Clint Eastwood, en The Mule (Mula) / EP

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Sociedad HABLEMOS DE CINE

La penúltima película de Eastwood

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Un nonagenario Clint Eastwood que, todo apunta, morirá con las botas puestas, estrena su cinta número 41 como director. Y lo hace con un tipo de historia que a priori resulta de lo más estimulante y eficaz: una película de juicios.

Jurado nº2 cuenta la historia de un joven que, a punto de ser padre, es requerido como jurado en un caso de asesinato. Hasta aquí, todo normal. Pero, a poco de avanzar la exposición de los hechos, comprende que el acusado no es el asesino y que él posee información suficiente como para exculparle, aunque al hacerlo compromete la tranquilidad de su propia vida.

Como en casi todas las películas del director, el dilema moral se pone encima de la mesa. A veces el dilema lo tienen los personajes como en Gran Torino o Los puentes de Madison. Otras, los tiene el espectador como en El francotirador o Mystic River.

Y unas más, es la sociedad inclemente la que juzga moralmente a sus personajes como en Sully o Banderas de nuestros padres. Pero la moral, en definitiva, siempre está presente en sus películas como un rayo cegador que deslumbra a unos y otros obligándonos, por supuesto, a tomar partido. Lo que hace de Clint Eastwood un director excepcional es que logra trabajar con la moral sin caer en moralinas, sin pontificar, sin dejar clara su postura o su hoja de ruta.

Como en casi todas las películas del director, el dilema moral se pone encima de la mesa

Porque tampoco nos importa. Habla de la moral, pero no de la suya. Mediante este viaje hacia los rincones más oscuros del alma de un hombre bueno que, para su suerte, se cruza con incontables hombres buenos en el camino, Eastwood hace suyo un problema más viejo que el mundo: pillar o que te pillen.

O lo que es lo mismo, pone delante de un hombre bueno la oportunidad de demostrar que lo es. Y lo hace, como siempre, haciendo un ejercicio de cine con mayúsculas, dosificándonos la información, yendo del presente al pasado con elegancia, permitiéndonos especular e invitándonos a participar en la resolución del conflicto. Un conflicto que, como siempre en su cine, nos tiene reservados un momento álgido en que compendia todo su saber hacer como narrador inagotable.

Eastwood consigue lo que todo buen director de orquesta y no es otra cosa más que lograr que, cada uno en su lugar, brille con luz propia

También aquí lo logra y lo hace de la mano de algunos veteranos de la industria como su nuevo director de fotografía, Yves Bélanger, con quien ya trabajara en Mula y Richard Jewell desde que terminara su colaboración de más de veinte años con Tom Stern, o el compositor Mark Mancina que ya compuso para él la bellísima partitura de Cry Macho, entregando el montaje, eso sí, a Joel Cox, que ha editado todas sus películas desde Harry el ejecutor. Pero también lo hace confiando en talentos emergentes como el del debutante guionista Jonathan Abrams que ha hecho un trabajo excepcional.

Eastwood consigue lo que todo buen director de orquesta y no es otra cosa más que lograr que, cada uno en su lugar, brille con luz propia. Porque al margen del departamento técnico, el artístico lo completan unos eficientísimos Nicholas Hoult, Toni Collete, J.K. Simmones y Kiefer Stuherland, a cual más redondo en su trabajo.

La historia del cine, los años y generaciones venideras recordarán a Clint Eastwood precisamente como el cineasta que fue capaz de sacar oro de cada uno de sus colaboradores ya que en manos de otro director ésta sería una película de juicios más. Pero Eastwood la convierte en sublime.