Nayib Bukele / RODRIGO SURA - EFE

Nayib Bukele / RODRIGO SURA - EFE

Opinión

Solo faltaba Bukele

8 febrero, 2024 05:00

Nayib Bukele no podía faltar a una tradición tan consolidada en Hispanoamérica como mentarle la madre a la madre patria en ocasiones solemnes. Lo hizo desde el balcón del Palacio Nacional al proclamarse vencedor de los recientes comicios leyendo la cartilla a la prensa española que cuestionaba la coherencia democrática de su mandato y, sobre todo, de su reelección. Pero lejos de limitarse a un debate con esa prensa, por allí salieron ya el imperialismo, el colonialismo y el ansia de independencia de El Salvador.

Sabe bien Bukele que nadie había cuestionado, faltaría más, la soberanía, independencia y constitución de El Salvador, salvo él mismo al presentarse a una reelección que expresamente prohíbe el artículo 152-1º del texto de 1983. Sacar a pasear el imperialismo español es un clásico en estas ocasiones, casi un argumento obligado, que, sobre todo, cumple la función de reforzar una pulsión nacionalista que viene siempre muy bien cuando te hace falta tinta de calamar.

Una reelección que expresamente prohíbe el artículo 152-1º del texto de 1983

Recordarán la memorable toma de posesión a la que sometió Pedro Castillo al rey Felipe VI. No se contentó con los consabidos tres siglos de opresión y latrocinio sino que se descolgó con un juego de palabras que rozaba ya todo lo rozable: “Llegaron los hombres de Castilla, que con ayuda de múltiples «felipillos» y aprovechando un momento de caos y desunión, lograron conquistar el Estado que hasta entonces dominaba gran parte de los Andes centrales”.

Dejaba a la imaginación del monarca que tenía enfrente deducir si lo de Felipillo se refería al trasunto andino de la Malinche o a él mismo. En todo caso, Castillo solo estaba exagerando sobre la base de un clásico hispanoamericano que consiste en fijar en España (y si se tiene a su rey a mano, pues tanto mejor) el origen de todos los males que afligen al país, pero también la comprobación de que la buena causa siempre se impone.

Estaba exagerando sobre la base de un clásico hispanoamericano que consiste en fijar en España el origen de todos los males que afligen al país

Quizá el mejor ejemplo del papel que España y su monarquía siguen jugando en el imaginario político hispanoamericano se obtiene en México. Su actual presidente se ha prodigado, como es sabido, en reclamaciones de perdón directamente al rey. Con este propósito le escribió una carta en 2019 invitándolo a sumarse a una sesión histórica de petición de disculpas a los “pueblos originarios” junto a la misma república mexicana, que también tiene lo suyo.

El presidente se quejaría después de que el Estado español ni recibo acusó de esta misiva, aunque ello no es cierto del todo porque el conseller d’Acció Exterior de la Generalitat sí se personó en Ciudad de México para pedir disculpas por la conquista y colonización española de América. Dado que la Generalitat de Catalunya es parte integrante del Estado español, digamos que una esquina de él si pidió esas disculpas que quería AMLO (aunque cuando se trató de materializar ese emotivo acto en el Instituto Nacional de Pueblos Indígenas, si te he visto no me acuerdo, algo muy común por otra parte). 

Dado que la Generalitat de Catalunya es parte integrante del Estado español, digamos que una esquina de él si pidió esas disculpas que quería AMLO

Pero no basta, no sería suficiente siquiera que lo hiciera el mismo Felipe VI desde el Templo Mayor puesto que la motivación de esa exigencia no tiene que ver tanto con el perdón en sí como con la identidad propia, y el modo en que se conformó hace doscientos años. Por un lado, las repúblicas americanas nacieron más de guerras civiles entre americanos (realistas e insurgentes, ambos lo eran en su inmensa mayoría) que de guerras “contra España”.

Por otro lado, a España le llevó casi todo el siglo XIX reconocer la independencia de las repúblicas hispanoamericanas (desde 1836 que lo hizo con México hasta 1894 con Honduras). La necesidad de construir un relato histórico en el que España fuera el polo negativo de la independencia nacional y el muy notable retraso español en regularizar sus relaciones con el subcontinente y, sobre todo, la llamativa ausencia de una “política hispanoamericana” que se adentra prácticamente hasta los años ochenta del siglo XX, explican en parte el recurrente uso de España y su monarquía como espantajo con el que reforzar argumentos nacionalistas y populistas hacia el interior de los espacios nacionales americanos. 

De modo que Bukele, que sabe bien que no solo se ha brincado la Constitución de El Salvador sino que ese mismo texto prevé en su artículo 88 la legitimidad de la insurrección ante una vulneración de la no reelección, echa mano del comodín del imperialismo español siguiendo un patrón perfectamente previsible. Como tal, es de efectos muy efímeros, para el momento concreto de enardecer un poco el ánimo y no conforma un odio estructural hacia España. Por ello es bueno que nuestra diplomacia y el monarca español entiendan que se trata de un ritual y, como suelen hacer, se pongan de perfil en dichos momentos y que pase la racha de viento populista.