellas tormentas imprevisibles, arrebataban la vida de decenas, a veces cientos, de hombres en cuestión de horas. "Era una vida muy difícil, marcada por la orfandad de muchos niños y la viudedad de muchas mujeres", comenta Noemí, recordando las galernas que devastaban familias enteras.

No siempre el viaje terminaba con un final triste. En ocasiones, los marinos salvaban sus vidas tras luchar con adversidades temporales. Estos sucesos siguen vivos en la memoria dando paso a una cultura del luto y el exvoto, donde los supervivientes agradecían a la Virgen de su pueblo por haberles librado de la muerte, ofreciendo pequeños símbolos que conmemoraban su salvación. "Iban a las iglesias y daban un exvoto construyendo una maqueta del barco naufragado o regalando algo", un gesto que marca la importancia de las diferentes historias en la memoria colectiva de los pueblos.

El mar como pilar de identidad

A lo largo de los siglos, la relación de los vascos con el mar ha moldeado no solo su economía, sino también su cultura. La construcción naval y la pesca fueron esenciales para la subsistencia de muchas generaciones. Desde los astilleros hasta la pesca de ballenas y la navegación, el mar ha sido vital.

"La economía vasca ha estado muy ligada al mar, desde los balleneros hasta los astilleros", señala Noemí. Esta conexión marítima ha fomentado una apertura a otras culturas y países, desafiando la visión tradicional del vasco como un pueblo aislado en sus caseríos.

Incluso en el interior de la región, el mar estaba presente de manera indirecta. Los caseríos, a menudo asociados con la esencia rural vasca, no solo producían alimentos para el consumo local, sino que fabricaban sidra para los barcos que cruzaban océanos, ya que la sidra, a diferencia del agua, no se deterioraba en largas travesías. "Los caseríos no dejaban de ser originariamente lagares para hacer sidra, importante para los barcos".

Mujeres Reparando redes / Gipuzkoa.eus (Fotografía cedida por el museo de Ondarroa)

Las mujeres del mar: heroínas invisibles

El relato del mar vasco no sería completo sin mencionar a las mujeres, aquellas que, aunque a menudo ignoradas por la historia oficial, desempeñaron roles fundamentales en la vida portuaria.

"Era mejor tener mujeres tirando las gabarras que tener bueyes"

Noemí Sabugal

Las "neskatillas", sirgueras y rederas no solo trabajaban en los puertos, sino que realizaban labores agotadoras, empujando las barreras de lo que se consideraba trabajo femenino.

"Era mejor tener mujeres tirando las gabarras que tener bueyes porque a los animales había que alimentarlos y era necesario contratar un bueyero para tratarlos. Sin embargo, las mujeres se les pagaban", afirma Sabugal, refiriéndose a la labor de las sirgueras, mujeres que remolcaban gabarras cargadas de carbón o bacalao. Su fuerza y resistencia eran tales que preferían su trabajo al de los animales, cuyas necesidades de alimentación complicaban aún más la vida portuaria.

Pero esos trabajos, como muchos otros ligados al mar, se desvanecen en la niebla de los tiempos. "En Bermeo son solo 12 neskatillas, cada vez se ven menos", lamenta la autora, mientras observa cómo las profesiones que durante generaciones pasaron de madres a hijas, ahora desaparecen con el ocaso de la pesca tradicional.

Noemí Sabugal en la playa cementada de Gorrondatxe. Autor: Pablo J. Casal

El futuro del mar se enfrenta a la incertidumbre de relevo generacional

El paso del tiempo y la modernización también han dejado su huella en la pesca, un sector que ha visto desaparecer muchas de sus profesiones tradicionales con la llegada de nuevas tecnologías.

"La tecnología ha mejorado muchos trabajos que antes eran muy duros y físicos". Sistemas de comunicación, meteorología avanzada y la mecanización de los puertos han hecho la vida en el mar más segura, aunque no menos desafiante. Porque, al fin y al cabo, el mar sigue siendo un terreno impredecible y a menudo hostil.

"El mar no va a desaparecer, seguimos consumiendo pescado"

Noemí Sabugal

Sin embargo, la pesca, sobre todo la de bajura, se enfrenta a un futuro incierto. La flota de pequeños barcos que antaño llenaba los puertos se ha reducido drásticamente, dejando espacio a los yates y embarcaciones de recreo. "En Bermeo, que tenía la mayor flota del Cantábrico, ahora solo hay 25 barcos", relata Noemí, dibujando un paisaje en el que los puertos pesqueros han cedido paso a puertos deportivos, y el relevo generacional parece cada vez más lejano.

Barcos de pesca amarrados en el Puerto de Bermeo (Bizkaia) - EUROPA PRESS

Un legado que perdura en las olas

A pesar de que el futuro es incierto, "El mar no va a desaparecer, seguimos consumiendo pescado", asegura Sabugal, aunque reconoce que la pesca ya no es lo que era.

Quizá el futuro del mar vasco sea distinto, pero las historias que ha generado siguen vivas en la memoria de quienes habitan esta costa. Porque aquí, donde el horizonte se confunde con el cielo, el mar es más que un simple paisaje: es el latido de una cultura que nunca deja de navegar.