Terminamos el año haciendo balance y lo empezamos haciendo pronósticos. Acabamos el año recordando todo aquello que hicimos y que se nos quedó por hacer, y empezamos pronosticando todo aquello que haremos, sin dejar espacio para aquello que no haremos. Así son los ejercicios de ideación, una mezcla entre lo que somos y lo que seremos, entre posibilidad y deseo, entre razón y emoción.

Lo bueno de los ejercicios de ideación, o de prospectiva si nos ponemos más técnicos, es que nos permiten dibujar escenarios y marcarnos diferentes caminos sobre los que transitar a lo largo de un periodo de tiempo determinado. No son bolas de cristal desde las que predecir el futuro, pero sí que nos permiten dar forma a lo posible e imaginar lo imprevisto: ese momento exacto en el que futuro se hace presente. 

Si pensamos en los últimos años veloces (y feroces), los ejercicios de predicción de finales de 2019 que intentaban anticipar lo que nos depararía el 2020 no barajaban entre sus predicciones una pandemia que nos confinaría en casa y que determinaría el inicio de un proceso de desaceleración de la globalización que ya en 2022 vivimos como una realidad evidente.

Los ejercicios de prospectiva sin retrospectiva no tienen sentido

Si volvemos la vista hacia los últimos días de 2021, si bien existía el temor de un más que probable conflicto entre Rusia y Ucrania, pocos análisis anticipaban el colapso energético que se podía producir en el caso de que Rusia invadiese Ucrania. Y ahí estamos, acelerando una transición postergada desde hacía tiempo, ante el riesgo de un colapso. 

Los ejercicios de prospectiva sin retrospectiva no tienen sentido. Si miramos al pasado, en ejercicios de profundidad temporal que no se limiten a lo sucedido durante el último año, vemos cómo había voces que alertaban sobre el excesivo impacto de la mano del “hombre” en la naturaleza y los riesgos que suponían para la salud – la eclosión del ébola en África es uno de los muchos ejemplos del pasado –. Si ese mismo ejercicio de retrospectiva de largo alcance lo hacemos con las relaciones geopolíticas que las democracias occidentales han construido con regímenes autócratas como Rusia o Irán, y medimos las dependencias generadas, deja de sorprendernos el riesgo energético en el que estamos sumidos los países europeos.

Los retos se perciben como grandes cuando se trata de construir el porvenir, pero los sentimos más factibles si sabemos que ya lo hicimos en el pasado

Necesitamos interpretar el pasado para orientar el presente; integrar conocimientos y valores del pasado para que, conjugados con la evolución y transformación social actual, nos permitan buscar nexos de unión que nos hagan entender mejor los cambios que vivimos, además de pisar un suelo firme que nos proporcione sosiego. Ni es la primera revolución tecnológica que vivimos, ni es la primera vez que transformamos nuestros modelos de generación de energía, ni la sociedad se enfrenta a la primera gran transformación social y demográfica. Los retos se perciben como grandes cuando se trata de construir el porvenir, pero los sentimos más factibles si sabemos que ya lo hicimos en el pasado.