Roman Polanski / JULIEN DE ROSA - EFE

Roman Polanski / JULIEN DE ROSA - EFE

Cultura

El ocaso de Polanski

La comedia negra del polémico director polaco deja sin palabras a la crítica del mundo entero por vergonzante y burda

26 abril, 2024 05:00

En los festivales de cine se ven muchos bodrios. Hay también mucha joya, mucho cine transgresor, mucha perla independiente. Pero hay bodrios. Y de los mayores bodrios que han pasado por los grandes festivales del año pasado (Cannes, San Sebastián, Berlín y Venecia) está The Palace de Roman Polanski. Y no porque Polanski se decante por la comedia, un género con el que nunca ha casado bien. No porque esté gagá y a sus 90 años no esté ya para sostener una historia y un rodaje, que tampoco pasaría nada. No porque la historia no sea interesante, que las de personajes extremos en un espacio cerrado son un buen punto de partida. Sino porque la película es sencillamente mala. Inenarrable. 

Pero lo vamos a intentar.

El Hotel Palace de un maravilloso paraje nevado de Suiza recibe, en vísperas del año 2000, una serie de excéntricos, millonarios y aberrantes huéspedes, a cual más patético o despreciable, marcados por una serie de necesidades ridículas. A partir de ahí se desatan toda clase de situaciones indescriptibles, risibles, vergonzantes, absurdas y zafias. 

Lo primero que llama la atención es la maravillosa estética en que se desarrolla el relato. El diseño de producción, ornamentalmente bello y poderoso, es el primer punto de choque con unos personajes oscuros por dentro, podridos, retorcidos… Feos. Este contraste, nada casual, nos lleva a mirar con mayor grado de asombro a la caterva de seres que pasan por allí, desde un cirujano plástico a un pingüino, pasando por una vieja estrella del rock, millonarios, gordos, tías buenas, mafiosos rusos y varios encartuchados. Seguramente, la idea o el trasunto del filme sea hacer una especie de sátira sobre la frivolidad y el hedonismo. Pero ésta se puede hacer de dos maneras: Como en la magnífica e irrepetible La gran belleza de Paolo Sorrentino, que más que sátira es un drama, pero el tema del fondo es el mismo, la superficialidad y el placer como modo de vida. O se puede hacer como en The Palace de Roman Polanski, con la sensación constante de estar viendo algo ya antiguo, pasado de moda, vergonzoso y malo. 

La pretendida farsa, que se torna en comedia negra mordaz y socarrona, es principalmente grosera, con un humor de trazo grueso, que apenas te permite esbozar una sonrisa cínica, como las que malvadamente se nos puede escapar cuando alguien que nos cae mal hace el ridículo en público. Aquí pasa lo mismo: Todo nos parece innecesario y bochornoso, pero todos los personajes se merecen lo que les pasa. Nadie se salva. Hay una suerte de justicia poética malsana que sobrevuela el conjunto dejando en el espectador, además, un cierto regusto de amargura. 

John Cleese brilla algo en sus escenas y Oliver Masucci no decepciona jamás. Pero ninguno de ellos consigue salvar el filme de otras apariciones indescriptibles como la de Mickey Rourke, que parece estar jugando a reírse de sí mismo, pero en plan mal. En plan que te da vergüenza.

Uno ve The Palace y no hay nada en ella del viejo Polanski glorioso de Chinatown o El pianista. No hay nada aquí de un cineasta obsesionado por los personajes complejos como los de El oficial y el espía o Un dios salvaje. No hay un gran tema de fondo como los de El escritor o La novena puerta. No hay tensión de ningún tipo como en Frenético o El quimérico inquilino. Si te dicen que la película la ha rodado otro y Polanski ha firmado a cambio de un cheque te lo crees, porque él ni está ni se le espera. Hay más en The Palace de ese otro Polanski, el que sigue teniendo fama de depravado, de retorcido, de conflicto interior no resuelto. Hay algo de perturbado en el filme, de fin de fiesta cuando solo quedan en ella los colgados y malditos. Hay un sabor de boca amargo y risible. Quizá hay algo de Polanski, pero sólo lo peor. Hay un ocaso evidente, no un irse por la puerta grande.