Fotograma de la película 'Napoleón' / napoleon.movie

Fotograma de la película 'Napoleón' / napoleon.movie

Cultura

Napoleón, un espectáculo cojo

Quienes echaran de menos al Ridley Scott en 'Gladiator' lo encontrarán de nuevo en 'Napoleón': Espectáculo, poderío y un cuestionable rigor histórico

24 noviembre, 2023 05:00

Era de esperar que Napoleón fuera a despertar grandes expectativas, tanto para los amantes del cine épico e histórico, como para los seguidores de Ridley Scott y también para los franceses, que están que trinan, por cierto, por la última imagen de su héroe nacional. El último gran emperador de la historia no es una figura exenta de polémica y así es el filme de Scott, y no por lo puramente histórico y las patadas que le mete a buena parte de la biografía del pequeño corso, sino porque la película tiene fallos. La cuestión es si esos fallos, como en 'Gladiator' o 'El reino de los cielos', nos importan.

Pero vayamos por partes. El sentido último del género llamado biopic -esto es, biography picture- es conocer, ni más ni menos, que al personaje retratado. Capítulos más concisos, otros más esbozados, quien ve un biopic tiene que tener claro, cuando éste termina, quién fue el personaje. Y uno no sabe muy bien, al final de la última gran obra de Ridley Scott, quién fue Napoleón Bonaparte. ¿Un héroe o un tirano? ¿Un estratega o un genocida? ¿Un genio o un necio? Muchos biopics juegan a eso, por supuesto, a jugar con esa ambivalencia porque, como ha dicho el mismo director para esquivar las balas de las críticas más furibundas, “ninguno de nosotros estuvimos allí”. Y eso es cierto, pero no debería ser un asidero que justifique cualquier subtrama, cualquier excentricidad, cualquier inconcreción. Porque un biopic sobre Tutankamón no es lo mismo que sobre Napoleón. A éste hay que pedirle más porque sabemos más.

En esta versión, la veinte o treinta que se ha hecho ya sobre el personaje, se indaga en su advenimiento como emperador, en sus ansias de poder y su pérfida mirada sobre el corazón de Europa, y, sobre todo, en su convulsa relación con Josefina. Pobre pequeño gran hombre, que sufrió mal de amores, como todos. Es ahí donde empiezan las inconsistencias del filme, donde empieza a cojear, donde uno ve que le falta algo o que no llega, aunque no sepa identificar exactamente el qué. Porque todo está muy bien hecho, pero todo suena a engolado y a falsete, a un personaje que roza más el arquetipo que la verdad. Los políticos, los enemigos, los militares, los clérigos, los amantes y amados son igualmente ambiguos, como si no hubiera querido el guionista David Scarpa mojarse y decirnos “este hombre era así y esto es lo que pasó”.

Así que, sabiendo como sabemos, que el personaje -los personajes- de Ridley Scott tiene una parte de fantasía que no podemos obviar, centrémonos en los cinematográfico. No dirá quien suscribe que el director inglés no sabe lo que hace. Lo sabe y lo sabe bien. Desde 'Alien' a 'Black Hawk derribado', nada de lo que rueda, de lo que mira y nos muestra está hecho al azar. Hay una belleza intrínseca en el trabajo siempre eficaz y cuidado de Scott, en el que la grandeza y la épica se postulan como su verdadera carta de presentación: Si es de Ridley Scott no lo duden amigos, será grande. Y grandeza es lo que hay en Napoleón.

Primero en el diseño de producción, que apabulla. Después, en las batallas, de una precisión y belleza plástica que dejan al espectador sin pestañear, como si estuviéramos también nosotros en una colina de Austerlitz o Tolón, junto al emperador, contemplando el desastre o la victoria. Y, tercero, por la reverencia con que mira el director de Blade Runner a su protagonista que obvia su lado más oscuro y abyecto, sus mayores miserias.

El director británico Ridley Scott y el actor estadounidense Joaquin Phoenix a su llegada a la presentación de la película 'Napoleón' / JUANJO MARTÍN - EFE

El director británico Ridley Scott y el actor estadounidense Joaquin Phoenix a su llegada a la presentación de la película 'Napoleón' / JUANJO MARTÍN - EFE

Joaquin Phoenix saca oro, eso sí, de un guion que tiene carencias, que no indaga en la psique de un hombre hoy todavía indescifrable, un emperador, un tirano, un estratega. Lo mira Scott como admiración, pero lo mancha poco no ya los pies de barro, sino las manos de sangre. Junto a él una Vanessa Kirby poderosa que logra nublar su presencia, como seguramente haría en realidad la Josefina Bonaparte a quien da vida. Pero hasta el amor que hay entre ambos suena a rimbombante o venéreo, pero poco auténtico.

En el otoño de su vida, el ambicioso proyecto de Ridley Scott y testamento vital sobre la vida de uno de los personajes más grandes de la historia de Europa -aunque es imperdonable que no dedique apenas unas líneas al papel de España en su vida-, es irregular y difuso. Un deleite sensorial, pero una desilusión argumental, que se disfruta en el significante, pero que chirría en el significado. Si a lo que quería jugar era a esto, ha dado en el clavo. Si quería contarnos quién fue Napoleón Bonaparte, ha acabado como su héroe sucumbió en Waterloo.