Coinciden sesudos analistas y los propios protagonistas de la actualidad: empieza un nuevo tiempo político en Euskadi. Los consecutivos 'agures' a la Lehendakaritza de Iñigo Urkullu y Arnaldo Otegi, uno decidido por el partido tras casi doce años en el cargo, y el otro por el interesado que se queda sin su sueño, evidencian que se abre paso un cambio generacional que, bien mirado, nos hacía buena falta.
En puridad resulta complicado hablar del nuevo tiempo político cuando los veteranos o bien se quedan, caso del propio Otegi, que seguirá como coordinador general de la coalición abertzale, o bien manejan los hilos de lo que se avecina, caso de un Andoni Ortuzar que también parece en retirada pero coloca a uno de sus delfines. Pero, hecha esa salvedad, es cierto que nos adentramos en una senda novedosa de la política vasca.
No serán candidatos a ocupar el Palacio de Ajuria Enea dos líderes carismáticos como Urkullu y Otegi, que son los políticos más conocidos de Euskadi y que a priori contaban con muchas papeletas para enfrentarse en las urnas. Ambos sesentones -se llevan sólo tres años- parecían apuestas seguras pero no son tiempos de certezas y seguridades, sino de riesgo y velocidad.
A la espera de que EH Bildu decida quién es la candidata -¿Nerea Kortajarena? ¿Ohiana Etxebarrieta? ¿Mertxe Aizpurua?-, el PNV ya ha anunciado que su candidato, salvo terremoto interno improbable, será Imanol Pradales, que al menos fuera de Bizkaia es tan conocido como el primer ministro de Finlandia.
Tanto Eneko Andueza, candidato del PSE, como el propio Otegi han señalado que Pradales, cuyo perfil se ha explicado muy bien en este periódico, es lo más parecido a Urkullu. Un clon que pretendería afianzar la "continuidad" del actual lehendakari y su partido. Claro que, a la vista de su aceptación por los ciudadanos y de sus resultados electorales, ser un clon de Urkullu no parece mala cosa, salvo que nos adentremos en las capacidades para contar chistes...
De Otegi no habrá clon porque no puede haberlo. Para lo bueno y para lo malo hablamos de un político irrepetible. Con su renuncia, en las autonómicas del año que viene no habrá un candidato a lehendakari que haya empuñado las armas dentro de una organización terrorista como ETA. Podrá haber alguien que no condene el terrorismo, eso sí, pero es seguro que tendrá un pasado más limpio, por así decirlo. Ya decíamos aquí hace un tiempo que su candidatura sería incoherente con el rumbo de la coalición abertzale.
Resulta lógico, y casi balsámico, que los nombres de quienes peleen por la Lehendakaritza estén alejados del Pacto de Lizarra, las negociaciones con la banda terrorista o el Plan Ibarretxe, por citar tres hitos que agotan a los que no los podemos olvidar y que nada importan a los más jóvenes de Euskadi. Ojalá esta nueva generación se afane por recordar, porque la desmemoria es mala consejera en general pero aún más nefasta en una tierra como esta, pero al mismo tiempo sea capaz de mirar al futuro y despertar ilusión entre los votantes.
Cambia el ciclo político, en realidad, porque las preocupaciones de la sociedad vasca han cambiado ya. El propio mapa demográfico de los que vivimos aquí es muy diferente al de hace un par de décadas. Así, la igualdad, el medio ambiente o el impacto de las nuevas tecnologías son asuntos centrales en las conversaciones. La probable jornada laboral de cuatro días o el uso de los móviles por parte de los menores son más importantes para los ciudadanos que los delirios identitarios, aunque sea obvio que la sociedad es mayoritariamente nacionalista.
Mantener el peso de las grandes empresas de Euskadi en estos tiempos convulsos se antoja decisivo para garantizar nuestro avanzado estado de bienestar. La apuesta por la energía verde parece imparable. Diverfisicar e innovar el tejido empresarial se antoja vital. Reflotar los servicios públicos debe ser una prioridad. Combatir la desafección política también tiene que estar en la agenda. Feminizar la vida pública es una obligación. Acoger e incluir a los que vienen de fuera es una demanda social también ineludible.
En suma, los retos, como los rostros, ya son otros. Quienes mejor se adapten a todas estas circunstancias merecerán gobernar Euskadi. Urkullu y Otegi, ataviados con la txapela y la vara del monte, pronto dedicados a sus nietos, tendrán que verlo desde el caserío, donde quedan muy bien los jarrones chinos.