Nervacero es la principal fábrica de Celsa en Euskadi y vive meses de gran incertidumbre a la espera de que se complete la toma de control del grupo catalán por los fondos de inversión. El cambio de manos tras el proceso judicial que forzó a la familia Rubiralta a entregar la propiedad a sus acreedores lleva aparejados una serie de compromisos con el empleo durante un tiempo, pero el ajuste laboral a medio plazo se da por hecho.
Y a expensas de la visión industrial que aporte ese nuevo socio que se hará con el 20% de la compañía, todo hace pensar que será la rentabilidad de cada planta el criterio que guíe a los fondos a la hora de tomar decisiones. ¿En qué situación encaran las plantas vascas esos exámenes? Por un lado tanto la vizcaína Nervacero como la alavesa Laminaciones Arregui (Celsa Atlantic) han acordado en los últimos meses la renovación de sus respectivos convenios, lo que a priori asegura la paz social y ofrece una tabla fija sobre la que trabajar a nivel de gestión.
En ese sentido ambas compañías han sufrido importantes recortes tanto en volumen de plantilla como en condiciones laborales en los últimos años de la mano de Celsa. Entre las dos no alcanzan actualmente el medio millar de trabajadores, muy lejos de los números y del peso económico que tuvieron en el pasado. Aun así siguen siendo dos piezas relevantes en el tejido industrial de Euskadi que el Gobierno vasco no quiere dejar caer, y ahí es donde entra en juego la figura de José Antonio Jainaga.
El propietario de Sidenor suena como una posibilidad para acceder a la propiedad de Celsa vía ese 20% de capital 'libre de fondos'. La carta de Jainaga y la presión institucional y política del Ejecutivo vasco y del PNV pueden ser el otro gran aval para la continuidad de las plantas vascas del grupo, así como su ubicación en un entorno de marcado perfil industrial como es Euskadi.
El mercado no ayuda
Hasta ahí los motivos para el optimismo. El mercado del acero es una montaña rusa que vive a expensas por un lado de los precios de energía y materia prima y por otro de la salud de los sectores tractores como construcción o automoción. Con una capacidad a tres relevos de aproximadamente 700.000 toneladas anuales, Nervacero apenas va a alcanzar este año el listón del 50%, por debajo de las 400.000 toneladas. El año anterior, sin ser el mejor, se alcanzó un ritmo algo más elevado, cerca de 500.000.
En ese sentido la salida de pedidos es crucial a la hora de compensar los gastos de una gran factoría de este tipo, al menos los fijos no sujetos a los bailes del mercado. Son valores clave que marcan la rentabilidad de una compañía y que sin duda van a jugar un papel en caso de que los nuevos propietarios opten por 'podar' el negocio.
ERTE en 2024
Nervacero tiene acordado un ERTE que en 2022 se utilizó de forma residual pero que ha ganado protagonismo este ejercicio, con una aplicación de entre cinco y seis jornadas al mes. Además la dirección ya ha comunicado a los sindicatos su intención de prolongar el expediente todo el próximo ejercicio (finaliza cada año a 31 de marzo) en previsión de que la demanda siga dando muestras de debilidad como en esta segunda mitad de 2023. En realidad el contexto es desfavorable a todos los productores de acero, penalizados entre otros factores por las dudas de la automoción, que ya están lastrando también a fábricas vascas como Mercedes o Michelin en Vitoria.
La plantilla de la factoría de Portugalete ya ha mantenido reuniones con el departamento de Desarrollo Económico del Gobierno vasco para pedir respaldo para asegurar el mantenimiento del empleo y las inversiones pendientes en materia de descarbonización, de las que la familia Rubiralta ya venía ejecutando un primer capítulo antes de confirmarse el cambio de manos en los tribunales.